Los dibujitos que el siglo XXI
les trae a los chicos, o al revés
Cuando todo parecía más vulgar, más chillón y depreciado, asomaron luces de genialidad o de ingenio, pequeños huecos de optimismo, precisamente en el segmento al que el marketing tradicional considera desde hace bastante tiempo el más apetitoso. ¿Será que es en el mundo de los niños adonde se está librando la verdadera batalla de la competencia bien entendida?
Los destinatarios son más inteligentes y sagaces que el público adulto, lo que parece haber acomodado la oferta a un perfeccionamiento forzoso -que hasta hace no tantos meses parecía impensable-, en el que los vendedores se han vuelto consumidores.
El antes automático y simple acto de encender el televisor, esa caja para nada tonta que desde la época de los baby boomers (1) parió generaciones de obesos abúlicos con miradas vacunas y un léxico más exiguo que el del loro de un mudo, es ahora para los menores de 18 y para algunos mayores una modalidad de proceso electivo casi democrático (sin entrar a juzgar si eso significa alguna ventaja). Los chicos deciden, control en mano, y lo hacen cada vez con más exigencias argumentales y estéticas. Esas demandas se reflejan en los frutos de la nueva imaginería veintiunesca de la -hasta ahora- roja-verde-azul pantalla.
A la proliferación anárquica y ramplona de "canales infantiles" (Nickelodeon se valió enseguida del lapsus e impuso su ariete que aclara que "no es un canal infantil: es un canal para chicos"), un furor que sobrevino mientras esperábamos los postres (dietéticos) del siglo veinte, azuzada por la facilidad de generar y transmitir señales en los sistemas de televisión por cable, le sucedió una depuración rápida que, por suerte y sorpresivamente, dejó en pie sólo a los mejores, y permitió el pasaje apresurado de las animaciones de bajo presupuesto a obras más elaboradas e imaginativas.
Los clásicos dibujos de los años 1940, 50, 60, y más acá, muchos de excelente factura (baste citar a algunas producciones de Hannah-Barbera (2), Maguila Gorila, Scooby Doo, El Oso Yogui, Los Picapiedras, La Hormiga Atómica, Tiro Loco McGraw, Huckleberry Hound, Los Supersónicos, Walt Disney (3), El Ratón Mickey, El Pato Donald, Goofy, Pluto, Bambi, Pinocho, Blancanieves, La Cenicienta, La Bella Durmiente, Winnie Pooh, Dumbo, Peter Pan, Alicia en el País de las Maravillas, La Dama y el Vagabundo, Los Aristogatos, Los 101 Dálmatas, Pocahontas, La Bella y la Bestia, Toy Story, Bichos, las Looney Tunes de la Warner (4), el Pájaro Loco, Tom y Jerry, Bugs Bunny, Porky, el Pato Lucas, Tweety y Silvestre, el Demonio de Tasmania, Speedy González, Yosemite Sam, El Gallo Claudio, El Correcaminos y el Coyote, las excepciones de la MGM5 -que produjo y produce la hoy devaluadísima Pantera Rosa, Todos los Perros Van al Cielo, El Gato Fritz y Submarino Amarillo-, los sindicatos United y King Features con Dilbert, Snoopy, Charlie Brown, Popeye, la outsider Betty Boop, el Hombre Araña, Blondie y Flash Gordon) estuvieron siempre apegados a los paradigmas morales y educativos de sus épocas: se presentaban como entretenimientos instructivos, didácticos, académicos; eran lo que David (6) fue a la pintura: exhibían imágenes "realistas", icónicas, estilizadas, "lógicas", amables y para nada irritantes; eran lo que el Poder de los adultos designaba como apropiado para pasatiempo de los niños.
Los protagonistas de esta casta eran héroes épicos, que raramente enfermaban o penaban, y que siempre dejaban una "enseñanza", directa o soterrada, una moraleja disfrazada de diversión. Quizás la cristalización del modelo, ya en su degradación más absoluta, sean los estúpidos humanoides de South Park del Comedy Central (7), trazados a compás y escuadra, afortunadamente satirizados después para adultos desde la vereda de enfrente en la versión sarcástica del canal Locomotion. Pero los chicos ya no quieren más eso de pasar el tiempo. Desde que los videojuegos les abrieron la cabeza a la estrategia y al dinamismo, se han tornado más participativos y menos pasivos.
A contrapelo de la caída estupefaciente de la calidad de los medios masivos, en especial de la producción musical y de su exhibición (el ejemplo más fastidioso y notorio debe ser MTV, antes un aceptable solaz dentro de la producción pop, hoy una alcantarilla de la estefaniana constelación "latina"), a contramano de la tendencia, como pequeños virus contra los que no hay vacunas ni antibióticos, los Nuevos Dibujitos Animados crecen, y hacen crecer el temperamento infantil.
Tal vez en el principio fueron Los Simpsons aleteando sobre las aguas turbulentas de la era Reagan-Bush (padre), un producto revolucionario y molesto como un tábano, traído a escena por la entonces Twentieth Century Fox, que misteriosamente no figuró en la programación del canal Fox Kids de la cadena, lo mismo que la siguiente hija de Matt Groening, Futurama. Parece ser que en las ideas de la Fox son dibujitos para adultos.
Hay algo turbador sin embargo en las propuestas de FK para los chicos: una mayoría de in(sopor)tables (sopor)íferas japanimations -animaciones japonesas- (Digimon, Power Rangers, Medabots, Transfomers) con oscuras parábolas incomprensibles para nuestras culturas; con connotaciones sexuales extrañas devenidas de la tradición formal e informal del país del sol naciente; con relaciones espaciotemporales que confunden sin componer. He aquí un solapado "Choque de Civilizaciones" (8), disimulado por el interés comercial del bajo costo. La monumental producción cinematográfica Ice Age (algo así como "La Glaciación", una mosca en la sopa), provoca en cambio un vuelco formidable en la hasta ahora gélida, álgida animación tridimensional, que no habían conseguido todos los gigabytes y gigahertz de la dupla Disney-Pixar, o el intento llamado Jimmy Neutron, de Nickelodeon Digital Studios. La glaciación descongela la animación 3D. Como en un espasmo recurrente pero incómodo, una vez más la productora de los reflectores que apuntan al cielo rompe moldes casi sin proponérselo: la demanda es la que manda.
El conglomerado AOL Time Warner, por su parte, si bien mantiene en el aire al Conejo de la Suerte, al Pato Lucas, o al latoso Droopy (una mención aparte des-merecen las parapléjicas baratijas niponas -las Toonami: Dragon Ball Z, la intraducible y untuosa Sailor Moon, Tenchi Muyo o Gundam- y los estereotipados clichés de la Liga de la Justicia -Batman sin Robin por las dudas, Superman y la Mujer Maravilla- puestos en caricatura), por contra ha llevado adelante transformaciones e innovaciones imprevistas para sus antecedentes, tales como los exasperantes pero maravillosos Pinky y Cerebro, el paracibernético Laboratorio de Dexter, el fastidioso patovica Johnny Bravo, el inefable Coraje (el perro cobarde), La Vaca y el Pollito (un hallazgo expresionista y surreal, aunque peque de un fugaz plagio del Diablo de los calefactores Orbis), Ed Edd N Eddy, o los desencajados integrantes de la Time Squad, que hacen "cumplir el pasado para proteger el futuro".
La gigantesca Viacom por su parte -a la sazón propietaria de la malograda (¿mal lograda?) MTV, del canal de películas pasatistas Showtime, del cleptómano Sundance Channel (que nada tiene que ver con el festival de cine independiente), del comediático y waspiano (9) Comedy Central, y de los refritos de clásicos Nick-at-Nite y TVland, por nombrar sólo algunos de sus "sucesos" por coaxil de cobre- lanzó en 1979 un ominoso proyecto soportado por anunciantes a través de MTV Networks, apuntado hacia cabecitas desde los 2 a los 11 años. Pero fue recién 1995 cuando el proyecto Nickelodeon cobró vuelo propio y atrapó a una porción considerable de la audiencia menuda con sus producciones originales vestidas de naranja.
Ya al borde del final del siglo que pasó, en marzo de 1998, abrieron en Burbank (la "Capital de los Medios del Mundo", situada en California) los Nickelodeon Animation Studios un laboratorio experimental para encauzar la inspiración de los creadores más destacados y originales que conocemos -salvando las distancias- desde los orígenes de Disneyland; así se lavaron en parte los pecados del canal anaranjado (recordemos que también patrocina, como su papá MTV, espantajos al estilo de la mejicana Thalía o los monstruos montados por productores émulos del doctor Frankenstein -descendientes del Menudo que nos legó al incierto "uno-de-los-25-más-bellos", según la revista People, Ricky Martin, cantor de los "himnos de las fiestas del nuevo milenio"-, grupúsculos que llevan nombres como S-Club-7 o el por demás levantisco O-Town, homónimo de una organización paramilitar de la Unión cuyo edificante lema es "Mejor tener un arma que usted no necesita que necesitar un arma que usted no tiene"); en noviembre de ese año, Nickelodeon Movies, en sociedad con su hermana Paramount Pictures, produjo el primer filme animado basado en la excelente serie de Arlene Klasky y Gabor Csupo: The Rugrats Movie, no tan atractiva como la serie original, pero pasable.
A la ya veterana animación de los Rugrats (aquí "Aventuras en Pañales"), se sumaron series deliciosas como La Vida moderna de Rocko, el ocurrente psicodrama íOye, Arnold!, la ironía de los estereotipados skate-surfers de Rocket Power, el prolijísimo Doug (un Tin-Tin de hoy en día), los hiperkinéticos Castores Cascarrabias, la mascota Poochini, Dora la Exploradora, Invasor Zim (punta de iceberg de la novísima expresión), el cándido Bob Esponja y la siamesa, sesuda, psicológica, escatológica y desopilante CatDog (está por verse qué nos depara la nueva Miniman, en el aire desde el 9 de marzo).
Los flamantes héroes de las nuevas camadas no dan consejos ni suelen dejarnos por norma moraleja alguna, pero calan hasta el tuétano en cuestiones fundamentales de la vida humana. Los diálogos y las situaciones llegan hasta grados insospechables para los otrora tiernos dibujitos para chicos. La estética, revolucionaria en el género siempre considerado una artesanía menor, está acompañada de un desarrollo moral consistente y consecuente, despojado de hipocresía.
Gracias a los nuevos dibujitos, un niño que se nutre de ellos es capaz de hacerlo también, a su manera -a la manera del espectador-, de las grandes obras del arte moderno figurativo o no, desde Toulouse, Courbet, Gauguin, Cézanne, Pissarro, Munch o Manet, a Matisse, Bracque, Miró, Picabia, Klee, De Chirico o Modigliani; de la reacción contemporánea de Warhol, a los cobijados bajo el paraguas del postmodernismo, o Baselitz, Chia, Schapiro, Chicago; un chico de nuestro tiempo es diestro en reconocer, comprender y reproducir a su modo y gusto (que no es la palabra adecuada) la otrora escandalosa imagen de Les Demoiselles d'Avignon, ya sea el original de Picasso o la última re-presentación de Bidlo, o la reinterpretación de Las Meninas de Velázquez, sin que se le mueva un pelo, con el provecho de sacar a la luz los más recónditos recelos y reemplazarlos por sensibilidad pura.
Sin intenciones de formar arte, lo que les quitaría naturalidad y los convertiría en un típico producto kitsch10, los dibujitos son una reacción inteligente a años de fruslerías mediáticas que sólo buscaban el negocio fácil y el engaño pertinaz. Tal vez convenga recordar una malgastada frase del maestro catalán padre del cubismo, que puede orientarnos en la percepción del espíritu de los artífices de los nuevos dibujitos, ubicados de un lado u otro del mostrador, cuando dijo: "Soy sólo un intérprete público que comprende su época". Nunca más certera la máxima de Unicef que reza "Los niños primero". Y por varios cuerpos.
El clan Simpson y sus vecinos y conciudadanos de Springfield establecieron a sal y fuego una estética revulsiva vista desde los cánones del modo de vida norteamericano al que curiosamente representan: el American Way of Life (AWL) recibió el pinchazo del punzón (awl) provocativo y categórico disparado desde el núcleo de una típica familia de clase media, paradigma del burgués paisano, que se ramifica en incontables relaciones laborales, deportivas, raciales, religiosas, políticas, educativas, ecológicas, gastronómicas. Quizás ése fue el quiebre, Bart.
Las opciones van desde dibujos al modo de los surrealistas, cubistas, naives, simbolistas y otras corrientes revolucionarias del arte moderno, hasta verdaderas creaciones transformadoras de la estética; los argumentos poseen una elaboración exquisita, ética en sentido estricto, y a la vez comprensible por el público pequeño y de atención obligada para los adultos, que mucho pueden aprender de los guiones excepcionales. Las cuidadas bandas de sonido integran melodías traídas del jazz, del funk, del rock alternativo, de la música incidental y de experimentos de laya diversa, todas composiciones originales asociadas a los personajes y a las historias de un modo formidable, digno de producir goce espiritual en los bajitos; los inevitables malos tragos de las traducciones están compensados por doblajes inigualables (pienso en Tommy, de Aventuras en Pañales; en Homero Simpson; en Vaca...).
Marcelo Soler