Viajes: Fez, laberinto de Las Mil y una Noches
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Una visita a la ciudad imperial más antigua de Marruecos. Surgió en el siglo IX y encierra los misterios de la compleja cultura islámica.
Penetrar en el intrincado espíritu árabe y tratar de comprenderlo es una tarea asaz complicada y de resultados inciertos, dada la diferencia que tiene su cosmovisión con la nuestra.
Sin embargo, parte de esa compleja trama aparece explícita en algunas ciudades, entre las que a mi entender se encuentra Fez, la más antigua Ciudad Imperial de Marruecos, erigida en el siglo IX. Más aún, la Medina o antigua "Citadelle" ofrece al asombrado visitante las ondas increíbles del misterio que acompaña en estos lugares del Islam.
Sabido es que esta religión excluye terminantemente a las representaciones de figuras humanas o de animales que, a diferencia de otros credos, son consideradas sacrílegas. En su lugar aparecen los arabescos o caracteres de la escritura árabe, que ofrece un espectáculo decorativo tan característico, que no puede imaginarse una mezquita, un palacio o una medersa, en el que estuviera ausente esta complicada trama artística.
Pero lo más sorprendente es que en estos grafismos se encuentran representados los versos de los más inspirados poetas árabes, como así también Versículos del Corán, que Mahoma El Profeta (570-632) hiciera grabar en 114 "suras" y 6.226 "versículos" en el Libro Sagrado del Islam. No debe sorprendernos si tomamos en cuenta la extrema religiosidad de estos pueblos, que la manifiestan rigurosamente, prosternándose con la mirada en dirección a La Meca, con una letanía sobrecogedora que reza: "Allah-u-Ajbar" (que es una alabanza a su dios).
En la Medina de Fez, el tiempo se detuvo hace más de un milenio. Una de sus características salientes la constituyen sus laberínticas callejas, con frecuencia techadas con un entramado de finas cañas que producen en el paseante una sensación alucinante. En efecto, cuando el sol se filtra entre los intersticios de la sutil techumbre nos sorprenden escenas que se corresponden más con el mundo onírico antes que con la vigilia; una muchedumbre abigarrada camina, negocia, grita y susurra, eludiendo apenas el paso de los jumentos, borricos y mulas cargadas con alfombras, cueros y toda clase de mercaderías.
Las tiendas que bordean estas retorcidas callejas son lugares poderosamente atractivos. En muchas de ellas, infinidad de objetos de metal resplandecen en la semipenumbra; en otras, el protagonismo lo tienen, sin dudas, las legendarias alfombras profusamente decoradas. Son infaltables las boticas con plantas medicinales que todo lo curan. También se exhibe ropa exótica como: caftanes, velos, babuchas, chilabas, sedas y brocatos que se hacen irresistibles a los ojos femeninos.
De pronto aparece detrás de las bambalinas un vendedor apasionado, que hablando todos los idiomas imaginables muestra las ventajas de una compra en su negocio. Pero el viajero no debe olvidar que está obligado al "juego del regateo", so pena de inferir una ofensa al vendedor árabe.
Sin embargo, cuando uno cree que ha agotado el cúmulo de sorpresa que ofrece Fez, de pronto se enfrenta con un espectáculo absolutamente inesperado: al rayo del sol ardiente aparece un suelo cribado con una multitud de cráteres multicolores, donde se curten y tiñen los cueros. Casi sumergidos en estas tintas, aparecen con movimientos constantes de sus pies "los marroquineros", personajes sacrificados, a quienes las extremas condiciones de trabajo casi les impiden llegar a la vejez.
Además del hedor insoportable, el sol implacable, los pies carcomidos por los ácidos, este procedimiento de curtido de cueros se parece más a una sesión de tortura que a una actividad laboral.
Párrafo aparte merece el "zoco" (mercado) de comestibles, donde obviamente no pueden faltar los dátiles, las aceitunas, frutas secas, garbanzos y, por supuesto, una cantidad increíble de especias multicolores que inundan el ambiente con un aroma que terminará siendo inolvidable para el viajero.
Cerca o dentro de todo gran mercado hay un café, es una vieja institución árabe. Allí se reúnen sólo hombres que juegan a las cartas o al dominó, mientras fuman tabaco en un "narguile" (pipa de agua) que es compartido por todos los parroquianos. Ningún "marroquí" que se precie deja de concurrir diariamente a estas tertulias.
Mientras tanto, las mujeres, cuyo acceso a estos lugares está aún vedado, se ocupan de realizar las tareas del hogar y también de amasar el pan, que luego cocinarán en hornos colectivos. Este lugar constituye uno de los pocos donde la mujer puede encontrarse con sus congéneres y comentar las cuestiones propias de su sexo. Pero su tarea es aún más densa, pues en su casa debe atender y conciliar a por lo menos tres generaciones de familiares: sus hijos, sus padres y frecuentemente los abuelos. Además no es infrecuente que deba compartir su marido con otras mujeres, ya que la poligamia es aceptada por las leyes del Corán.
La Medina es un micromundo dentro de otro más vasto, donde quedan por descubrir el legado de centenares de andaluces expulsados de España y Kairouan, que instalados en las dos orillas de Fez aportaron a esta ciudad el arte y la cultura de una civilización en pleno auge, dejando como legado el Barrio de los Andaluces, que sorprende por sus numerosos y bellísimos palacios. En ese lugar se destaca la Mezquita de los Andaluces y su imponente portal Norte, ornado por finas filigranas policromadas.
Los nativos de Kairouan, por su parte, sellaron su impronta con una verdadera e imponente obra de arte hispano morisco: La Mezquita Karaouiyine, venerada en todo el Maghreb, santuario donde peregrinan miles de fieles desde los más apartados lugares del país.
Además, es el centro de enseñanza más antiguo del mundo occidental y hoy en día uno de los principales del Maghreb.
Al antiguo Barrio Judío se accede por una gran puerta coronada por gruesas bóvedas. Allí comienza una calle bordeada de joyerías, donde se exponen las más bellas y costosas joyas y los más famosos y tradicionales cinturones de oro y piedras preciosas, que los maridos adinerados regalan a sus esposas.
"La" o "las" afortunadas esposas lo exhibirán orgullosas ante sus congéneres, pues es una indiscutible prueba de amor de su amante esposo.
Imposible sería enumerar todo lo que se puede comprar en estos refinados negocios, donde existe una premisa para tener en cuenta si uno es turista: la mercadería que uno toma en las manos para examinarla es considerada vendida por el dueño del negocio. Son las reglas del juego...
Un sol inmenso y rojo iba esfumándose en el poniente. Es un momento alucinante, donde todo parece detenerse para dar paso al llamado imperioso del "muecín", que desde el minarete de la Medina de los Andaluces llama a la última oración del día.
Desde los cien minaretes de Fez, la oración se va multiplicando hasta el infinito. Es un instante único y misterioso que recuerda pasajes de "Las mil y una noches".
Nidia Catena de Carli