Cultura: CULT-03

El tordo viejo

Por Gastón Gori

Acaba de publicarse el último libro de Gastón Gori: "El señor de los picaflores", del que transcribimos un fragmento inicial, y (en página 2) la presentación de Beatriz Actis.


Algo de grata melancolía me deparaba esa mañana. Observaba a un tordo, interrumpiendo mi paseo. En una jaula de mimbre, colgada bajo un naranjo florecido, junto a un cerco de alambre, esponjaba sus plumas, despacioso, pacífico y estiraba luego un ala, luego la otra. Había perdido el brillo que lo hiciera de color negro hermoso, empavonado de plumas; su pico tenía una breve mancha blanquecina en las comisuras, y sus patas se crispaban en el balancín como si se forzaran por mantener erguido ese cuerpecito que había conocido las bellezas de la libertad.

Yo lo miraba intrigado, quizá porque no cantaba el tordo en esa mañana incitadora de melodías. Reparé que una mujer joven y de graciosa sonrisa me observaba, desde el patio visible de la casa, y sin perturbarme pregunté:

-�Canta ese tordo?

-No, señor -me respondió amable- no canta porque es viejo...

-íAh! Es viejo...

Tuve en mi corazón un reflejo de mi propia edad. Me recobré. La vejez concluye sin cantos. íNadie quiere tener en el alma la imagen de lo que se afea y se deforma! El tordo era viejo. �Y hacia dónde iba yo -pensé- tan apresuradamente en el transcurso del tiempo veloz para mi vida? El tordo no cantaba, agobiado de años y, por supuesto, su corazón tampoco reviviría para el amor. Había perdido con su libertad la facultad de amar y, con los años, también la de cantar. �O era que había perdido con su juventud el privilegio de ser amado?

Todo transcurre con la bíblica verdad: el tiempo de amar, el tiempo de sembrar, el tiempo de cantar, íel tiempo de vivir! Y llega el de morir. Me siento en la jaula extraña que es la vida con su horizonte de muerte; y cerca del naranjo miré las ramas que empezaran tímidamente a cubrirse de azahares como si en esa blancura incipiente se asomara el retorno seguro de la fe y la esperanza en la prodigalidad de la vida.

Comprendí que hubo una belleza pasada en la vida de ese tordo. �Algo de mi propia juventud libre, entusiasta, confiada y plena? Nada muere por completo de lo que ha sido bello alguna vez. Con todas mis vanidades doblegadas me sentí esencialmente humilde y permanente. No me sentí solo ni viejo; me sentí en el concierto universal del hombre, a un tiempo perecedero y eterno, hasta donde es posible concebir la eternidad...