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Nosotros


Enfermeras del alma

Desde 1965 fueron "las monjitas del Iturraspe". A partir de abril de este año, las religiosas de la Virgen Niña tienen otros destinos. Con la misma predisposición de entonces, la hermana Angela recuerda con NOSOTROS las vivencias de 33 años en el hospital.

De la misma silenciosa manera en que iniciaron su trabajo hace ya varias décadas, las hermanas de la congregación de la Virgen Niña dejaron el hospital Iturraspe a fines de abril.

Durante todos esos años prestaron una colaboración inestimable en un ámbito que no siempre es el más cómodo ni el más grato, pero donde la atención de la salud se relaciona en forma directa con la contención espiritual.

La hermana Angela es la encargada de poner en palabras los recuerdos, luego de haber trabajado en el Iturraspe durante 33 años. Jubilada desde hace cinco, pasó el primer período en la sala de Maternidad, y luego, en Ginecología, donde el trabajo se hacía codo a codo con los médicos y las urgencias requerían -como ahora- de una decisión rápida, aunque con menos tecnología disponible.

La confianza de los profesionales, como hasta el último día, fue total.


Salud y espíritu en el mismo plano

Ocho eran las religiosas de la Virgen Niña que comenzaron en el hospital en el año 1965, precisamente cuando se había retirado otra congregación. Esa cifra llegó prácticamente a duplicarse, con las hermanas diseminadas en todos los servicios. Luego quedaron seis, que son las que, sin mayores despedidas, partieron del edificio de bulevar, hace escasos meses.

Ahora, la hermana Angela recuerda aquel trabajo como una experiencia muy linda. "Entraba el paciente y, según el grado de urgencia que presentaba, la enfermera y la religiosa -que también tenía ese título- hacían las primeras atenciones. Se ponía el suero, se extraía sangre para clasificarla... También se atendían cesáreas en el quirófano y, a veces, eran pacientes que llegaban en estado grave".

Cuando la estructura del hospital comenzó a ser mayor, la tarea de las religiosas se mantuvo, pero no sólo en la atención de la salud, sino en un aspecto que resulta fundamental, como es la contención del paciente, que muchas veces llega del interior y transcurre sus horas sin compañía y con los miedos propios de quien padece una enfermedad. "Esa atención espiritual nunca se dejaba de hacer", porque para el paciente puede resultar tan terapéutica como el medicamento.


Al servicio de Dios

Desde una sencilla sala en el hogar Vicenta Gerosa, Angela opina que las religiosas no dejan de ser una necesidad en el hospital, pero admite que éste "puede funcionar igual sin ellas", con el acompañamiento que hacen las voluntarias.

Pero aun sin concurrir a un centro de salud y sin ánimos de recluirse en una casa de retiro, la hermana sigue vinculada de alguna manera con aquella actividad: el hogar aloja por algunos días a personas que tienen familiares internados en los hospitales públicos de la ciudad y que no cuentan con otro lugar donde quedarse.

Todas las hermanas que estuvieron en el Iturraspe tienen nuevos destinos: una fue a un hospital de San Francisco, otra está como representante legal de un colegio del interior de la provincia, otra colabora en el hogar, otra retornó al sur del país, otra más está en Paraná.

A la hora de buscar anécdotas y de rememorar experiencias de tantos años de servicio, Angela recuerda que atendió a una hermana de Carlos Monzón que fue al hospital a tener a su hijo, y que demostró el mismo agradecimiento que muchísima gente. �se, el cariño de las personas que recibían su atención, es el mayor tesoro que recogió en esos 33 años de trabajo.

Cuando el grupo dejó el hospital, no hubo grandes despedidas; pero para la hermana Angela, eso no tiene demasiada importancia: "Si trabajamos para Dios, por qué tenemos que pretender que nos agradezcan. Nuestro trabajo es en silencio, quedamos más contentas trabajando con Dios, para Dios y para ayudar a la gente que nos necesita".

Nancy BalzaFotos: Alejandro Villar