Pantalla y Escenarios |
Simplemente un acordeonista
Después de 1853, sin dudas, comenzaron los cambios en nuestro país. Santa Fe fue cuna y testigo de esa Carta Magna para dar sentido a la unión nacional, tantas veces rota por los aconteceres políticos y militares. Julio Argentino Roca dio inicio en 1880 a la llamada apertura hacia el suroeste. Empezaba la colonización de la tierra y en esta zona Aarón Castellanos plantaba la ilusión de la pampa gringa y el barón Hirsch trae los primeros judíos. Así, por el oeste se van formando nuevos pueblos y colonias; así nació Colonia Aldao, a 148 kilómetros de Santa Fe, gracias a la visión de don Camilo Aldao, allá por 1885.
Llegan familias italianas que traen la hambruna europea para cobijarse bajo este sol gaucho y argentino. Entre tantos inmigrantes estaban los Bonafede, con sueños de algo mejor. Vienen con lo puesto y el inefable acordeón, porque saben que en los atardeceres de algún fin de semana la música los trasladará a su Italia lejana, simplemente con los sones de esa caja casi mágica, llena de ilusiones y colores. Don Bonafede es músico acordeonista y le enseña a su hijo Hildo los mil y un secretos de ese instrumento maravilloso. A los diez años Hildo ya acompaña a sus dos hermanos y a un primo en la orquesta del pueblo. Después se va a estudiar a Rafaela con el profesor Julio Saione, más adelante armonía con el profesor Scalengue, posteriormente viaja a Córdoba para integrar un cuarteto.
En la década del cincuenta desembarca en Santa Fe para sumarse a la movida de otros grandes músicos locales, como Poroto Mehaudi, Juancito Robles, los hermanos Pierpauli, Ricardo Klein, Duilio Berardi, Quique Sosa y tantos otros. La llegada de un conjunto que trae todo el sabor y el color de la música caribeña, como fueron Los Wawancó, planta la semilla de lo que será a partir de los años setenta, con Los del Bohío, la explosión de la cumbia santafesina.
Mientras pasan esos años y haciendo un poco de historia, Hildo Bonafede integra la banda de Carlinhos, famoso en su época por su tuba; estuvo junto a Claudio Monterrío cuando éste fue al Festival de Cosquín; prestó su colaboración a la Banda Municipal, que dirige el maestro Chiappero Favre; volvió a Cosquín con el cantautor René Aráoz. En los últimos años enseña a cientos de alumnos los secretos que fue adquiriendo musicalmente con el tiempo; dicta programas didácticos como Raíces de mi tierra litoral, con Clarita Ríos y Neli de Martín, colaborando estrechamente con el profesor Mariano Busaniche. En la actualidad también despunta el vicio con el guitarrista Raúl Ferreira.
Primero fueron los concertinos, le siguieron las nobles y guerreras Tres Hileras que abrieron picadas en el Chaco, Misiones, Formosa y Corrientes, hasta llegar al majestuoso acordeón a piano. El gran Aníbal Troilo decía que los arreglos de su inmortal versión de Quejas de bandoneón se los había hecho nada menos que un rafaelino, Feliciano Brunelli, que integró esa cofradía de enormes acordeonistas como Heraldo Bosio, Washington-Bertolín, Oreste Rosotto, Hildo Patriarca, Néstor Bobbio, Dardo Giachino, Marcos Camino, Titón, los Pierpauli y otros grandes más. Hildo Bonafese se sumó, sin dudas a este grupo privilegiado. Simplemente, Hildo Bonafede, el acordeonista. Gracias, maestro.
Beto Pecorari