Opinión: OPIN-03

Arabismo e islamismo: más allá
de equívocos y dicotomías


Tres años atrás, también en octubre, junto con otros colegas sociólogos dictaba, en el posgrado de Ciencias Jurídicas y Sociales de la UNL, un curso que abstractamente llamamos Acerca de la globalización. Habíamos considerado tres módulos que pudieran abarcar los debates, dilemas y desafíos que la aparición de un supuesto nuevo orden mundial suscitaba en el campo de las ciencias sociales.

Quienes participaron, en aquel entonces, del módulo a mi cargo Los fundamentalismos político-religiosos, recordarán la insistencia con la que destacábamos que la preocupación y la proliferación de esos estudios estaban intrínsecamente relacionadas con una sociología sensible a dichos procesos de globalización.

Hoy, sometidos a la evidencia de los acontecimientos, no necesitaríamos insistir sobre la importancia de un tema que se tornó omnipresente. Pero tal vez, deberíamos llamar la atención acerca de una situación coyuntural que, a falta de nombre más convincente, podríamos llamar "sobresimplificación de la realidad". Nadie puede negar que urge explicar una realidad vertiginosa, posicionarse frente a lo casi incomprensible y que siempre una primera aproximación asume la forma de un bosquejo que caricaturiza los rasgos de lo que se observa y se pretende aprehender. Al mismo tiempo, ¿por qué no admitir que también asistimos a cierta irresponsabilidad intelectual? A rectificaciones de ideas que ya no sabemos de dónde provienen, a explicaciones de explicaciones que mezclan todas las variables, a afirmaciones nacidas del apresuramiento y de la comprensión instantánea. Es verdad que, a medida que pasa el tiempo, la necesidad de información más profunda gana espacio ante las visiones dicotómicas del tipo Occidente vs. Islam. También vamos comprendiendo que la dicotomía nunca conduce a un conocimiento orientador de nuestros juicios, pues se basa y conduce al más puro de los apriorismos.

La otra visión posible, interesada en los matices y en la complejidad intrínseca de cada variable en juego, es infinitamente más incómoda para todos. Supone considerar los acontecimientos desatados el 11 de septiembre como parte de un conflicto de larga duración. Tal visión implica, en última instancia, un esfuerzo también prolongado por entender una realidad cuyas coordenadas ya no podemos pensar bajo viejos conceptos. Mientras tanto, ¿por qué subestimar nuestra capacidad de análisis? ¿Por qué creer que no podemos separar las afirmaciones precipitadas de las responsables?

Algunos equívocos frecuentes


Es lícito, por lo tanto, pensar en algunos "equívocos frecuentes" que hoy se nos aparecen a cada paso en la ebullición de los acontecimientos. En primer lugar, podemos considerar el uso de dos términos que jamás fueron sinónimos pero que hoy parecen serlo: árabe e islámico.

La confusión atañe varias cuestiones. Dejemos de lado el hecho de que homogeneizar y formar bloques con conceptos como "mundo occidental", "mundo musulmán", "mundo árabe" nos lleva a movernos entre terminologías casi vacías y simplificadoras donde, además, no sabemos si se nos habla de "razas" (si es que todavía alguien profesa la creencia en ellas), culturas, etnias, religiones, civilizaciones, geografías, naciones, o todo eso junto.

Y ya que hablamos de dicotomías, cabría recordar que, tradicionalmente, casi ningún analista, de los varios de renombre que en sociología han estudiado las formas civilizacionales, coloca a América latina dentro de la civilización occidental. A lo sumo, podrán otorgarnos la prerrogativa de ser parte de una "occidentalidad periférica". El argumento ha sido que la América latina, vista siempre como un todo, posee un fuerte componente indígena, lo cual hace que en más de una de esas clasificaciones homegeneizantes ocupemos el casillero de una civilización aparte, la llamada "latinoamericana". Aun cuando creamos o queramos pertenecer al espacio (más simbólico que geográfico) occidental, la mayoría de las veces encontramos que, con algunos matices, esos análisis reservan ese lugar sólo para Estados Unidos y Europa. El ejemplo es, simplemente, a los efectos de recordar que sobre nosotros también recae este juego de la homogeneización en bloques.

Volviendo a lo árabe y lo islámico (como "sustancias" supuestamente intercambiables), en la Argentina la extrapolación de la nueva sinonimia es aún más incongruente. Los estudios migratorios demuestran que en este país los 250.000 inmigrantes procedentes de países de lengua árabe que llegaron entre 1890 y 1950, eran mayoritariamente árabes cristianos (maronitas, ortodoxos y melquitas), o al menos así decidieron declararse. Sólo una minoría de alrededor de un 12 % era musulmán sunita y shiita, el resto era judío y druso. Cabe agregar que las estadísticas mencionan más de una veintena de identificaciones religiosas entre esos inmigrantes. Si árabe y musulmán fuesen equivalentes el islamismo sería aquí una religión de destacada presencia.

Actualmente, y según las pocas estadísticas al respecto (del Centro de Divulgación del Islam para América latina y del Institute for Muslim Minorities Affairs), en la Argentina hay alrededor de 700.000 musulmanes, contando las corrientes sunitas, shiitas y alauitas. También es sabido que el islamismo ha ganado conversos no árabes, tanto en América como en Europa y que, en muchos países, ha dejado de ser una religión de inmigrantes y sus descendientes. Por lo menos, así lo demuestran los buenos y numerosos estudios del cientista político francés Gilles Kepel, especialista en el estudio de comunidades y movimientos islámicos fuera de los territorios tradicionalmente musulmanes. En Brasil y también en Argentina comenzamos a asistir a ese fenómeno. Pensemos sino en Karim Paz, un argentino sin ascendencia árabe, sheik de la mesquita At-tauhid y líder de la corriente de orientación shiita en Buenos Aires. Tampoco en los Estados Unidos los musulmanes son mayoritariamente árabes, pues en un buen número pertenecen a la llamada Nación del Islam, grupo liderado por el más que polémico Louis Farrakhan, por cuyas filas pasó Malcom X. Ese movimiento representó en alguna época la lucha por derechos civiles de los negros y es entre éstos que ha logrado extraordinario crecimiento. A pesar de eso, muchos sectores musulmanes internacionales consideran que la Nación del Islam no es más que una herejía racista negra apoderada del vocabulario islámico.

Relaciones difíciles


Es decir que aquel sinónimo en cuestión, árabe e islámico, se desvanece cuando es puesto en contexto. Incluso, es sumamente problemático en aquel medio en el cual supuestamente pareciera funcionar, ya que en gran parte del "mundo árabe" el llamado Resurgimiento Islámico tomó fuerza, precisamente, a partir de su enfrentamiento al pan-arabismo y a los movimientos de nacionalismo árabe. De tal forma que muchos de los intelectuales y pensadores musulmanes del Resurgimiento se opusieron militantemente al llamado "arabismo" e incluso lucharon por desvincular al Islam del apelo étnico a la unidad árabe.

Tendríamos entonces que comprender en perspectiva histórica al "arabismo" como movimiento político ideológico y su impacto en las sociedades predominantemente islámicas. Desde sus inicios, en la década de 1920, los movimientos de nacionalismo árabe, surgidos a partir del programa de ciertos pensadores (Sati'al-Husri, entre los principales), entablaron una relación conflictiva con el islamismo. Atravesando diferentes etapas, el nacionalismo árabe surgió por medio de pensadores árabes cristianos, según modelos francófilos como anglófilos al comienzo y germanófilos en su fase final. Por aquel momento, en países como Egipto y Siria, entre otros, varias vertientes del Islam adquieren una fase árabo-céntrica. No obstante, con el advenimiento del "pan-arabismo" en la década del '50 las relaciones entre este movimiento y el Islam se tornan cada vez más tensas. Los líderes del nacionalismo eran secularistas que planteaban una unidad de lealtades en torno de una lengua y culturas comunes y consideraban la posibilidad de que a través de ciertos Estados líderes podía construirse una unidad árabe, opuesta a los poderes coloniales. También es necesario tener en cuenta que en aquellos países en proceso de independencia y de mayoría islámica, nacionalismo y descolonización se tornaron términos inextricablemente vinculados.

Dentro del Islam comenzaban a surgir numerosos movimientos que cuestionaban una unidad que fuese basada en el apelo étnico. A partir de la década del '70 el nacionalismo pan-arabista ya en decadencia comenzaba a perder espacio frente a la fuerza de los movimientos islámicos que lo venían cuestionando. Para estos últimos, el Islam era incompatible con el nacionalismo y el pan-arabismo era una variante extrema de ello. Numerosas investigaciones sobre la historia del nacionalismo árabe demuestran que la idea de nación, nacionalismo y Estado nación era un fenómeno extraño al Islam y que la "importación" de estas ideas, de la mano de los pensadores nacionalistas, produjo fuertes tensiones entre arabismo e islamismo.

Así como el nacionalismo árabe merece un "capítulo aparte" también lo merece el movimiento de Resurgimiento Islámico que, oponiéndosele, dio origen a numerosas organizaciones y partidos inspirados en el programa de acción instaurado por sus pensadores. Varios de éstos produjeron su obra desde las prisiones e incluso no pocos acabaron condenados a muerte por los líderes nacionalistas en las décadas del auge pan-arabista (tal es el caso de Sayd Qutb, Abdul Kader Audah, entre otros importantes ideólogos del Resurgimiento Islámico). En primer término, los líderes intelectuales del Resurgimiento, complejo abanico de tendencias y posicionamientos políticos dentro del Islam, acusaban a los nacionalistas de apoderarse de la noción coránica de Ummah, comunidad mundial de creyentes, y resignificarla en los términos de una Ummah al arabiyya, es decir, una supracomunidad árabe. Yendo aún más lejos, llegaron a elaborar una dura crítica a la corrupción y a la "occidentalización" de los arabistas que intentaban difundir aquel modelo. Mientras que el pan-arabismo era la ideología de una élite y trabajaba de arriba hacia abajo, con un modelo de Estado nación occidental. El pan-islamismo, en cambio, si bien tomó fuerza a partir de intelectuales que, educados en las sociedades occidentales retornaban a sus países, contaba con una inmensa base popular. Dichos intelectuales decían conocer a fondo la "decadencia moral de occidente" y, frente a eso, la alternativa era una unidad pan-islámica que abarcara cualquier lengua y cualquier geografía, inclusive a las comunidades islámicas del mundo occidental. La prédica de estos grupos iba de abajo para arriba, de las mezquitas a los partidos y hacia los proyectos más ambiciosos como la primera Conferencia Mundial Islámica, opuesta a las Conferencias Árabes anteriores, en la década del '70. Es así que en este proceso, el Resurgimiento Islámico, que algunos llaman "fundamentalismo", tomó cada vez más fuerza frente al arabismo.

La observación de las tensiones decurrentes de la conflictiva relación histórica entre arabismo e Islam, en tanto ideologías enfrentadas, hace a nuestra comprensión de la realidad actual. Por un lado, nos alerta acerca del uso simplista de lo árabe y lo islámico como sinónimos. En otro orden, nos brinda elementos para entender las ambigüedades de ciertos líderes del mundo árabe, a la hora de explicitar y definir su posición frente a un inminente ataque a un país mayoritariamente islámico como Afganistán. Sucede que aquellos discursos se debaten, desde hace más de 50 años, en la tensión entre el peso de una Ummah islámica, transnacional, y las decisiones de cada nación individual.

Silvia María MontenegroDra. en Sociología