La hora de Duhalde
Por Rogelio Alaniz
"Si la democracia es algo inviolable, sagrado, que no puede ser criticado e interrogado, entonces damos pie a que sus verdaderos enemigos preparen su asalto definitivo". Eugenio Trías
En menos de dos semanas hemos tenido cinco presidentes, pero desde hace veinte años no hemos sido capaces de elaborar más que dos o tres propuestas económicas, todas de dudosa aplicabilidad. Se cayó el gobierno de De la Rúa pero aún no sabemos si lo que nos espera va a ser mejor; se cayó la convertibilidad, pero a juzgar por lo que se viene les aseguro que la vamos a extrañar.
Los que suponían que con el gobierno radical ya habíamos tocado fondo, ahora van a descubrir que desde que se inventó la pala siempre se puede estar un poco más abajo. A De la Rúa lo derrotó su propia torpeza, pero lo que puso en evidencia sus límites fue la voracidad de la crisis. Si Rodríguez Saá suponía que todo se solucionaba haciendo anuncios sensacionalistas y mejicaneando a sus propios compañeros, en menos de una semana la crisis le demostró que como gobernador de San Luis podrá ser muy guapo, pero como presidente fue apenas un mediocre principiante.
Duhalde ya llega al poder advertido de que le va a tocar bailar con la más fea. Sabe mejor que nadie que si quiere ser leal con sus propuestas deberá pelearse con los que vienen ganando desde hace más de diez años y que no están dispuestos a perder. Por su parte, el sistema de partidos políticos no ignora que con él juega su última carta.
Nadie quiere que fracase porque su fracaso sería el fracaso de la república democrática fundada en 1983, pero todos sabemos que el fracaso es una de las posibilidades que lo espera a la vuelta del camino. El primero que sabe que la tarea que le aguarda es difícil es el propio Duhalde. Por lo pronto, no aprovechó su elección para humillar al resto de los argentinos alentando que se cante la marchita peronista, ni creyó que nos iba a transmitir seguridad mostrando los dientes en una risa tan forzada como inoportuna.
De Duhalde se podrán decir muchas cosas, menos que no conoce su oficio. Sólo un hombre que sabe los riesgos que lo aguardan puede decir que si en tres meses no logra sacar al país del barro convoca a elecciones. El flamante presidente no cuenta con la simpatía de todos e incluso muchos de los que lo votaron en la Asamblea Legislativa lo hicieron con grandes reservas.
Los más benévolos lo acusan de su excesiva tendencia a transar con los mismos a los que denuncia públicamente. Para los más críticos, es lisa y llanamente un farsante. En política es habitual que lo que para algunos es defecto, para otros es virtud. Según se mire, el transero puede ser un excelente y tolerante negociador y el inescrupuloso, un descarnado realista.
Para radicales y frepasistas, Duhalde es el político que acompañó a Menem durante casi toda su gestión, el gobernador que administró la provincia de Buenos Aires aplicando métodos que en más de un caso orillaron en la promiscuidad y la corrupción. Duhalde es también el creador de la mejor policía del mundo, el presidente que designó a Ibrahim Al-Ibrahin en la aduana y el maniobrero político que convenció a Rico con contundentes argumentos económicos para que vote su reelección.
Si sus defectos son públicos y notorios, justo es admitir que sus méritos no son pocos. Lidiar en provincia de Buenos Aires con la pobreza y la delincuencia -uniformada y de la otra- no es fácil y no es una tarea para personas con estómagos delicados. Es verdad que fue el compañero de Menem, pero no es menos cierto que desde hace años se viene diferenciando de la "comadreja de Anillaco".
Como la inmensa mayoría de los políticos del sistema apoyó el llamado "modelo", pero a la campaña de 1999 la hizo planteando críticas al orden económico que la sociedad no escuchó porque -bueno es recordarlo- una gran mayoría de argentinos apoyaba la convertibilidad y no estaba dispuesta a votar a un político que amenazase hacer lo contrario.
Negoció con la "bonaerense", pero es probable que cuando rompió lanzas con ella, la "mejor policía del mundo" le pagó el gesto asesinando a José Luis Cabezas. Entonces promovió una reforma policial que fue la más atrevida de la historia de la provincia. No pudo o no quiso ir hasta las últimas consecuencias, entre otras cosas porque Ruckauf así lo resolvió y porque debe ser más fácil transformar a Ben Laden en un pacifista gandhiano que cambiar a la policía de la provincia de Buenos Aires.
Digamos que Duhalde no es lo que se dice un santo, por más que tenga una hija monja, su mujer sea de misa diaria y no permita que ingresen a su casa amigos divorciados. Pero bueno es saber que la política argentina no se arregla con santos sino constituyendo nuevas alianzas de poder y una adecuada combinación de principismo y flexibilidad.
Para bien o para mal el actual presidente hoy es la persona que reúne las condiciones necesarias para presidir los destinos de la Argentina. Consenso interno en el peronismo, consenso interpartidario, aceptación de importantes grupos económicos y experiencia en el arte de lidiar con realidades difíciles, son los méritos que se le reconocen. Sus límites son los del peronismo pero son también los límites de la política argentina. Seguramente hay políticos más capaces o más progresistas o más buenos, pero ninguno de ellos engloba el conjunto de condiciones que exige la hora.
A la derecha, a no pocos les gustaría un tipo como López Murphy; a la izquierda, muchos se inclinarían por Lilita Carrió. Hoy ninguno de ellos tiene posibilidades de acceder al nivel de consenso que dispone Duhalde. Y si por una casualidad accedieran al poder no durarían mucho más que lo que duró Rodríguez Saá.
El futuro dirá si la sociedad es capaz de construir un esquema de poder superior al que hoy ofrece Duhalde. Admitamos que sólo un insensato puede desear su fracaso, pero reconozcamos que sólo un ingenuo puede descartar esa posibilidad. Si esto ocurriera es muy probable que la solución de la derecha se llame Seineldín o algo parecido.
No es necesario tener la bola de cristal para saber que en las actuales condiciones la llamada agudización de las contradicciones tiende a favorecer a la derecha autoritaria. De ello se desprende que para ser fiel a su legado humanista la estrategia de la izquierda no puede ir más allá del horizonte democrático, ya que toda salida del sistema fatalmente será capturada por el fascismo. Las movilizaciones callejeras de las últimas semanas así lo demostraron: el único dirigente que creció por afuera del sistema fue Seineldín.
Cuesta aceptarlo, pero quienes estuvieron más interesados en promover el desorden y estimular los saqueos fueron esos hombres de saco y corbata, bigotes espesos, pelo engominado, lentes ahumados y modernos celulares que desde distintos puntos de Capital Federal o de los barrios del conurbano transmitían órdenes a destinatarios muy precisos.
Que nadie se crea que a De la Rúa lo derrocó la espontánea movilización popular y que ningún iluso crea que las luchas y movilizaciones callejeras fueron un ensayo prerrevolucionario con objetivos socialistas. El presidente radical cayó por su culpa, pero hubo muchos que estuvieron interesados en promover ese desenlace. Nadie tiene ganas de defender a De la Rúa, pero el país hoy no está mejor que hace dos semanas.
Duhalde sabe que los tiempos que nos aguardan son de prueba. Es hora que también la sociedad sepa que de la crisis en la que estamos hundidos no se sale sin heridas y magullones. Nadie pide soluciones mágicas, pero todos esperamos que desde el poder no se repita el mismo libreto de De la Rúa.
Abraham Lincoln le aconsejaba a su discípulo que el mayor error de un gobernante es pretender quedar bien con todo el mundo. En sociedades divididas en clases y con intereses antagónicos es imposible pretender dejar conformes a todos. Los que así intentaron hacerlo sólo lograron el efecto inverso.
Esta verdad Duhalde la conoce. En su discurso inaugural habló de la responsabilidad del capital financiero y de los intereses de los grandes grupos económicos. Por ahora, sus anuncios no son más que palabras. Pronto sabremos si es capaz de avanzar desde las palabras a los hechos. Si lo hace, la batalla que lo espera será muy dura y el final será incierto, pero si no lo hace, el final que le aguarda es previsible y no será diferente al de Fernando de la Rúa.