Roberto Schneider
Roberto Schneider
“...Pero... yo no quiero ser dictador. Ese no es mi oficio, sino ayudar a todos si fuera posible. Blancos o negros. Judíos o gentiles. Tenemos que ayudarnos los unos a los otros; los seres humanos somos así. Queremos hacer felices a los demás, no hacernos desgraciados. No queremos odiar ni despreciar a nadie. En este mundo hay lugar para todos y la buena tierra es rica y puede alimentar a todos los seres.
El camino de la vida puede ser libre y hermoso, pero lo hemos perdido. La codicia ha envenenado a las armas, ha levantado barreras de odio, nos ha empujado hacia las miserias y las matanzas...”, es un texto que forma parte del magnífico discurso que el genial (sí, genial) Charles Chaplin sostiene en el film “El gran dictador”, en 1940, reproducido en su totalidad sobre el final de “Cantata de tierra y mar”, la excelente puesta en escena dirigida por Ana Woolf en la Sala Marechal del Teatro Municipal, a cargo del Laboratorio de Antropología Teatral y de la Municipalidad de Santa Fe. Aquellas palabras adquieren hoy una vigencia no deseada y sumamente perversa, para cerrar un espectáculo profundamente riguroso y muy emotivo.
Woolf materializa en escena, de manera largamente admirable, una idea que le pertenece, en creación colectiva y según dramaturgia de ella misma con textos aportados por el elenco, según sostiene el programa de mano. Esta cantata es la síntesis de una gran ilusión acariciada por tantos y tantos inmigrantes como los que vinieron a poblar estas tierras en busca de paz, de trabajo, de comida, de poder ver cómo, después, fructificaban sus esperanzas. Muchos de ellos viajaban con pequeñas valijas, algunos bártulos y, por supuesto, como inteligentemente se ponen en la escena, libros. Los símbolos perfectos de la continuidad de aquellas culturas. Españoles, italianos, judíos, alemanes, galeses y turcos, entre otros grupos étnicos, llegaban a estas tierras. La obra, en un solo acto y como un tapiz mágico, los va dibujando con sus propias particularidades.
Los múltiples personajes van evolucionando sobre la escena. Ninguno se destaca; todos construyen la gran historia para que todo el espectáculo se asome al precipicio. Y eso, el riesgo, es lo que el espectador agradece. Porque así la “Cantata de tierra y mar” configura en su totalidad texto/puesta una empresa de una elaboración y un rigor de gran calidad. Van a la cuenta de esta excelencia la pericia de la directora en la multiplicidad y la delimitación de los lugares de acción dentro de varios ámbitos del Municipal, la colocación de los personajes -que además bailan y cantan de manera relevante-; sus agrupamientos y evoluciones siempre cargadas de significado y la edificación que sobre el mundo afectivo se va construyendo, sin dejar de lado temas fuertes como la discriminación, el hambre, la violencia contra las mujeres y la lucha y la fuerza de ellas desde tiempos inmemoriales.
Con indisimulable entrega y una pasión indiscutible el punto más alto del espectáculo es el desempeño de sus actores y actrices. Para ser justos los nombraremos a todos: Vicky Barr, María Sol Bennasar, Cintia Amorella Bertolino, Pamela Bertona, Milagros Betemps, Sebastián Boscarol, Julio Cabello, Santiago Casal, Gastón Cervino, Macarena Dalla Costa, Antonella Fernández Pavón, Edu Figueroa, Esmeralda Coutaz, José Ignacio Formía, Sofía Gerboni, Vanina Godoy, Melisa Gómez Romero, Cecilia Illescas, Elizabet Maier, Mónica Marraffa, Gabriela Mira, José Luis Olivera Rivas, Gastón Onetto, Pola Ortiz, Silvana Palavecino, Natalia Pauloni, María Laura Peña, Verónica Peteán, Pedro Peterson, Roxana Piño, Viviana Quaranta, Noelia Reda, Candelaria Rivoira, Antonio Rocha, María Flavia Del Rosso, Vicente Di Stefano, Julia Stubrin, María Julia Szkwir, Natalia Tesone, Roberto Trucco, Toni Vera, Malén Videla González, Cecilia Volken y Cristina Witschi, construyen un verdadero crisol de razas, como tantas veces se ha expresado.
Giorgio Zamboni, de Italia; Eléonore Bovon, de Francia, y Natalia Tesone, actriz e intérprete de lenguas argentina hicieron destacables labores en el proyecto, al que se integran Oscar Peiteado en la precisa iluminación y en la escenografía, que firma junto a Woolf y Pamela Bertona -quien tuvo a su cargo además la edición de imágenes y montaje junto a Cecilia Volken y Gastón Cervino; el vestuario fue creación de Sofía Gerboni, Mónica Marraffa y Malén Videla González y la fotografía de Pablo Kauffer.
Lo dramático resulta en ocasiones doblegado por lo poético; hay en la totalidad mucha reflexión sobre el itinerario histórico y mucha emotividad, con lágrimas incluidas, que se agradecen. Esta “Cantata de tierra y mar” es, esencialmente, un vigoroso canto de libertad. Que suena fuerte, como un clamor, para que aquellas palabras del principio nos interpelen y nos provoquen para que las cabezas -y los corazones- se abran.