La historia de la tradicional firma Merengo
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Claudio Montemurro, uno de los dueños, en una charla a fondo luego del cierre de la empresa. Don Hermenegildo Zuviría, "Merengo", le puso su nombre al alfajor que fue uno de los símbolos de la ciudad. Los hijos de Hipólito Montemurro, su último propietario, continuaron un negocio testigo de una Santa Fe próspera.
"Famosos desde 1851" reza la caja de alfajores que aparece arriba la mesa, una de las últimas que se elaboraron esta semana en la fábrica de los hermanos Montemurro.
Y el slogan no exagera. Toda la ciudad y alrededores, cuando piensa en alfajores santafesinos, piensa inmediatamente en Merengo. El slogan no exagera porque ése fue el año -1851- en que nació una de las marcas que rápidamente se convirtió en un clásico de Santa Fe.
Por eso la noticia cayó como un balde de agua fría. Varios medios nacionales se hicieron eco del cierre de la fábrica donde hasta hace pocas horas, todavía manos expertas intercalaban, entre tapa y tapa, el dulce de leche y después dejaban caer un baño de merengue italiano que hacía más sabroso el producto.
Claudio Montemurro es el menor de los hijos de Hipólito Francisco, quien 53 años antes compró el negocio. Mauricio e Hipólito son los otros dos hermanos que lo acompañaron en el desafío de administrar una marca muy cara a los sentimientos de los santafesinos. Vino esta mañana a El Litoral con las fotos que resumen más de cien años de historia de la firma que iniciara, en el viejo edificio de calle 3 de Febrero y San Jerónimo, Don Hermenegildo Zuviría, más conocido como Don Merengo, que vislumbró el negocio de las golosinas al contratar los servicios de unas señoras -las Piedrabuena- que hacían unos apetitosos alfajores.
Según los datos históricos, tras la muerte de Don Merengo el negocio pasó a manos de Emilio Ferrer, quien se mudó a la esquina de enfrente, donde hoy se encuentra el edificio de Tribunales.
En 1948, Hipólito Francisco Montemurro, un joven emprendedor santafesino -"con sexto grado y cesante ferroviario" aclara su hijo- compra el negocio. "Mi viejo me llevaba en brazos al local, que primero comenzó con servicios de repostería para fiestas pero después, junto a mi madre, se especializó en los alfajores", cuenta.
Claudio recuerda que recientemente alguien caracterizó a su padre como una persona hábil y honesto para los negocios." Varias anécdotas lo pintan como era", dijo. "El vio que se venía la construcción del túnel subfluvial. Claro, eran otras épocas"
En el local de calle 3 Febrero 2700, la señora de Montemurro coloca en las vidrieras del negocio los tradicionales alfajores y otros bocaditos que atraen a numerosos clientes. "¿Cuál era el secreto?. Mi mamá siempre decía que la receta de los alfajores santafesinos se encontraba en el libro de Doña Petrona, con la diferencia de que aquí se fabricaban con una tapa más fina y seca".
"Era un detalle, pero hacía el balance final del producto, para el cual se utilizaba el mejor dulce de leche de la zona y un merengue italiano", cuenta. Cuando se inauguró el túnel "no dábamos abasto, porque era una fábrica chiquita". Don Hipólito ya había puesto los ojos en el edificio de calle General López, en pleno casco histórico de la ciudad, donde la fábrica se trasladaría por tercera y definitiva vez.
"Un amigo le presta el dinero y lo adquiere en un remate. Una propiedad de 54 metros de fondo. A mi papá se le ocurre que es conveniente construir un hotel para ser incorporado a un complejo junto con la planta de elaboración. Corría la década del '70 y alguien lo impulsó a tomar un crédito para que el proyecto tome forma".
"Se arma el proyecto, se aprueba. Cuando papá va al banco y el gerente le pide una coima. Le tiró el proyecto y se volvió, y ahí se terminó la idea. Al poco tiempo después vino el Rodrigazo. Hubiéramos pagado las cuotas con el vuelto del cigarrillo".
Claudio cuenta esta anécdota no desde el arrepentimiento, sino para resaltar la figura de su padre. "Creo que yo hubiera hecho lo mismo", dice.
Las consultas desde los programas de Neustadt y Santos Biasatti hicieron que, tras decretarse la quiebra, los hermanos Montemurro tomen conciencia de la importancia que adquirió la firma en todos estos años. Claudio habla de varios factores al intentar explicar la situación en que se ve envuelto el negocio.
"La regionalidad del producto, el comportamiento del mercado en cuanto a cambio de gustos son algunos. Años atrás, por ejemplo, era algo normal pasar a buscar un alfajor antes de ir a comer a lo de tu suegra. Hoy eso ha cambiado, si le sumamos la situación por la que atraviesa el país, se fue socavando la fuente de trabajo".
Para la Antigua Alfajorería Merengo, el último año estuvo signado por una dura pelea a nivel económico, que tuvo su capítulo más triste el pasado 17 de octubre cuando se decretó la quiebra y luego se cerraron las puertas. "Lo que era de Merengo, quedó todo dentro del local cuando le entregamos la llave a la síndico", dijo al explicar que la decisión afectó a empleados y a dueños por igual.
La marca siempre abasteció una limitada zona comprendida entre las provincias de Santa Fe, Entre Ríos y Buenos Aires. "Las características del producto no nos permitieron exportar. Los alfajores deben consumirse dentro de siete días de elaborados", explica.
Por eso, la firma rechazó durante varios años numerosos pedidos provenientes desde lejanas provincias del país y de naciones vecinas, como por ejemplo Paraguay.
La liquidación de la quiebra es el próximo capítulo de esta historia en la que todavía hay esperanzas de que tenga un final feliz. Claudio confía en "que alguien tenga interés en comprar el local que irá a remate y que vuelva a explotar la marca. Nosotros peleamos hasta donde pudimos y hasta donde nos dejaron", se lamenta el menor de los Montemurro.
El ex intendente Horacio Rosatti tiene un parentesco lejano con las "viejas Piedrabuena", creadoras de los alfajores y el dulce de leche que luego llevaron el nombre de Merengo durante 150 años.
"El nombre de mi madre es Raquel Piedrabuena, descendiente directa de un hermano de las `viejas Piedrabuena'. Ellas murieron solteras", explicó Rosatti, quien a través de sus libros reconstruyó esta parte de la historia santafesina.
Se trataba de María Andrea y Sinforosa, hermanas que vivían por entonces en el barrio Sur y fueron, en definitiva, las que inventaron la fórmula original de los alfajores que perdurarían por más de un siglo y medio.
Rosatti explicó que, a su vez, las Piedrabuena estaban emparentadas con el brigadier Estanislao López a través del apellido Roldán: "En realidad, el apellido del padre del brigadier era Roldán, pero éste no quiso reconocerlo cuando nació. Luego se arrepintió e intentó hacerlo, pero el brigadier jamás aceptó ese apellido y siempre llevó el apellido de su madre, que era una López".
Cuando las Piedrabuena comenzaron a elaborar los alfajores para Hermenegildo Zuviría (don Merengo) tenían más de 50 años y eran solteras, lo cual no era común en aquella época. Tal vez por ese motivo se las conocía como "las viejas Piedrabuena".
El éxito del Trío Midachi en Buenos Aires deparó miles de anécdotas de los tres santafesinos que se ponían la camiseta de Merengo cada vez que eran invitados a algún programa de televisión.
"Miguel (del Sel) -recuerda Claudio Montemurro- siempre me pedía que le decoráramos los alfajores con palabras como `ídolo' o `maestro', según el conductor del programa de turno".
"Con los alfajores fueron a programas como el de Mirtha Legrand. En los últimos años comencé a llevar personalmente los paquetes, que también se repartían entre la gente de la producción del programa. Una vez me olvidé de llevarles, y me lo hicieron recordar.
"Entonces yo les dije que podían compartir el alfajor que tenía Mirtha, porque había suficiente para todos. Me dijeron que era imposible porque la señora (por la conductora) no dejaba ni las migas cada vez que le llevaban un Merengo de regalo".
Cristián Costa.