Pantallas y Escenarios: PAN-01

Anthony Quinn, el indio

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Actor en casi 200 películas, fue ejemplo de vida y obra. El famoso baile de "Zorba el griego" seguramente eternizará a Anthony Quinn, leyenda del cine, capaz de convertirse en la pantalla en un hombre universal, un gigante más grande que la vida misma y que interpretó a todos los personajes posibles.


No hubo nacionalidad ni papeles que se le resistieran a este actorazo nacido en México, nacionalizado estadounidense y ciudadano del mundo. "Soy Zorba", afirmó en más de una ocasión este actor, enamorado de la pasión por la vida que sentía como propio el personaje de la obra de Nikos Kazantzakis.

Esa pasión concluyó en un hospital de Boston a los 86 años. El intendente de esa ciudad Vincent Ciandi, que era su gran amigo, sintetizó muy bien su personalidad al decir: "Es más grande que la vida. Cualquiera que sienta respeto por un verdadero artista lo echará de menos. Fue un hombre renacentista con una inteligencia y una visión que traía una gran claridad a cada momento que pasabas junto a él".

De la admiración y el elogio


Dolores del Río lo llamaba "indio", para definir desde sus rasgos hasta la obra de este actor que supo alzarse de la mayor pobreza, que vivió en su infancia como emigrante mexicano primero en El Paso y luego en Los Angeles, hasta convertirse en una estrella de inmensa fortuna, pero que nunca lo modificó. Siempre fue el indio Quinn.

"Trabajar con él fue un gran aprendizaje. Un hombre que sabe disfrutar delante de la cámara y se maneja con toda libertad. Lo suyo fue una lección magistral de alguien que no tiene miedo a nada", dice Keanu Reeves. "Es un intuitivo genial, pero además es capaz de trabajar sobre esta intuición, dice Federico Fellini". Y así pueden sumarse declaraciones de muchos, de todos los que lo conocieron.

Quinn le gustaba describirse como hijo de la revolución, ya que sus progenitores se conocieron mientras luchaban con Pancho Villa. Antes que actor fue boxeador, cura, saxofonista, limpiabotas e incluso arquitecto, frecuentando la amistad de Frank Lloyd Wright. En el cine encontró su camino y su primer amor, en la hija adoptiva de Cecil B. De Mille, Katherine. También el triunfo, consiguiendo dos premios Oscar.

Su pasión no estuvo alejada del escándalo. Casado en tres ocasiones y con 13 hijos concebidos con cinco mujeres diferentes. Si el divorcio de su primera esposa fue ya un escándalo, al dejar al descubierto los dos hijos que había tenido fuera del matrimonio con la que sería su segunda esposa, Yolanda Addolari, la siguiente separación no sería menos escandalosa, en esta ocasión para casarse con Cathy Benvin, de 35 años, cuando Quinn ya tenía 82.

Un actor ejemplar


Su vida es más formidable que muchos de sus filmes, y él mismo la cuenta en sus dos libros autobiográficos: "El pecado original" y "Atardecer repentino", traducidos a 18 idiomas.

Quinn supo ganarse el respeto y la admiración, además de la fortuna, con su dedicación al arte, en especial la pintura y la escultura, una de sus principales aficiones en los últimos años.

"La mejor inversión que uno puede hacer en arte es en Anthony Quinn. Espero que viva para siempre, Dios lo quiera, pero es un artista increíble y su cotización se triplicará si algún día le pasa algo", afirmó hace poco Arnold Schwarzenegger, coleccionista de arte, actor y amigo.

Quinn, el indio de voz cascada, el actor que era inseparable de su voz, hizo muchísimas películas, pero de todas ellas no es la mejor la emblemática Zorba. Su arte nunca brilló tanto como en una de sus películas menos conocidas: "Requiem para un luchador" de Ralph Nelson, en donde interpretaba a un boxeador en decadencia. Su otro gran personaje fue el Zampano de "La strada" de la mano de Fellini. Significativamente, dos personajes derrotados y a la vez de una fuerza y entereza enormes para asumirlo, algo que sin duda le ayudó mucho en su vida.

Juan Carlos Arch