Candioti, las mulas y la guerra
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Francisco Candioti fue uno de los más importantes terratenientes del Virreinato. El negocio de la cría y exportación de mulas fue la base de su negocio.
Hasta la Revolución de Mayo, Santa Fe fue un enclave estratégico en las comunicaciones. Una línea imaginaria unía Asunción del Paraguay con Buenos Aires, pasando por Santa Fe. Y otras líneas imaginarias unían Santa Fe con el Alto Perú por un lado y con Chile por otro. Sobre esas líneas imaginarias se establecieron las rutas y la ciudad creció mucho por eso, pese a las sequías, las inundaciones, las mangas de langosta y la guerra contra los indios.
Desde el siglo XVII la ciudad fue el principal núcleo de redistribución de yerba mate, azúcar, tabaco y miel que llegaban desde Paraguay y se enviaban a todo el Virreinato. Esto generaba a su vez otras actividades económicas. Se requerían casas de alquiler y almacenes (negocio inmobiliario), se pactaban arreos (distribución) y se fabricaban carretas (transporte). Además se precisaba dinero para mantener todas esas actividades (financiamiento). Un verdadero emporio.
Fue por eso que desde principios del siglo XVIII hubo mercaderes (llamados "estantes" porque no eran "residentes") pioneros, que prefirieron asentarse en la ciudad para sus operaciones. Entre ellos estuvo Antonio Candioti y Mujica (padre de Francisco, el patriarca santafesino), quien en 1734 ya andaba haciendo negocios por Lima, comprando telas importadas de Castilla y trayéndolas a lomo de mula hasta Santa Fe, desde donde las distribuía por vía fluvial a Buenos Aires y Asunción.
Antonio Candioti fue un patricio, título con el que en Europa, desde la Edad Media, se designaba a los mercaderes de larga data que habían prosperado con su negocio. Su hijo, Francisco, nacido en Santa Fe, fue mucho más que eso. Fue uno de los más grandes terratenientes del Virreinato (tal vez el mayor) hasta entrado el siglo XIX, además del principal exportador de lo que ahora se llaman "productos no tradicionales", de origen nacional, aun cuando todavía no existía ningún concepto de nación. También fue un pionero del "industrialismo", pese a que ese tipo de actividad fue mal vista por la tradición "hidalga" hasta el siglo XX. Y también fue el primero en integrar, con importante cuota de poder, una suerte de "compañía multinacional" que operaba sobre todo el territorio del Virreinato del Perú. Lo que no es poca cosa.
El gran descubrimiento de Francisco consistió en que un día, además de fijarse en la calidad de las telas, como le había enseñado su padre, puso atención en las mulas. En su juventud, continuando el oficio familiar, Francisco hizo una breve incursión mercantil a Lima.
Hombre de olfato para los negocios, pronto descubrió que la clave comercial del Perú era la minería, que las minas estaban en plena montaña, que para entrarle a la montaña había que tener mulas y que la sobredemanda (aunque entonces no se llamaba así) de mulares había disparado los precios de estos animales. Cortó por lo sano. Además de la mercadería que había llevado vendió parte de sus mulas y se vino con más dinero del que había previsto traer.
Según cuenta Parish Robertson (un inglés que buscaba oportunidades de negocios por la región y que terminó urdiendo una colosal trapisonda, coimas incluidas, entre el Banco Baring de Inglaterra y el gobierno de Rivadavia, con un empréstito por un millón de libras esterlinas), Francisco Candioti tenía una tez muy blanca y ojos celestes "como si hubiera pasado la vida en Noruega", cabello largo y rubio y carácter jovial.
Por ese último dato, es lícito imaginar que el joven Candioti debe haber regresado de aquel primer viaje a Lima con una sonrisa de oreja a oreja. Las mulas estaban fuera de todo el fárrago impositivo español (las mercancías españolas llegaban al Río de la Plata con 500 ó 600 por ciento de recargo), eran "made in Indias" (aunque tampoco eso se decía así en aquel entonces) y además el comercio con animales en pie no estaba tan duramente gravado dentro del Virreinato, excepto el habitual diezmo y la cuadropea (por las cuatro patas).
El negocio se presentaba redondo (una mula de exportación costaba hasta diecisiete pesos y un vacuno apenas dos) pero para eso había que producir mulares masivamente. Los santafesinos ya criaban mulas que exportaban, pero lo hacían en un rango menor. Había que encarar el negocio de otra manera. De modo que el joven Candioti decidió invertir los diez mil pesos, ganados en su primer viaje al Perú, comprando tierras en Entre Ríos (que se llamaba La Bajada y era parte del territorio santafesino, merced a la extrema largueza de Juan de Garay) para criar mulas y luego exportarlas.
Además, Entre Ríos y la Banda Oriental ya eran zonas productoras de mulares, que habitualmente los jesuitas vendían a los ejércitos brasileños, su principal mercado, aun cuando estaba prohibido hacerlo. (Otro motivo para que la Corona los tuviese entre ojos). Pero Candioti también pudo tener otro argumento para comprar allí. Entre Ríos estaba libre de indios luego de la guerra de exterminio que libró Vera y Mujica en 1742. Es probable que ésa fuese la principal razón de la compra y no el precio, porque el precio de las tierras, a mediados del siglo XVIII, prácticamente no existía.
En aquellos tiempos la tierra no tenía un específico valor monetario. Los cálculos de compraventa se hacían por lo que la tierra tenía encima: animales, esclavos o bienhechurías (en ese orden), o por los rodeos que, más o menos a ojo, podría tener. Es así que el valor de un campo de cinco leguas de largo por dos y media de ancho (aproximadamente, veinticinco kilómetros por doce) se calculaba de la siguiente manera: por 8.000 cabezas de ganado, 4.000 pesos; 5.000 caballos, 1.875 pesos; ranchos y corrales, 500 pesos. En total, 6.375 pesos. En esa suma la tierra no contaba e iba como bonificación para el comprador. Si se piensa que, cuando el negocio maduró, en cada viaje anual Candioti traía entre 18 y 20 mil pesos de ganancia (época en la que también, curiosamente, un peso valía un dólar, aunque ésa es otra historia), es posible entender que luego de cada expedición comercial al Alto Perú estaba en condiciones de comprar hasta tres propiedades como la descripta. Que fue lo que más o menos sistemáticamente hizo, tratando de que fuesen campos linderos con los que ya poseía. Hacia 1650, una legua cuadrada costaba un peso (igual que una vaca) y en 1780 unos 25 pesos. Los documentos dicen que "los campos de Candioti se prolongaban más allá de la margen izquierda del río Uruguay y del territorio de la República del Brasil". Mirando un mapa actual, puede tenerse una idea de hasta dónde llegaban los intereses territoriales de Candioti. Da escalofríos.
Al finalizar el siglo XVIII, Candioti tenía más ganado, más esclavos y más tierra que cualquier otro propietario particular por entonces e incluso más que la Iglesia. Sus campos se galopaban en días enteros y el dinero entraba a torrentes en sus arcas. Siempre según Parish Robertson, en la primera década del siglo XIX, Candioti era propietario de no menos de 600 leguas cuadradas (para esa época la legua cuadrada ya costaba entre 30 y 40 pesos), cuando la propiedad más extensa de entonces era la hacienda "Las Niñas Huérfanas", en la Banda Oriental (propiedad de los jesuitas hasta su expulsión y luego de la Hermandad de la Caridad de Buenos Aires), con 40 leguas cuadradas de tierra, treinta mil cabezas de ganado y 30 esclavos.
Es obvio que los datos que maneja Parish provienen de lo que el propio Candioti le contó. Pero Candioti, que no en vano había crecido tanto, no le contó todo al inglés. Nunca le dijo, por ejemplo, cuánto estaba realmente facturando por año. Si Parish lo hubiese sabido, quizás habría intentado embarcar a Candioti en alguna clase de mega negocio internacional. Candioti, intuitivo y prudente, habrá querido seguir en lo suyo, que eran las mulas.
De acuerdo con los registros notariales de la feria de Sumalao en Salta, el hipermercado donde los mulares eran vendidos a los compradores peruanos y bolivianos, sólo entre 1799 y 1810, Candioti pasó facturas por no menos de 23.955 mulas por un valor de 335.374 pesos, de los cuales, 63.750 fueron cobrados en el año 1809.
Para tener una idea de cuánta plata era eso, baste saber que en 1822 (trece años después), la recaudación fiscal de la provincia de Santa Fe, incluyendo Aduana, Diezmo (destinado a la Iglesia), Alcabala (impuesto sobre las transacciones comerciales), el de Pulperías y otros, alcanzaba a 13 mil pesos anuales. El 5 de julio de ese mismo año de 1822, la Legislatura de Santa Fe premió a Estanislao López por su victoria sobre el entrerriano Francisco Ramírez, ascendiéndolo a Brigadier General con un sueldo de 2.500 pesos anuales. Lo que se diría un sueldazo para la época.
La comparación sirve para entender que la fortuna de Candioti había crecido exponencialmente, superaba por mucho a cualquier otro propietario y "el hombre mismo debe haberse hecho excesivamente grande", tal como encomilla el propio Parish Robertson. Hay quienes dicen que la humildad es la forma más decantada del orgullo, o del poder. Tal vez por ello don Francisco (en aquella época el trato de "don" se le daba a quienes tenían más de dos mil cabezas de ganado -Candioti llegó a tener quinientas mil- cualquiera fuese su edad), cuando ya frisaba los 70 años, era un hombre patriarcal y sereno, con esa sencillez libre de quien está más allá del bien y del mal, ataviado con un vestuario exquisito "a la moda y estilo del país", que incluía botas de potro ajustadas como un guante y faja de seda carmesí a la cintura, cruzada por un facón de grandes proporciones con mango de plata maciza en una vaina marroquí. Unas pilchas de gaucho de lujo, que la guerra federal hizo olvidar y que recién fueron retomadas, con lógicas variantes, por algunos estancieros y "personajes principales" casi cien años después, cuando volvieron las vacas gordas, una vez que Julio Argentino Roca abriera cancha hasta el Río Negro a los terratenientes de Buenos Aires.
También decían que Candioti era amigo de bromear y hacer chanzas. Lo que no decían, porque tal vez pocos lo sabían, es qué hacía cuando no criaba y arreaba mulas. Por ejemplo, casi nadie supo que había comprado tierras en Paraná en 1800, registrándose como "industrial", con el probable propósito de explotar yacimientos de cal. O que desde 1804 (Candioti ya tenía 61 años) era consocio y cofinancista de Olavegoya-Castillo, el trust comercial de capitalistas hispano-altoperuanos, controlado por los propietarios mineros peruanos y a su servicio, que manejaba "todo" el negocio de exportación de mulas producidas en los campos de "todo" el Virreinato. Hay que ser muy hábil para llegar, mantenerse y codearse en esas alturas. Un gran negocio, por donde se lo mire, que se vino a pique con la Revolución de Mayo. Los vientos de la guerra espantaron a los hispanos y altoperuanos de Sumalao (Belgrano los buscaba para meterlos presos) y Candioti se sumó al bando de los independentistas.
Pero antes de eso, hacia fines del siglo XVIII, las expediciones de Candioti al Perú ya no eran sólo para llevar mulares. Había crecido como mercader y armaba enormes caravanas comerciales. Las crónicas de aquel tiempo cuentan que reunía en Santa Fe cinco o seis mil mulas "de exportación" traídas de sus campos de Entre Ríos y la Banda Oriental. Las embarcaba en sus dos puertos propios de Entre Ríos y las desembarcaba en su puerto particular en Santa Fe. Luego cargaba treinta o cuarenta carretas gigantescas con mercaderías preciadas en Perú, separaba quinientos bueyes para relevo, ciento cincuenta o doscientos caballos para remonta de unos veinte o treinta peones y tantos novillos como fueren necesarios, para carnear uno por jornada.
Cuando todo estaba a punto y con buen tiempo, daba la orden de partida. El iba a la cabeza de aquellos descomunales arreos. Las caravanas dejaban Córdoba a la izquierda (es decir que los cordobeses, que habían crecido por ser un nudo de comunicaciones emplazado en el centro del territorio, se quedaban con las ganas de cobrar Alcabala interna) y avanzaban en línea recta hacia Santiago del Estero, por tierras más o menos libres de indios. Luego pasaba por Tucumán y llegaba a Salta y, desde allí, algunas veces, al Altiplano y al Perú. Con ojo vigilante Candioti supervisaba minuto a minuto la marcha de la caravana a lo largo de casi siete mil kilómetros, de día o de noche. Fue en las caravanas donde, entre la peonada, surgió el mito de que "aquel hombre nunca dormía". Una creencia que el propio patrón alimentaba, probablemente para meter miedo y mantener la disciplina laboral.
Sus peones juraban que nunca lo habían "visto" dormido y el propio Candioti jamás reconoció que alguien lo despertaba. Cuando un inoportuno lo llamaba a deshora -algunas veces para comprobar si dormía o no- encendía un cigarro para simular que había estado todo el tiempo fumando, o salía apresurado de la habitación sugiriendo al visitante que lo acompañara "porque justo en ese momento" estaba por recorrer el campamento. Nadie lo dice en ningún lado, pero es de imaginar que dormía vestido para estar presto.
Pese a la dimensión de esos arreos los costos eran mínimos. Los pastizales alimentaban al ganado en cualquier sitio en que se detuviesen a vivaquear y la manutención de la peonada se hacía con carne, mate, sal, agua y sandías. Excepto la sal y el mate, que tenían un precio ínfimo, el resto salía de los campos de Candioti, en tanto al tabaco paraguayo la peonada podía comprarlo en el almacén de la expedición a cuenta de su salario, que más o menos estaba en unos diez pesos por mes y por peón, lo que no era malo, ya que en otras arrias (las de Córdoba, posiblemente) se pagaba a los peones unos seis pesos por mes.
La actividad pionera de Candioti dio pie a que otros santafesinos lo siguieran, aunque muy atrás en cuanto a poder económico. Así se fue formando una fuerte burguesía santafesina, mercantil, terrateniente y exportadora, "cuyo ascenso económico iluminaba la importancia de la ciudad".
Los santafesinos extendieron su influencia económica (y política) y acrecentaron su riqueza con la adquisición de muchas propiedades en la Banda Oriental y Entre Ríos. La compra de terrenos iniciada por Candioti desde mediados del siglo XVIII fue seguida algunos años después (fines de siglo) por otras familias santafesinas, entre ellas, Crespo, Ramírez, Fernández de la Puente, Olguín, Quintana y Monzón, que aparecen como grandes propietarios según los registros notariales de la época.
Esta penetración de los capitales santafesinos hacia el oriente del río Paraná puede explicar, en buena medida, la razón más íntima por la cual Francisco Candioti fue el primer gobernador autónomo de Santa Fe y la influencia que tuvo José Gervasio Artigas en la política interna de la incipiente provincia.
Artigas fue oficial del cuerpo de Blandengues de la Banda Oriental, creado a fines del siglo XVIII, precisamente para defender las riquezas de los propietarios de tierras y animales al este del río Paraná, frente a la creciente amenaza de vagos y cuatreros. No es necesario un excesivo ejercicio de imaginación para entender la estrecha relación que se entabló entre esos grandes propietarios y los oficiales del cuerpo armado. Esa relación creció hasta un punto de amistad entre el potentado santafesino y quien después fue el máximo caudillo oriental y Protector de los Pueblos Libres, pueblos que incluían toda la Mesopotamia, Santa Fe, Córdoba y, por supuesto, la Banda Oriental.
Por otra parte esos propietarios santafesinos, que también criaban vacas, estaban agriamente enfrentados a los poderes económicos de los mercaderes porteños. (Este enfrentamiento comenzó en realidad en 1719, con la disputa por las vacas salvajes, y ésa también es otra historia. La de las vacas salvajes, no la del enfrentamiento). Alrededor de 1780, desde Montevideo se exportaban anualmente 200 mil cueros vacunos con destino a España, mientras desde Buenos Aires apenas se embarcaban 70 mil al año. Montevideo era mejor puerto y daba salida a la producción de todo el Litoral. Los porteños -que como su nombre lo indica tenían "el único puerto" al oeste del Río de la Plata- no estaban dispuestos a admitir esa competencia.
Es posible que desde esa época Candioti tuviese entre ceja y ceja a los de Buenos Aires. Un fastidio que debió acentuarse cuando, en 1810, el ejército comandado por Belgrano para la campaña del Paraguay se llevó todos los soldados santafesinos que defendían la frontera norte contra los indios. Candioti ayudó a Belgrano con doscientos pesos en efectivo, novecientos caballos, quinientas reses vacunas, bueyes, carretas y peones. Además alimentó a quinientos hombres armados desde Paraná hasta Curuzú Cuatiá. Belgrano quedó agradecido pero el daño ya estaba hecho y Candioti comenzó a amargarse la vida. Sin soldados, la frontera norte de Santa Fe cedió, todos los habitantes de la campaña se refugiaron en la ciudad y los malones, que merodeaban continuamente hasta sus mismas puertas, tenían a los pobladores con el Jesús en la boca. Las fincas cercanas a Santa Fe dejaron de producir y comenzó la carestía. Los inmigrantes forzosos deambulaban por las calles, no tenían alimentos y se rebuscaban comiendo sábalos que pescaban en los bañados del Salado. Es posible que, desde entonces, "sabalero" designe al individuo con dificultades económicas, cualquiera sea su sentido actual.
El revés de la trama
Para colmo en 1811, los porteños -particularmente enconados con los santafesinos- liberaron de impuestos la yerba paraguaya que desembarcaba en Santa Fe (una fuente inestimable de recursos fiscales) y tras cartón, en 1814 decretaron la provincialización de Entre Ríos, en una obvia maniobra para restarle territorio productivo (y poder político) a Santa Fe, que no podía extenderse hacia el norte por los indios.
Con una situación social explosiva y disminuidas las posibilidades económicas, hay razones para creer que los santafesinos (entre ellos Candioti) pidieron el apoyo de Artigas para derrocar al gobernador Eustaquio Díaz Vélez quien, como todos los gobernadores anteriores, había sido nombrado por Buenos Aires. El ejército artiguista entró en Santa Fe y en abril de 1815 los "vecinos principales" que integraban el Cabildo santafesino -es decir, los principales propietarios y terratenientes con posesiones al este y oeste del Paraná-, depusieron a Díaz Vélez y eligieron en su lugar a Francisco Antonio Candioti, quien ya tenía setenta y ocho años. Por primera vez flameó la bandera tricolor de la Federación en la plaza de la ciudad y Santa Fe enfrentó abiertamente a Buenos Aires.
Félix CanaleFotos: Archivo/......