Opinión: OPIN-02

Leyendas de carnaval

Por Zunilda Ceresole de Espinaco

La Chaya (leyenda popular)


En el noroeste argentino se denomina chaya al carnaval, fiesta grande del año en donde la alegría empuja las penas al país del olvido y también se destierra por siete días a la fiel compañera de los serranos: la soledad.

La chaya vocifera en las cumbres anunciando su llegada con risas y gritos jubilosos acompañados por coplas, cajas y bombos; los grupos de chayeros van de rancho en rancho, se entrecruzan en los caminos y en todos lados juegan utilizando tres elementos indispensables para estos festejos, como lo son: el agua, la albahaca y el almidón.

El pueblo riojano atesora como joya cultural una antiquísima leyenda que relata que una india, en época de carnaval, se enamoró profundamente de un chayero. Lo siguió por doquier y con él conoció el amor que anidó en su alma pura e inocente como tierna paloma, apasionada y sensible a la vez.

Ella acostumbraba llevar en su blusa de percal un ramito de albahaca y un día antes de la finalización de la fiesta, prendió un ramito de la hierba en la cinta del sombrero de su amado, era su ofrenda de amor, un mensaje silencioso que vaticinaba que las verdes hojas del vegetal perfumarían su romance por el resto de sus días.

Terminó la chaya y el hombre regresó a su lugar de origen, dando por terminada la relación. Antes de partir, éste permaneció insensible a los ruegos inundados por el llanto de la joven mujer.

Una lechuza lanzó un chistido que encendió la primera estrella, que somnolienta inició un parpadeo con mirar plateado. Entonces, sólo entonces, la desdichada echó a correr sin rumbo fijo hasta que llegó a un cerro y comenzó a trepar por él.

Agotada, se sentó sobre una roca y lloró. Sola, triste y sin consuelo, era la viva imagen de la desolación y el abandono.

De pronto, levantó sus ojos hacia la luna y le pidió que su sufrimiento no fuera olvidado, que en cada chaya futura el recuerdo de su desdicha se hiciera presente durante los festejos.

Luego, incapaz de soportar su desilusión, quebrada su voluntad, se echó a morir. Al año siguiente, por embrujo de la luna, se comenzó a jugar con agua, simbolizando el llanto que había vertido; se tiró almidón que cayó como lluvia de luna en clara alusión a la niebla que rodeó su cuerpo y su espíritu en la alta cumbre y se utilizaron gajos de albahaca en juegos en que los mozos y las mozas se pegaban suavemente con ellos para que, del aroma exhalado, surgiera un amor tan sincero como el que ella había profesado al ingrato.

Esta costumbre perdura, aunque muchos ignoren el real motivo de su origen.

El disfraz de Arlequín (Leyenda italiana)


Un niño muy pobre llamado Arlechino concurría a la escuela merced al gran sacrificio que realizaban sus padres, quienes deseaban para su único hijo un destino mejor que el propio, signado por la ignorancia y la miseria.

En la misma, se estaba preparando una fiesta y todos los niños iban a lucir un traje nuevo en dicha ocasión.

Los escolares, entusiasmados, comentaban sobre la vestimenta que estrenarían, sólo Arlechino mantenía sus labios sellados y en sus ojos claros se atisbaba una gran tristeza.

Cuando estaba a solas, el llanto multiplicaba su humedad celeste, en tanto las lágrimas corrían por sus mejillas. Su pena era muy honda, sería el único que concurriría con su trajecito gastado.

Sus compañeritos intuyeron el motivo de la tristeza de Arlechino. Entonces, pensaron en regalarle tela para que la madre le hiciera un traje y no se les ocurrió otra idea que pedir cada uno a su mamá un pedazo de género.

Cuando los reunieron se encontraron con que cada pedazo tenía un color distinto y no sabían qué hacer.

Arlechino, muy contento, tomó los retazos y les aseguró que su madre le confeccionaría con ellos un traje muy bonito.

Al llegar a su humilde hogar, con ojos brillosos por la alegría entregó a la mamá lo que él consideraba un apreciable tesoro y le pidió que le hiciera un traje.

La pobre mujer, al notar la ilusión de su hijo y observar los retazos coloridos, se desesperó; mas, mientras el niño dormía, con paciencia infinita y guiada por su amor, ingeniosamente cortó en rombos las telas de diferentes colores, combinó los tonos y le confeccionó un traje muy original.

El día de la fiesta, Arlechino se presentó con su traje nuevo, que resultó ser el más vistoso de todos y causó admiración. No podía ser de otra manera, porque había sido fruto del inmenso amor de una madre y de la bondad de unos niños.

En carnaval es característico el uso del traje de arlequín que se acompaña con un antifaz, su originalidad y colorido lo hacen tan atractivo como lo fuera en tiempos de Arlechino.