Paul Krugman tenía razón
En setiembre de 1994 estuvo de paso por Buenos Aires uno de los más lúcidos y jóvenes (39 años) economistas de la Universidad de Stanford y el Instituto Tecnológico de Massachusetts (EE.UU.). El New York Times lo califica, aún hoy, de "superstar", y además es candidato a Premio Nobel de Economía. Se trata de Paul Krugman. Ahora tiene 46 años.
En esa oportunidad, en que fue invitado por Adeba (Asociación de Bancos Argentinos), este economista liberal, polémico, caracterizado por su frontalidad sin vueltas, profesor, escritor, halagado por docentes veteranos, dijo en Buenos Aires cosas que cuestionan gran parte de los postulados económicos que se escuchan aún hoy día.
Krugman lanzó al auditorio de políticos, banqueros, asesores, funcionarios y curiosos -Cavallo y los gurúes de la City, entre ellos- una pregunta clave: "¿Qué es lo que se requiere para lograr un éxito duradero en la economía mundial hoy?".
Interpretando el espíritu de la reunión, Krugman indicó: "Sé que la mayoría de los líderes de las empresas y algunos políticos contestarían: ser competitivos en los mercados mundiales". Krugman miró fijamente al auditorio, expectante, y agregó: "Desafortunadamente están todos equivocados. Por un lado -les espetó- nadie, nadie de ustedes sabe qué significa competitividad... Lo que es realmente importante para el crecimiento no es la competitividad, sino la productividad, que no es en absoluto lo mismo". (A ese mismo auditorio podríamos decirle que tampoco es lo mismo "crecimiento" que "desarrollo".)
Es que la competitividad aludiría sólo a una fase, la comercial. Un país sería "competitivo" si llega a exportar con solidez, o es un lugar atractivo para invertir, atraer capitales. Pero el comercio exterior es escasamente una pequeña fracción de la producción nacional. A tal punto que Krugman recordó: "América del Norte y Europa occidental gastan menos del 9 % de sus ingresos en importaciones fuera de la región".
No obstante, un país puede exportar y ser, entonces, "competitivo" por alguna razón de política comercial o atrayendo capitales por tentadoras altas tasas de interés internas. Pero eso es otra historia que se puede verificar con lo que sucedió en México.
En síntesis, según los criterios de Krugman, se estaría confundiendo efecto con causa, porque la competitividad es una fase comercial de lo que realmente hace progresar a las naciones, y que es "la productividad", que se logra con inversión en el capital humano y físico.
Por supuesto que esta introducción le sirvió a Krugman para advertir en relación con Latinoamérica algo que suena a "herejía" en estas latitudes (recuérdese que la conferencia fue en 1994): "En el devenir de los cinco o seis años, hubo una revolución parcial de políticas en varias naciones de América latina. Muchas de las malas y antiguas que impedían el crecimiento a largo plazo han sido eliminadas. Estas reformas -consideró Krugman- en cuanto a la política han sido recompensadas inmediatamente por los mercados internacionales de capital, poniendo fin a la era de la crisis de la deuda. Lo que no ha ocurrido aún es ese tipo de transformación que va a generar no solamente una recuperación súbita sino un crecimiento económico a largo plazo y sostenido".
Por eso, para Krugman, la "triste historia" de América latina podía llegar a repetirse. Porque no avanzaba en el camino de la productividad. Hoy día los hechos le dan la razón a Krugman. La inversión sigue estando por debajo de los guarismos de la década del ochenta, se orienta a los sectores de servicios y no está apoyada en el ahorro interno, sino en el endeudamiento.
Por otra parte, lo sustancial -si no todo- del ahorro se destina al pago de las obligaciones financieras, que se han acrecentado por las altas tasas domésticas de interés en relación con las internacionales. Sectores clave, por tecnología y por capital humano, como bienes de capital, han sido sustituidos por la importación. El mercado interno está fragmentado, con las economías regionales arrasadas, sin perspectivas de producción y empleo.
Pese a todo, si se miran con atención las ramas competitivas de la producción, que si estuvieran exportando, ello se debería a los efectos de la política comercial, por contar con regímenes especiales.
Por último, a aquella conferencia de Krugman siete años atrás se la relativizó de manera tal que los únicos que la recordamos -creemos- somos quienes suscribimos esta nota. Los operadores de turno la barrieron y la pusieron debajo de la alfombra. Son los mismos que nos llevaron a la situación caótica que padecemos, y vuelven a insistir con recetas que fracasaron rotundamente.
A tal punto es su desorientación que, cuando todo el mundo pone en duda y cuestiona a los economistas del Fondo Monetario Internacional, Cavallo y De la Rúa cada diez días sacan "un conejo" de la galera para complacerlos: impuesto al cheque, planes de competitividad, megacanje, empalme de la convertibilidad.
Y discursos, conferencias, viajes, promesas y hasta el remanido y fallido vaticinio que a coro entonaban Menem y Cavallo: "Todos los países de la región y del mundo nos van a imitar".
Conclusión: lo importante es la productividad, no la competitividad que, como dice Krugman, nadie sabe qué es.
Miguel KilibardaRicardo Schritter