Roberto Maurer

El realizador M. Night Shyamalan dio el batacazo con “Sexto sentido” pero no pudo seguir embaucando al público con sus trucos (“El protegido” es la excepción) y acaba de introducirse en el mundo floreciente de las series de televisión en el cual acaba de estrenar “Wayward Pines” (Fox, los jueves a las 22) en calidad de director y productor.

Roberto Maurer
El debut constituyó un acontecimiento inédito, ya que fue en simultáneo y planetario, es decir que se conoció en Estados Unidos y al mismo tiempo en el resto del mundo. Si se trató de una manera de evitar el perjuicio que provoca la difusión irregular de contenidos, un fenómeno al cual se insiste en llamar “piratería”, las ventajas del operativo deben ser relativizadas: a los dos días de su estreno, “Wayward Pines” ya estaba disponible en Internet.
Con astucia, “Wayward Pines” intenta impregnarse del prestigio de algunas series de culto. Por ejemplo, citando explícitamente el comienzo de “Lost”, el primer plano del ojo que se abre y un señor de traje que despierta en un lugar desconocido. También pareció evidente la recreación de un pueblo y sus misterios semejante al escenario de “Twin Peaks”, y hasta la evocación de la vieja y legendaria serie inglesa “El prisionero”, donde el protagonista se encuentra atrapado y es víctima de una lógica que no comprende.
Rehén
La nueva serie está dirigida a despertar la voracidad de ese público que consume situaciones inexplicables y giros metafísicos, en este caso la que vive Ethan Burke (el venido a menos Matt Dillon), un agente del FBI cuya misión es encontrar a dos compañeros desaparecidos y que, luego de un accidente, sin teléfono ni documentos, machucado y tambaleante, caminando llega Wayward Pines, un pueblo invernal de Idaho, al pie de la montaña, cuya bucólica placidez esconde secretos que, casi inmediatamente, hacen de su vida un infierno.
Comienza escapando del hospital, donde la benevolencia inicial de la enfermera Pam (Melissa Leo) y el doctor Jenkins (el actor inglés Toby Jones) apenas disimula su condición de crueles carceleros. Acude al sheriff Pope (Terence Howard), que lo atiende con indiferencia, mientras disfruta de un helado de pasas con ron. Está incomunicado con el exterior y sólo encuentra socorro en la camarera Beverly (Juliete Lewis, algo ajada), que le da una dirección que lo lleva a una ruinosa casa donde descubre, atado a una cama, mutilado y muerto, a uno de los dos federales que buscaba. Poco después encuentra a la otra agente desaparecida, Kate Hewson (Carla Gugino), una linda pelirroja que fue su novia, pero ahora felizmente casada, con hijos, y viviendo un año distinto.
Como lo tenemos dicho, en ese pueblo existen realidades inexplicables, la de existencias en tiempos diferentes parece ser una. Kate aconseja a su ex novio que huya del lugar, y esa noche lo intenta sin éxito, es una geografía circular que lo devuelve siempre al mismo sitio.
—¿Cómo se sale de este pueblo? -pregunta el protagonista al sheriff Pope. —No se sale -es la lacónica respuesta. Mientras, en Seattle, la esposa de Burke y su hijo adolescente, sin rastros a seguir, con la convicción de que se encuentra vivo, intentan comunicarse con el desaparecido con la ayuda del jefe de Burke y amigo de la familia: otro personaje sonriente y gentil que sabe más de lo que parece.
¿Y los grillos?
Es un psychothriller (así es llamado el género) donde el juego consiste en las alteraciones de tiempo y espacio, y donde nada es lo que parece, cuyas variaciones son infinitas. No es necesaria la enumeración de las rarezas de Wayward Pines. Podemos mencionar que es un lugar sin grillos, aunque se los oye: entre los yuyos se esconden pequeños parlantes que reproducen su canto.
Si los trucos se acumulan mecánicamente, como en esta ficción, sin la atmósfera requerida, con personajes estereotipados y una narrativa plana, el resultado es rutina. El mago no sólo es aplaudido porque saca un conejo de la galera. Primero debe convencernos de que eso es magia.