Bicicletas: mal uso de un buen vehículo
La forma en que se conducen las bicicletas en la vía pública, sin duda está en la cúspide de los malos hábitos del tránsito santafesino.
Convencidos de que cuentan con las mismas posibilidades de prepotencia que sus parientes cercanos, los motovehículos y automóviles -como por ejemplo, invadir sendas peatonales en las bocacalles-, no pocas veces su inconducta también causa problemas a los peatones.
La ausencia de patentes y cualquier otra clase de identificación combinada con la total indiferencia de los inspectores de tránsito, concede a quienes están al mando de estos vehículos de autopropulsión a sangre, la absoluta certeza de que ninguna penalidad les será aplicada. En este punto se sienten -y están- tan ajenos a la posibilidad de recibir una boleta de multa como cualquier transeúnte.
Lo malo es que ante esta realidad, las autoridades de tránsito tampoco han ordenado al personal uniformado que recorre las calles que oriente y en su caso sancione a los ciclistas -siquiera verbalmente y con el debido respeto- para corregir el desorden y las transgresiones propias del tránsito de bicicletas.
Quien se impulsa a pedales sabe que está al margen de cualquier tipo de reprimenda, molestia e, incluso, de simples llamados de atención. Y lo dicho vale tanto respecto del cruce de un semáforo en rojo, el zigzagueo en medio de una avenida de alta velocidad, el tránsito de cuadras y cuadras en amenas charlas de parejas con otros ciclistas -hasta el punto de formar verdaderas barreras que impiden una fluida circulación-. A la hora de marchar a contramano no dudan en hacerlo y tampoco en doblar cometiendo esa infracción a alta velocidad. Total, si viene otro vehículo deberá parar o de lo contrario, como suele ocurrir, se producirá un choque evitable y quizá lesiones graves sin ningún otro motivo que la imprudencia y la irresponsabilidad plasmadas en hábitos peligrosos.
Entre los automovilistas, el comportamiento de los conductores de los vehículos de dos ruedas es materia de constante comentario, preocupación e indignación. Y últimamente, -aunque no haya denuncias policiales- basta conversar con conductores de taxis y remises que a diario están en la calle para saber que en no pocos casos ante lo enervante de ciertas situaciones, éstas han derivado en insultos e, incluso, golpes de puño.
Con mordaz certeza, recientemente un lector de El Litoral hizo una comparación valiosa en nuestra sección de cartas que debería movilizar a los responsables de poner orden. Es cierto lo que sostiene Miguel A. Crespi, de la entidad Valoremos La Vida: en nuestra ciudad las bicicletas son como las vacas sagradas de la India. Pueden moverse con la libertad irracional de esos cuadrúpedos protegidos por las creencias religiosas de la distante y milenaria cultura asiática.
El tema ha explotado en los últimos años. Desde el municipio la acción correctora más importante tuvo lugar hace ya varios años, cuando se aprovecharon terrenos ferroviarios que atraviesan buena parte del ejido urbano para crear ciclovías. Como ocurriera en otras ciudades del país sin duda fue un acierto municipal cuya principal debilidad (como en otras áreas de la ciudad) es la falta de seguridad en ciertos sectores y horarios.
Fuera de esa decisión de la anterior gestión municipal, poco y nada se ha hecho para ponerle coto al irracional desplazamiento de ciclistas que ponen su propia vida y las de los demás en serio riesgo.
El anuncio de que se crearía un registro de patentamiento demora tanto que ya parece haber quedado en el olvido y el sano debate que causó en cuanto la Municipalidad dijo que lo pondría en marcha, ha quedado adormecido.
Si el mecanismo pensado es engorroso, deberían buscarse caminos legales para sancionar al ciclista que no respeta las normas de tránsito. Un mecanismo correctivo podría ser la retención del vehículo por un determinado número de días -sin pago de multas- según la gravedad de la falta cometida. Y en el caso de los menores, la obligación de que los padres concurran al municipio a recuperar el rodado.
Al mismo tiempo, deben aumentar las ciclovías existentes, crear vínculos y sendas especiales en otras calles de uso exclusivo, porque se trata de un vehículo limpio, económico y sano que debería ser un aporte al bienestar urbano antes que el problema que hoy genera.