¿Entre De la Rúa y Barrionuevo?
"Somos una dirigencia de m..., en la que me incluyo". Eduardo DuhaldePor Rogelio Alaniz
Obligado a elegir entre De la Rúa y Barrionuevo me quedo con De la Rúa. Razones higiénicas y morales justifican mi decisión. No es que De la Rúa sea gran cosa, pero convengamos que no hace falta ser gran cosa para ser mejor que Barrionuevo.
Que el flamante senador por Catamarca, titular vitalicio del gremio gastronómico, presidente de Chacarita Juniors y autor de célebres aforismos pida la renuncia de De la Rúa, demuestra que hasta por motivos de salud moral es mejor estar al lado de las instituciones que en contra de ellas.
Observar la foto en donde los rostros húmedos y codiciosos de Moyano, Daer y Duhalde parecen festejar los anuncios de Barrionuevo, nos dice más de la calidad espiritual de la oposición que cien alegatos oficialistas. Nada tenemos que envidiarles a los atormentados pobladores de Afganistán si son ésas las caras que nos esperan luego de la renuncia de De la Rúa.
En materia de descaro político el rostro de Duhalde está hecho con piedra obtenida de las canteras del Himalaya. El responsable de haber endeudado a la provincia a niveles escandalosos, el tutor de la mejor policía del mundo, el jefe de las bizarras manzaneras y el responsable del sistema educativo más deficitario del país, se considera de buenas a primera como un impaciente presidenciable dispuesto a luchar contra el perverso modelo económico neoliberal.
Recordemos que Menem y Duhalde fueron las figuras centrales del llamado modelo neoliberal en la Argentina. Las tensiones de Duhalde con el inquilino de don Torcuato han tenido más que ver con mejicaneadas políticas que con diferencias respecto del modelo de acumulación económica.
El caudillo bonaerense está convencido de que los votos en blanco y anulados en la provincia no tienen nada que ver con él. Mientras De la Rúa supone que el voto bronca es un repudio a sus opositores, Duhalde cree que ese voto a él no lo roza.
Hay algunas cosas en común entre Duhalde y Alfonsín: los dos son amigos de Nosiglia y Barrionuevo, los dos creen que hicieron excelentes elecciones y los dos están convencidos de que el voto en blanco lo castiga a De la Rúa y los felicita a ellos.
Resulta curioso cómo los políticos que viven invocando el realismo, a la hora de los balances se comportan como chicos ilusionados con la llegada del Niño Dios. De la Rúa cree que en esta elección su gestión no fue juzgada; Alfonsín supone que fue premiado por las bases y Duhalde imagina que es el nuevo líder nacional y popular que la Argentina espera. Lo grave de todo esto no es que estén equivocados; lo grave es que se creen lo que dicen.
Hoy los peronistas parecen entusiasmados en retornar a la patria libre, justa y soberana. Se dice que el enemigo es el modelo, pero no se dice quién fue el padre de la criatura. Se condena la deuda externa, pero nadie recuerda quiénes fueron los que multiplicaron como nadie el endeudamiento externo. Se habla del déficit fiscal, pero nadie dice una palabra del piloto automático de los tiempos de Roque Fernández. Se dice que hay que terminar con la corrupción, pero se cuidan muy bien de decir quiénes fueron los diseñadores y beneficiarios del gobierno más corrupto de la historia argentina.
La memoria de los peronistas está hecha con la materia evanescente de los sueños (a veces me temo que los sueños de los peronistas son las pesadillas de los argentinos, pero ése es otro tema). Hoy todos se hacen los guapos con Cavallo, pero en las elecciones de 1999 el peronismo en provincia de Buenos Aires fue su aliado. ¿O nos hemos olvidado que hasta hace dos semanas el economista de confianza de Duhalde se llamaba Domingo Cavallo? ¿O nadie se acuerda que el primer cargo público que Domingo Cavallo tuvo en la democracia lo obtuvo participando en la lista de diputados nacionales armadas por José Manuel de la Sota?
Ahora hablan del proyecto nacional e intentan reeditar la alianza corporativa entre sindicatos y empresarios. El peronismo en esto insiste en ser incorregible: pelea el poder reivindicando las banderas del '45 y luego lo ejerce haciendo exactamente lo contrario. A la hora de la oposición los que ocupan el escenario se llaman Ubaldini, Moyano, pero cuando llegan al gobierno los que deciden se llaman Alsogaray y Alemann.
Los radicales también se las traen. Hoy los muchachos se han colocado en el cómodo lugar de opositores y compiten con los peronistas para probar quién es más guapo con un De la Rúa que no lo puede pelar ni a Isidorito Cañones. Si la memoria no me falla, en diciembre de 1999 el gobierno de la Alianza estaba integrado por Rodolfo Terragno, Graciela Fernández Meijide, Chacho Alvarez, Federico Storani y un Machinea cuyas calidades intelectuales habían sido aprobadas por Alfonsín, el Frepaso y todo el progresismo de la Alianza.
Durante un año las principales decisiones de la política económica fueron reconocidas por todos. Tan bien andaba la gestión de Machinea que cuando renunció su sucesor fue Ricardo López Murphy. Los progresistas nunca se preguntaron en serio por qué fracasaron en el poder. Sin duda que De la Rúa alguna culpa ha tenido, pero honestamente nadie puede decir que el único malo de la película es el presidente.
Es verdad que hoy defenderlo a De la Rúa es trabajar por una causa perdida, entre otras cosas porque el presidente parece ser la persona menos interesada en trabajar por su defensa. Pero de allí a hacer leña del árbol caído o sumarse a una suerte de asalto a las instituciones hay una gran distancia, la misma que existe entre el estado de derecho y el vacío de poder.
No nos engañemos: lo que diferencia a De la Rúa de los progresistas de la Alianza es que De la Rúa no renuncia. Pero lo que tiene en común con sus opositores peronistas es que ni uno ni otro tiene la menor idea de lo que se debe hacer con este país para sacarlo de la crisis.
A la democracia hoy no se la defiende votando en blanco. Tampoco votando por candidatos que confunden al voto con un cheque en blanco. A la democracia se la defiende -más allá y más acá del comicio- fortaleciendo las instituciones de la sociedad civil, ejerciendo los derechos de la participación y la crítica y sabiendo que no hay salvación individual en una sociedad que se hunde. Todo lo demás es retórica, falsa conciencia o mala fe.