Nosotros: NOS-08
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Toco y me voy: del arte de regar

A la tardecita, cuando el tapial o la casa del vecino arrojan todavía una caliente sombra, hay que proceder a regar las plantas, el patio, la vereda, la calle, el nono, el nene: todo lo que se queda quieto o se mueve puede ser regado. Esta nota no es en balde.


Vengo de un pueblo en donde el paso del regador era esperado casi con tanta unción como la procesión de la virgencita patrona del lugar: el tractor con el tanque de agua y sus grandes regaderas pasaba aplacando la impiadosa polvareda de la siesta en el verano, porque una cosa es colgar la ropa o salir a hacer los mandados en chancleta con el polvo y la tierra por el aire y otra muy distinta es hacerlo con esos rebeldes elementos vueltos a su lugar por la fuerza ordenadora del agua. La primera pasada formaba una película tipo cobertura de chocolate en la calle polvorienta, pero la segunda aplastaba y domaba nomás al tierral y si alcanzaba el agua o la paciencia del único empleado municipal (que podía ser sobornado de todas maneras con tortas fritas o un porrón fresco, y que igual podía descargar cuestiones personales contra fulanito o menganito, al que le cerraba la canilla cuando empezaba su casa y la abría al milímetro cuando terminaba la propiedad: no hay que pelearse con el regador) una tercera pasada generaba ya bienestar para el resto del día: el nono sacaba su silla, la nona la mecedora, el nene la bicicleta y todo el barrio respiraba contento.

A menor escala, en cada casa, después de las cinco de la tarde y cuando ya el sol no daba en forma directa sobre el patio, la nona se encargaba de conectar la manguera y repartía parejo para todo el mundo, vegetal o humano, para cumplir con el doble compromiso de mantener fresco el lugar y no dejar secar las plantas.

En muchos lugares, el procedimiento incluye también sacar el agua servida de las cunetas y esparcirla por la calle de tierra. Los humanos a veces somos así: correr esto que está acá y llevarlo un par de metros más allá, donde parece que molesta menos. Para el agua de las cunetas, se han inventado, made in casa, verdaderos sistemas de riego consistentes en palos de escobas con latas de conserva, de leche en polvo o de lo que fuera, según la fuerza impulsora (cuando la nona sale decidida puede tirar tachos de combustible de los grandes sin que se le despeine un jopo), el área a regar, la cantidad de agua estancada a extraer. No es que se hiciera un estudio de marketing para eso ni se llamaba a una consultora. A lo sumo te decían guarda que va y más vale apartáte rápido, porque cuando la nona dice va, va.

Uno puede mecanizar el procedimiento semicircular, tipo guadañazo, alzando el agua y completando el giro para volcarla en la calle, justo cuando pasa don Cosme en bicicleta. Don Cosme suele pedalear despacio, va de punta en blanco a jugar a los bochas y es distraído y saludador como japonés con visitas. La nona no suele ni mirar ni saludar cuando trabaja, y don Cosme se puede comer tres tarritos llenos de agua de dudosa pureza antes de que alcance a protestar o la nona a corregir la dirección de su exclusivo sistema de riego. Y bueno, quién lo manda a pasar justo cuando uno está regando.

La ciudad encontró formas más sofisticadas y haraganas de regar patios y veredas. De golpe uno va paseando por el barrio residencial y se asoman sin previo aviso, como cobras enojadas, esos regadores computadorizados que se encienden, pongámosle, a las siete de la tarde. Yo descreo de la eficacia de la computación en la Argentina, porque hasta la mecanización y automatización por estas tierras es jodida: a mí que no me digan que la máquina de porquería ésa no se enciende justo cuando yo paso debajo y con los paquetes del súper en las manos. Jodido tener las manos ocupadas cuando te escupen al unísono ocho canillas sincronizadas. Jodido llegar con el papel higiénico húmedo a tu casa. Jodido el vecino y su presuntuoso sistema de riego.

No sé qué piensan ustedes, porque no es cuestión de negar el progreso y las ventajas y ahorro de tiempo que genera (no entiendo en realidad para qué uno quiere ganar tiempo) un sistema de riego de este tipo, pero el riego manual tiene esa capacidad de sedar, de tranquilizar, de humedecer nuestras prisas y tensiones. Yo a la nona nunca la vi con estrés. Ella ejecutaba sin tanta pompa ni pretensiones su propio sistema de riego. Mah, qué aspersión ni automatización. La nona era partidaria del riego por dispersión: dispérsense rápido que viene el baldazo.

Néstor Fenoglio