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A cada región... su carnaval

Gualeguaychú ha adquirido el nombre de "Sede del carnaval del país", debido en gran medida a la majestuosidad de las comparsas litoraleñas.. 

Cada lugar de nuestro país festeja el carnaval de una forma particular que tiene que ver con su historia, sus costumbres y su idiosincrasia.


Los festejos de carnaval, una celebración que cobra relevancia en el mundo entero como el momento en que se subvierten las normas tradicionales de la sociedad, en un marco de alegría y desenfado, encuentra en la Argentina expresiones que varían de acuerdo con las tradiciones, identidad e historia de cada lugar.

Así como los festejos de Gualeguay, Gualeguaychú o Corrientes expresan, dentro de su singularidad y de su propia historia, cierta mixtura con la tradición carioca, los carnavales del norte del país tienen un contenido y una exteriorización diferente.

Expresan costumbres, ritos, creencias y pasiones vinculadas con un pasado prehispánico que también se observan en regiones de Bolivia y Perú.

En este marco, los pueblos del interior del país, algunos con más tradición que otros, organizan corsos, bailes y distintos festejos que celebran el carnaval, una fiesta que, aunque no distingue clases sociales, es profundamente popular, y se nutre de pasiones imposibles de explicar.

Buenos Aires no escapa a esta generalidad. Los orígenes de los festejos se remontan a la época colonial, con una población negra que le dio una característica particular, por sus danzas y tambores, a la que se sumaron más tarde el humor y la estética de los inmigrantes europeos.

Y aunque cerca del carnaval porteño está el de Montevideo, con confluencias culturales semejantes, ambas orillas construyeron realidades diferentes, ya que en la costa oriental suenan los tambores con "la llamada" del carnaval, mientras las murgas, con su distintivos coros, expresan la fuerte influencia española en ese género.

Carnaval porteño


Más de 50 corsos distribuidos por todo Buenos Aires y más de 100 murgas tienen este año la firme expectativa de armar -los viernes, sábados y domingos desde el 9 de febrero hasta el 5 de marzo- un verdadero festejo popular, llenando las calles porteñas del color y del ritmo que reclama el "Dios Momo", Rey del Carnaval.

Buenos Aires tiene, en su larga tradición, el festejo barrial, donde las murgas son el alma y la expresión más genuina del carnaval. Llevan sobre sus hombros un pasado propio, en el que no faltaron prohibiciones, azotes, penas y desapariciones.

Desde los edictos y proscripciones impartidas por virreyes, con amenazas de excomuniones por parte de los obispos coloniales, hasta el decreto de la última dictadura militar en 1976, que borró del calendario el feriado de lunes y martes de carnaval -disposición que sigue vigente-, la fiesta recorrió un sinuoso camino.

Camino en el que, por ejemplo, en 1820, un comentario de La Gaceta Mercantil decía, frente a un edicto prohibitivo de los festejos de carnaval, que "nos ha sido satisfactorio que el señor juez de policía haya dictado medidas que pongan en tortura a todos los prosélitos del célebre carnaval, inventado para el escándalo más terrible de todas las pasiones juntas".

Después vino la orden de prisión, decretada por Rosas en 1844, para quienes contravinieran la prohibición de festejar el carnaval; y tras su caída, se restablecieron las fiestas, pero con medidas muy estrictas de control.

En 1869 se realizó en Buenos Aires el primer corso con comparsas de negros y de blancos tiznados, que relucían con sus disfraces y su ritmo, mientras su canto y su baile alocado y armónico disparaba piernas y brazos al aire.

Comenzaron a surgir las agrupaciones de carnaval por barrio, y cada barrio de la ciudad, a tener su corso. Décadas del siglo XX por las que decayeron y resurgieron los festejos, en los que las murgas alzaban su canto picaresco, satírico y de crítica social y política, como en la actualidad.

Es el homenaje al "Dios Momo", quien en la mitología griega personifica, tras una máscara, la crítica jocosa, la burla inteligente, mientras la cabeza de muñeco simboliza la locura.

La época que más recuerdan los viejos murgueros es la década del '40 como uno de los momentos de mayor brillo del festejo carnavalesco. Atrás había quedado la crisis económica del '30, que apagó por un tiempo ese espíritu. Después vendrían nuevas luces y nuevos apagones.

Zigzagueando entre la pasión, las prohibiciones y las crisis, las murgas y los corsos recorrieron las calles porteñas. El '30 había dejado la experiencia del barrio como núcleo aglutinante de las agrupaciones de carnaval, que se nutrían del café, la parada, la esquina, el fútbol.

En la última década, la recuperación del carnaval porteño se hizo carne en el sentir de las agrupaciones carnavalescas, las que -año a año- instalan en pleno centro de Buenos Aires sus murgas, reclamando aquellos tradicionales feriados.

En este marco, lograron en 1997 ser declaradas, por ordenanza 52.039, patrimonio cultural de la ciudad, y reinstalar así a las murgas en parques y plazas, donde se preparan durante todo el año.

Mientras tanto, la organización de los festejos fue encontrándose con su historia: el corso barrial, donde se agolpa la gente para ver pasar el desfile de las murgas hasta que llegan al escenario y despliegan su canto y su baile, al compás del bombo con platillo, elemento distintivo de la murga.

Suena el primer acorde y, con él, se anuncia la fiesta del "Dios Momo". Una de las tantas canciones presenta a la murga y da rienda suelta a los festejos: "Alucinantes levitas/ se despliegan en el viento/ lamparitas de colores/ hasta el cielo está murgueando/ acérquense, que llega el carnaval/ el empedrado está rugiendo/ allí vienen con banderas, estandartes y galeras".

La pasión venció crisis políticas y económicas


Ni siquiera los más memoriosos recuerdan exactamente desde cuándo hay corsos en Corrientes. Algunos dicen que existen desde siempre, que forman parte de la cultura y de la idiosincrasia de este pueblo, el cual suele volcar, cada año en esta fiesta, todas sus pasiones.

A lo largo y a lo ancho de la provincia, desde los pequeños pueblos hasta las grandes urbes, una avenida se constituye durante casi un mes, cada fin de semana, en el centro de atención de lugareños y visitantes.

Pero la actividad en torno de los carnavales abarca todo el año, constituye en sí misma una tarea abnegada y muchas veces silenciosa, que culmina con una explosión de colores que se vuelca finalmente sobre el cemento del corsódromo.

Vividos con gran intensidad, los carnavales correntinos dividen los sentimientos de la gente a tal punto de rivalidad que solamente la actividad política podría llegar a superarla, aunque ambas expresiones parecen estar fusionadas a la hora de analizar esta genuina expresión popular.

Basta ver la eterna e irreconciliable rivalidad entre las comparsas capitalinas "Copacabana" y "Ará Berá", que se mantiene a pesar de la aparición, hace algún tiempo, de una tercera en discordia: "Sapucay".

Entre dos grandes


Ser de "Copacabana" o de "Ará Berá" impone una pertenencia que se traslada de generación en generación, que se manifiesta a flor de piel y que establece reglas no escritas en cuanto a la fidelidad de los sentimientos.

No obstante, si bien "Copacabana" y "Ará Berá" constituyen la expresión máxima, esta manera especial y particular de vivir y sentir el carnaval se percibe en todas las otras comparsas, agrupaciones musicales y murgas barriales.

El recuerdo de los festejos de carnaval en la provincia se remonta para algunos a los corsos de la década del '20, pero otros simplemente afirman que "los corsos existieron siempre", como una manera de consolidar la cultura carnavalera de los correntinos.

Se habla de los carnavales capitalinos de los años '40 como los de máximo esplendor, cuando las carrozas y los coches adornados eran la atracción principal de los corsos que se realizaban en el parque Mitre o sobre la avenida Costanera.

Luego, tal vez por el agravamiento de la crisis económica, las carrozas fueron desapareciendo y dejaron lugar a las agrupaciones barriales, mucho más austeras e informales, lo que llevó los corsos a las angostas calles céntricas.

Recién en 1961 se produjo la aparición de las comparsas ensayando bailes preparados previamente, con trajes vistosos y espectaculares.

Precisamente "Ará Berá", también llamada la comparsa de "El Rayo", cumple ahora 40 años, habiendo participado en 28 carnavales y obtenido 21 primeros premios en su historia.

Una historia que guarda con dolor la muerte (en septiembre de 1978) de un directivo y siete comparseros en Las Flores, provincia de Buenos Aires, cuando se dirigían a realizar una presentación de su espectáculo.

Fue por entonces, en los años '70, cuando las comparsas comenzaron a desarrollar shows, que luego eran expuestos en la avenida del corso. Una especie de representación teatral de un tema determinado, que se concretaba mientras los comparseros desfilaban por el corsódromo.

Los carnavales se desarrollaron en forma ininterrumpida hasta 1981, cuando por distintas razones, entre otras económicas, se apagó la llama de este fervor, dejando un vacío que se mantuvo hasta 1984. En ese momento, con la gestión y la autofinanciación de las propias comparsas, revivió el carnaval.

A comienzos de la década del '90, se produjo otra pausa que coincidió con las intervenciones federales en la provincia y en 1994 se reanudaron los corsos, pero sin la intervención de las comparsas capitalinas. Al año siguiente, los festejos retornaron a la Avda. Pedro Ferré, la más ancha de la ciudad, donde la fiesta volvió a desplegar todo su esplendor.

El año pasado Corrientes vivió una de las crisis políticas, sociales y económicas más graves de su historia, lo que derivó en una nueva intervención federal. En ese momento, las autoridades resolvieron privatizar la organización de los carnavales.

La empresa concesionaria, que tiene a su cargo los carnavales por los próximos cinco años, sostiene que puso todos sus esfuerzos para que este año el espectáculo logre el brillo que tuvo en sus épocas de mejor esplendor.

Mientras tanto, los carnavales siguen siendo una pasión incontenible, ligada al más puro sentimiento de los correntinos, un fervor que alcanza su máxima expresión en la gran fiesta que habrá de vivirse a partir de los primeros días de febrero.

Hoy, la noche correntina se puebla de sones de tambores y redoblantes. Son los ensayos de las comparsas que retumban anticipando el carnaval.

Pasión y muerte de un comparsero


La Avda. Pedro Ferré, donde se realizan los corsos de los carnavales en la capital de Corrientes, adquiere el nombre de "Corsódromo Nolo Alía", durante los días de festejo.

El cambio no es caprichoso; resume el homenaje de todo un pueblo a una de las figuras emblemáticas que tuvieron en los últimos años los corsos capitalinos.

Tal vez en una de las pocas cosas en que hubo total unanimidad entre los componentes de las distintas comparsas fue en otorgar al corsódromo el nombre de este agrimensor de profesión, apasionado del carnaval, que integraba la comparsas "Copacabana" y que a los 54 años, en 1996, murió -como él mismo dijo que siempre quería morir- en pleno carnaval.

Nolo Alía se disponía una noche, durante los carnavales de ese año, a iniciar su recorrido por el corsódromo cuando, imprevistamente, se descompuso y murió de un paro cardíaco. Desde entonces, la avenida del corsódromo lleva su nombre.

El diablo rojo preside el carnaval


Los preparativos para esta festividad pagana comenzaron hace dos semanas a lo largo de toda la Quebrada de Humahuaca, donde los encuentros de copleros, las peñas y "las diabladas" dan un colorido anuncio de la llegada del carnaval, el 26 y 27 de febrero.

Mientras tanto, comienza a sentirse el aroma de la albahaca y de la carne asada de cordero y cabrito, comidas típicas que van dando la señal de las grandes celebraciones que llegan de la mano del Pujllay.

El Pujllay es el diablo carnavalero que vive y reina por cuatro días al año, según la creencia regional, y hay que darle de comer y beber de la mejor manera posible.

En el norte jujeño, al igual que en Bolivia, el Pujllay vive y reina en las tinieblas en las profundidades de la tierra, pero como todo "semidios" necesita nutrirse de las costumbres terrenales una vez al año.

En Jujuy, donde los orígenes del carnaval se remontan a 200 años antes de la llegada de los españoles, existe una particular celebración que realizan los cultores del carnaval, quienes se aglutinan en comparsas que una vez al año ofrendan una prenda al demonio del infierno. Esto permite a todos una fiesta grande durante su recordación.

El diablo carnavalesco es la figura central de toda agrupación tradicionalista -con su imagen de totalmente vestida de rojo, con cuernos y cola-, y se la lleva en sus estandartes.

Las comparsas jujeñas se asemejan más a las de Bolivia y Perú, porque predominan las serpentinas multicolores en sus vestimentas, con plumajes de avestruz y cascabeles en las botas, mientras cubren sus rostros con distintos motivos pictóricos y marchan al ritmo de las cajas.

Al diablo, un muñeco de trapo, se lo desentierra del mojón, un lugar donde al año siguiente las comparsas vuelven a buscarlo siguiendo la tradición de la zona norte de la provincia, aunque en esta ciudad son conocidos los desentierros en los barrios Cerro Las Rozas, Villa Belgrano, Los Perales, entre otros.

El último día del carnaval la comparsa lleva al Diablo al lugar donde lo sacó, y es allí donde finaliza el carnaval con bailes y cantos.

La llegada de estas fiestas jujeñas se cubre de diferentes aromas que provienen de la cocción de comidas regionales que hacen honor a las festividades, como los cabritos a la cancana o los picantes de pollo y de lengua vacuna, tamales, empanadas, fricasé de chancho cocinado en su propia salsa, acompañado con habas hervidas, choclos cocidos asados o hervidos.

Otro plato preferido es la "cabeza guateada" de vacuno, a la que se envuelve con lona, se la coloca en el fondo de un pozo cubierto por piedras y sobre ellas, brasas de leña, para que se cocine lentamente. Todo esto acompañado con abundantes bebidas regionales como la chicha de maíz o de maní.

A estos preparativos se suma el sonar de las cajas, quenas, erques, sikus y cencerros, y todos saben que el carnaval está llegando a Jujuy.

El carnaval salteño entre coplas y ritos


El carnaval es uno de los festejos populares más destacados de Salta, cuya esencia son los contenidos ancestrales y las creencias, tradiciones y supersticiones que con celo guardan los pueblos.

Por estos días, en los que es normal que surjan coplas anónimas relacionadas con la celebración, es fácil percibir un clima festivo al transitar el territorio provincial y, a la vez, escuchar palabras relacionadas con La Pachamama (Madre Tierra), la Salamanca (cueva en la que habita el diablo), y los duendes.

Cada región cuenta con sus ritos particulares, como por ejemplo los Valles Calchaquíes, el Valle de Lerma, Cerrillos, Iruya, Santa Rosa de Tastil y Tuyuntí, en el límite con Chaco.

Allí se realiza la fiesta del Arete o Candavaré.

Este festejo coincide con la finalización de la cosecha de maíz y del carnaval, y de él participan los indígenas chané, chiriguanos y wichis (o matacos) que habitan la zona.

La capital salteña no se quedó atrás con los festejos carnavalescos, ya que sus corsos, que tienen más de cien años, son famosos y cuentan con la visita diaria de más de 20.000 personas.

Plumas, mostacillas, lentejuelas y espejitos son algunos de los elementos que utiliza cada uno de los integrantes de las numerosas y coloridas comparsas que integran este corso, para confeccionar sus atuendos, compuestos por altísimos gorros, cajas, pitos y hachas.

Las comparsas, muchas veces con más de cien participantes, son la principal atracción de los corsos y representan a tribus de indios que alguna vez estuvieron asentados en algún rincón de Salta.

Durante el pasaje de las comparsas, que se extiende por varias cuadras, se los ve saltar y danzar al ritmo de cánticos guerreros, simulando ser diablos, indios y mamarrachos (estos últimos son personajes vestidos de saco, corbata, sombrero y con antifaz).

Antes del carnaval ya se los ve ensayando en las calles de los barrios capitalinos, a los que representan. Cada una de estas agrupaciones se identifica con una copla y un símbolo, como la luna, el sol, una estrella o alguna figura animal, que renuevan cada año.

Por los corsos circulan las tradicionales carrozas, que al principio eran carruajes o breques (vehículos de cuatro ruedas traccionados por caballos), y generalmente representaban un patio criollo, transportando bellas niñas que saludaban a su paso.

Hoy la tracción ya se mecanizó y las carrozas interpretan numerosas escenografías, aunque no dejaron de llevar señoritas sonrientes.

Las murgas y caretones son otros de los atractivos de los corsos de esta ciudad norteña, y en estos últimos años también se incorporaron grupos que interpretan el baile popular conocido como la "saya", además de otras danzas tradicionales de Bolivia.

En Cerrillos, que se ubica a 15 kilómetros de Salta, los festejos del carnaval son reconocidos a nivel nacional porque allí se realizan los denominados "corsos de flores" y las tradicionales carpas de bailes, donde se mezclan el olor de la albahaca y los juegos con talco, harina, agua, pintura y huevo.

Allí también son comunes, cuando se acerca febrero, las fondas, que se instalan al costado del camino y sirven para la reunión de los bagualeros, que cantan sus coplas acompañados por cajas chayeras, mientras saborean empanadas y tamales y beben chicha, aloja o vino salteño.

"Ya se viene el carnaval/ por medio de los cardones,/ haciendo llorar las piedras,/ cautivando corazones", dice la copla, que demuestra que la época también sirve para ahogar tristezas, al igual que esta otra: "Esta cajita que toco/ tiene boca y sabe hablar,/ sólo le faltan los ojos/ para ayudarme a llorar"/.(Télam)

Las estrellas del interior


En estos días relucen y brillan los festejos del "dios Momo" en Entre Ríos, una celebración que comenzó a hacer punta a partir de la década del '70, en dos ciudades que se fueron abriendo camino y lograron concentrar la atención de todo el país.

Gualeguay y Gualeguaychú, distantes entre ellas sólo 20 kilómetros, y a poco más de 200 de la Capital Federal, trascendieron sus propias fronteras y se instalaron con plumas, carrozas y comparsas a lo largo de cada verano, desde enero hasta principios de marzo.

Gualeguay vive para el carnaval


Un grupo de niños mira azorado el paso de las comparsas con sus cabellos mojados y restos de espuma en la ropa; son ellos quienes ante la inevitable pregunta responden, como cada uno de los gualeguayos: "íSí, el carnaval me encanta!". Más adelante, un abuelo le saca fotos a su nieta de 5 años con una de las tantas pasistas que, vestidas con diminutas bikinis de lentejuelas y tocados de plumas, reparten sonrisas a todo el público.

Postales como éstas se repiten cada noche de carnaval en la ciudad de Gualeguay, un lugar que literalmente vive para el esta celebración, donde es difícil encontrar a alguien que no haya participado de una comparsa alguna vez: hasta su intendente, Hugo Jaime, recuerda haber sido un hábil pasista.

El "Carnaval de las Estrellas", llamado de este modo porque se espera que en sus comparsas desfilen varias estrellas del espectáculo, busca este año volver a concitar y retener el interés de lugareños y visitantes, un público generalmente seducido por la publicidad y espectacularidad de otro festejo, también famoso y cercano: el carnaval de Gualeguaychú.

De todos modos, en Gualeguay se siente el orgullo de ser pioneros en materia de "carnaval cercano a la Capital Federal".

Pero la verdad es que una vez iniciado el carnaval en Gualeguay lo único que interesa es divertirse, y de todas las formas posibles: con la familia, con los amigos, con los desconocidos. Éste es el único requisito indispensable para poder disfrutar del carnaval.

Intimidades de comparsa


Por los casi 500 metros del corsódromo del Parque Intendente Quintana, ubicado a orillas del río Gualeguay, desfilan cada noche las tres comparsas que este año animan la fiesta: Amanhá, Marabá y Bella Zamba.

Cada una de las agrupaciones recibió de los organizadores aproximadamente 60.000 pesos para realizar el armado de las carrozas y la confección de los trajes para estos carnavales.

Sin esta ayuda hubiera sido imposible montar las carrozas, algunas de hasta 6 metros de altura, y vestir a los más de 2.000 participantes de todas las edades que integran las batucadas, los grupos de pasistas y las orquestas que acompañan a las hermosas reinas de las comparsas.

Marianela Ava, de 18 años, 1,80 metros de altura, es sin duda una de las reinas más lindas; su comparsa, Amanhá, despliega cada noche todo su color mientras ella saluda desde lo alto de su "pandereta", pequeño balcón que poseen las carrozas a ese fin.

Cada fin de semana, desde las tribunas, el público delira ante el paso de las comparsas y las pasistas se acercan a saludar a los espectadores, algunos de ellos amigos, mientras la batucada hace sonar los zurdos y las "casetas", instrumentos netamente brasileños que fueron integrados poco a poco a este carnaval.

Una mujer recorre la pasarela arengando a las pasistas e indicando los pasos a realizar, como si su función fuera la de marcar las coreografías que realiza el grupo. "No, los coreógrafos somos todos", dice con orgullo.

En Gualeguay, el espíritu con el que se vive el carnaval es ése, el de la colaboración, la amistad, la no competencia; el placer de desfilar lo supera todo, tanto es así que efectivamente hay un premio para la mejor comparsa, pero si uno pregunta a sus integrantes, ninguno sabrá decir cuál es.

Sin embargo las preferencias por uno u otro grupo siempre existen, pero su despliegue hace difícil la elección; parece ser que lo importante es estar en Gualeguay y disfrutar de todo.

Amanhá, Bella Zamba y Marabá se han propuesto este año llenar de color el corsódromo, y asumen esa responsabilidad: disfrazarse y divertir a todo un pueblo durante las noches de carnaval.

Un lugar de fiesta y trabajo


Gualeguaychú, sede del tercer carnaval más importante de todo el mundo después de los de Venecia y Río de Janeiro, según sus organizadores, crea un espectáculo imponente en color y belleza, pero también genera para sus habitantes una fuente de trabajo durante todo el año.

Desde 1979 los carnavales comenzaron a ser concesionados por entidades sin fines de lucro, según lo dispuso la Municipalidad de Gualeguaychú. Esta concesión permitió a cada entidad percibir el total de lo recaudado en las entradas para que financien las nuevas inversiones que requería la puesta en escena.

Este sistema incentivó a los clubes organizadores a mejorar la calidad del espectáculo, y según un historiador del lugar, Gustavo Rivas, comenzó el milagro: "más turismo, más recursos, mayores inversiones, más calidad". Una ecuación perfecta para una ciudad que trabaja en lo que más le gusta: el carnaval.

Este año cinco comparsas participan activamente: "Marí Marí", "Ará Yeví", "O'Bahía", "Kamarr" y "Papelitos". Cuatro de ellas son las que desfilan, mientras la restante colabora en la actividad y actúa en giras por otras provincias.

Cada año desfilan cuatro, dado que la recaudación no es redituable si se divide por cinco. Una de ellas desciende al finalizar las doce jornadas de carnaval, decisión tomada por un jurado rotativo de seis integrantes.

Las comparsas en números


Cada carnaval las comparsas, compuestas por 250 bailarines, músicos, cantantes y batuqueros, además de 100 asesores que se encargan de la parte técnica, el vestuario y el sonido, presentan su majestuosidad a través de un tema o argumento que se va explicando a lo largo del recorrido por el corsódromo.

El desfile de cada comparsa, con la presentación de cuatro carrozas, dura poco más de una hora y, por lo general, lo abre un grupo llamado "comisión de frente", integrado por figuras muy visibles y trajes impactantes que buscan atrapar al espectador.

Luego aparece la "carroza de apertura" que trae consigo la presentación del tema. Las dos carrozas intermedias se ligan directamente a las escuadras que las acompañan, y la de cierre, cercada por la batucada, conlleva un mensaje final.

Los espectadores del "Carnaval del País" se detienen a observar la confección de los espaldares, aditamento que los comparseros llevan en sus hombros y espaldas como mochilas, donde aparte de su belleza, se destaca la figura que cada integrante simboliza.

Los trajes de fantasía llegan a pesar 80 kilos y son los más vistosos por su tamaño y lujo, pero no permiten al integrante bailar cómodamente. Suelen llevar ruedas para que el comparsero logre demostrar el arte del baile carioca.

La batucada, a diferencia de otros carnavales donde es un complemento de la música, es totalmente independiente. Está compuesta por 30 integrantes que llevan instrumentos sólo de percusión y el ritmo lo marcan los redoblantes, los surdó -bombos que van colgados para ser batidos por un caño- y los sicuallos -formados por múltiples rodillos que suenan al tocarlos entre sí.

Los temas o argumentos de las comparsas son ideados por el director general de cada una de ellas, que será aprobado o no por la comisión de los clubes.

En esta edición, "O'Bahía", que pertenece al Club de Pescadores, se presenta con "Odisea de Carnaval, un espacio para reflexionar", donde invita a evitar las acciones irresponsables que tienen los seres humanos frente a la naturaleza, y propone un viaje a través del sistema solar en las mágicas noches de carnaval.

"Ará Yeví", del Tiro Federal, liga su tema "Influjo del Carnaval" al nombre de la ciudad, recordando un amor indígena. Un indio, Yaguarí Guazú, se enamora de una india, Yeví, de otra tribu. Este romance es condenado por ambas tribus rivales y los amantes son condenados a pertenecer eternamente, en cuerpo y alma, a componentes de la naturaleza.

Así, el desfile de "Ará Yeví" invoca a cuatro elementos naturales: aire, tierra, agua y fuego, representados por los dos condenados en distintos momentos del día (amanecer, mediodía, tarde y atardecer) mediante impactantes tonalidades en los trajes de los comparseros.

La representante del Centro Sirio Libanés, "Kamarr", que en árabe significa "luna", eligió la consigna "Utopía, Territorio de la mente", e invita a un vuelo imaginativo, donde la mente logre llegar a un ciudad ideal: Megalópolis.

Esta ciudad tiene fuentes de deseos y de eterna juventud, patrullas cósmicas y seres robotizados, que envían un claro mensaje sobre los peligros de la excesiva mecanización del hombre.

Por último, la comparsa "Marí Marí", del Club Central Entrerriano, desfila bajo la consigna "En busca de la ciudad perdida", donde un arqueólogo local invita a un viaje en el tiempo, más exactamente al siglo V antes de Cristo, cuando una expedición de fenicios invadió tierras en busca de productos para comerciar, instalándose sobre la actual Gualeguaychú.

Desde 1997, año de inauguración del corsódromo, el carnaval alberga a lo largo de las doce noches a unas 200.000 personas, y se convierte en un lugar donde la magia carioca conmueve a los espectadores y los lugareños gozan orgullosos de ver realizado el esfuerzo hecho durante todo el año.

Valeria AzerratPaola SoldanoClaudio BenitesAbel VelázquezAlejandro ShtamoffMarta Gordillo(Télam)