La prensa colombiana bajo
fuego cruzado y amenazas
Por Luis Jaime Acosta (Reuters)
Todos los días Jineth Bedoya recibe la bendición de su madre, se encomienda a la Virgen del Carmen y al Divino Niño, y aborda un vehículo bajo permanente escolta armada para dirigirse al periódico donde trabaja.
Esta periodista colombiana de 27 años trabaja a diario temiendo no regresar a su casa con vida, luego de que en mayo, unos hombres armados la secuestraron y agredieron sexualmente antes de abandonarla en una carretera del sudeste del país.
"Hay días en que salgo del apartamento con el presentimiento de que no voy a volver, vivo con zozobra, son días muy difíciles", dijo la periodista en una reciente entrevista en el diario El Espectador, donde trabaja.
Pese a su drama, Bedoya tuvo suerte. Ocho periodistas fueron asesinados el año pasado en Colombia, 10 fueron secuestrados y luego liberados, y otros ocho abandonaron el país por amenazas de muerte, según organizaciones que defienden la libertad de prensa.
"Ha sido otro año devastador, desastroso para la prensa colombiana, que ilustra que ésta es víctima de la guerra civil y que se está atacando a los periodistas por todos los lados del conflicto armado", afirmó Marylene Smeets, directora del programa de las Américas del Comité de Protección de Periodistas (CPJ) con sede en Nueva York.
Desde 1980, más de un centenar de periodistas murieron por ataques atribuidos a narcotraficantes, paramilitares de ultraderecha y guerrilleros izquierdistas en este país sudamericano de 40 millones de habitantes.
Esa situación se produce en medio de la guerra interna en la que se enfrentan los grupos guerrilleros y de paramilitares, y las fuerzas de seguridad. En la última década el conflicto cobró la vida de 35.000 civiles.
Organizaciones como Reporteros Sin Fronteras y la Sociedad Interamericana de Prensa dicen que Colombia es uno de los lugares más peligrosos del mundo para el ejercicio del periodismo, junto a otras naciones como Sierra Leona, en Africa.
Ninguno de los asesinatos de periodistas ocurridos en el 2000 ha sido aclarado, pero funcionarios cercanos a las investigaciones dicen que los reporteros pudieron haber sido víctimas de cualquiera de las partes del conflicto, de narcotraficantes o aun de delincuentes comunes. "No parece haber conciencia del papel importantísimo que la prensa puede jugar en la búsqueda de una resolución al conflicto", afirmó Smeets, quien pidió a los actores de la guerra tratar a los periodistas como a un órgano neutral.
"La prensa en Colombia está en medio del fuego cruzado, los periodistas son atacados por todos los lados del conflicto armado, inclusive por la delincuencia común", comentó.
Pese a los riesgos y a la agresión de que fue víctima, Bedoya decidió quedarse en Colombia, rechazando ofertas para salir del país. Luego del ataque, la periodista debe desplazarse por Bogotá acompañada de un escolta que, aun en la sala de redacción, la vigila de cerca y siempre está con una pistola nueve milímetros en la cintura y radio de comunicaciones en las manos para pedir ayuda en caso de un ataque. Pero el escolta tiene que quedarse cuando la reportera viaja fuera de la ciudad, debido a que puede ingresar a zonas de conflicto en donde actúan guerrilleros o paramilitares.
"La decisión de quedarme fue difícil, me quería ir para estar lejos del peligro de la muerte, pero afuera yo no estaría bien; recuperarme de una agresión como la que yo sufrí es muy difícil, es cuestión no de meses sino de años", sostiene. "Esa recuperación está aquí con la gente que yo quiero, con mis trabajos, con mi familia y estando afuera no sé cómo sería", comenta Bedoya, quien a diario trata información relacionada con el conflicto colombiano y otros temas, como las crisis carcelaria y el tráfico de drogas.
Aunque ella tiene fuertes sospechas de quiénes fueron los autores de su secuestro y la posterior agresión, prefiere no hablar sobre eso, y dice que son las autoridades las que tienen que identificarlos y capturarlos.
Muchos de sus colegas y familiares le cuestionan su decisión de quedarse y le recomiendan que salga del país para que rehaga su vida profesional y como mujer en el exterior, pero Bedoya, quien asegura que tiene la terquedad de los buenos periodistas, rehúsa hacerlo.
"Uno en la vida tiene que tener causas; si no, la vida no tiene razón de ser. Uno tiene algo por qué trabajar, por qué luchar y para mí es el periodismo y el periodismo más rico del mundo se puede hacer en Colombia", aseguró mientras caminaba vigilada de cerca por su escolta.
Pese a la decisión de quedarse, la periodista reconoce que hay días en que la tristeza y la depresión la dominan y las escenas del secuestro y de la agresión se repiten una y otra vez en su mente. "Hay días en que me levanto y habría querido que el hombre que me estuvo apuntando con la pistola me hubiera disparado. Hay días en que me pregunto por qué no me mataron, hay días en los que no quisiera estar viva porque la tristeza y los recuerdos me jalan", confesó.
Aunque no le gusta que la consideren como una heroína, Bedoya asegura que quiere contribuir a la paz de Colombia informando la verdad. "No quiero ser una heroína ni quiero llamar la atención, es una decisión personal, alguien se tiene que quedar y todos no nos podemos ir. Yo soy una enamorada de mi carrera", afirmó.