Opinión: OPIN-03

Opinión


Cuando un amigo se va

Por Rómulo J. Crespo

El gobernador, como muchos, enfrenta ahora el viejo problema de la frazada corta. Ante el dilema, él eligió taparse la cabeza y dejar los pies al descubierto.

Piloto al fin, Carlos Reutemann prefirió tener libre el pie derecho, el del acelerador, para huir lo más rápidamente posible del incendio que en sus cercanías desató la denuncia por presunto enriquecimiento ilícito contra el senador nacional Jorge Massat, que fue -¿es?- uno de sus más estrechos colaboradores. No obstante, y a pesar de su apuro, no pudo evitar que algunas chispas lo alcanzaran.

Nadie ignora que Massat llegó a las más altas cumbres políticas siguiendo la estrella del actual gobernador santafesino. Rumbeado por su estela luminosa, el ex intendente de la modesta Villa Ocampo llegó en 1993 hasta el Senado de la Nación, el refugio -usado el término en su sentido más lato- de los hoy bastante devaluados "Padres de la Patria", para representar a la provincia de Santa Fe, el segundo Estado del país.

La carrera no fue fácil. Para alcanzar la meta, Reutemann -no Massat- debió dar una dura batalla contra las primeras espadas del entonces ascendente menemismo, con el propio Carlos Menem a la cabeza y su hermano Eduardo, secundados por Carlos Corach y Alberto Kohan, que levantaba la candidatura de su fiel colaboradora, Liliana Gurdulich de Correa. El gobernador puso todo su empeño, soportó todas las presiones y se salió con la suya: Jorge Massat fue el senador. Poco tiempo después, el propio Reutemann fue a acompañarlo, mientras esperaba para ocupar por segunda vez el sillón de López en su ciudad natal.

Ya en la Cámara alta, el ahora cuestionado senador -suponemos que por méritos exclusivamente suyos- ocupó la presidencia de la estratégica Comisión de Seguimiento y Control de las Privatizaciones. ¿Podía aspirar a más?

Sí, el senador quería más, y Reutemann se lo dio. Cuando ya circulaban versiones que echaban dudas sobre su reputación de hombre probo, "Lole" lo hizo presidente del Partido Justicialista santafesino, en marzo de este año. Al asumir, durante el acto que tuvo lugar en la sede de calle Crespo, Massat -con toda su voz- dijo que en ese momento comenzaba la campaña que llevaría a Reutemann a la Casa Rosada en el 2003. Amor con amor se paga.

Pero nada es eterno, ni la luz de las estrellas. Mucho menos en política, donde las lealtades duran menos que un destello.


Golpe de volante

Ahora Massat está en la mala -políticamente hablando, obviamente- y en el apuro por tomar distancia, sus viejos compañeros de correrías ni siquiera cuidaron los buenos modales. Si hasta el propio Reutemann salió velozmente a recordarle que en estos menesteres cada uno debe lavarse sus propios calzoncillos.

Después, frente a la prensa y en la Casa Gris, el gobernador dijo sentirse como un "marido engañado", que siempre es el último en enterarse, e inmediatamente admitió que la denunciante, y sobrina del senador, lo había puesto al tanto de la situación hace un mes y medio. Un acto fallido, pero hubo muchos más en ese diálogo con los periodistas. Eso de que lo de Massat "es un tema familiar" fue una perlita.

Quienes lo conocen de cerca aseguran que, en esa oportunidad, más que las palabras, el rostro de "Lole" reflejaba su estado de ánimo. Es que no debe ser fácil arrojar a los lobos -aunque lo merezca- a quien fuera uno de sus más confiables copilotos desde que decidió subirse al "bólido" de la política.

Para seguir el ejemplo de su jefe y dispuesto a superarlo, Rubén Dunda, actual secretario de Trabajo de la provincia, le dijo a una radio de Rosario que estaba deshecho por la situación, y agregó: "Esto es cierto... No le he dado a este compañero (Massat) ni el beneficio de la duda". En un proceso sumarísimo, lo condenó. Reutemann, más prudente, dejó "el tiro del final" en manos de la Justicia.

Por estas horas Massat ya sabe que lo dejaron solo, que de aquí en adelante tendrá que arreglarse como pueda. A su memoria volverán en tropel los recuerdos del tiempo en que la luz de la estrella refulgente lo cubría con su manto protector, cuando parecía que los éxitos no tendrían fin. La remembranza estará plagada de caras "amigas", algunas muy conocidas; las caras de los que hoy escapan del incendio, del escándalo, con el saco un poco chamuscado.