Opinión: OPIN-02

Fotógrafos santafesinos

Por Domingo Sahda

"...Aunque en cierto sentido, la cámara SÍ captura la realidad y no sólo la interpreta (sino que) las fotografías son una interpretación del mundo tanto como las pinturas y los dibujos..." (Sontag, Susan, "Sobre la Fotografía", Ed. Sudamericana, Bs. As.).


En fecha reciente, el Museo Provincial de Bellas Artes Rosa Galisteo de Rodríguez dio comienzo a su Temporada 2002, con la apertura de una exposición titulada "Fotógrafos Santafesinos", que reúne obras de María Zorzón, Gustavo Frittegotto, Mario Alberto Laús, Norberto Puzzolo, Roberto Guidotti y Raúl Cottone. El grupo está integrado por fotógrafos oriundos de distintos lugares de la provincia, en un arco que va del norte al sur atravesando el centro del territorio. Los expositores conforman, sin que esto signifique criterio de exclusividad alguna, tanto en calidad como en cantidad, una especie de mapa aproximado del hoy de la fotografía santafesina. La actitud abarcativa hacia la convocatoria de los partícipes resulta de interés en tanto supera la sempiterna conflictividad de estrechos localismos, en función de una mirada general tanto en lo conceptual como en lo estrictamente geográfico.

No es menos valioso el criterio de iniciar el calendario de actividades en el museo con una exposición de fotografías, habida cuenta de la, un tanto polvorienta, confrontación entre Arte y Técnica, que debe necesariamente ser superada. Tanto las Artes Plásticas cuanto la Fotografía requieren del concepto creador y de su viabilización técnica para hacerse visibles. Ambas son artes visuales y cada una de las cuales deben calibrarse desde su especificidad, sin negarse la una o la otra. La diversidad de expresiones redunda en el crecimiento del horizonte cultural del lugar.

Superadas en buena hora las estériles discusiones, pues sabido es ya, y de sobra, que ninguna de ellas es reemplazable por la otra y viceversa, las fotografías que se exhiben en la Sala Mayor y colaterales del museo se sostienen por valores propios.

En correspondencia con la cita del encabezado, la reflexión de esta columna se remite exclusivamente al caudal expresivo que se desprende del producto en exposición. En el entendimiento de que no es terreno de competencia el proceso técnico inherente a la actividad descripta, el interés se centra en el resultado de ese proceso, el que al ser exhibido en un ámbito tradicionalmente dedicado a las artes visuales, acumula un sesgo de relevancia definitorio como manifestación absolutamente artística... "tomar una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa. Precisamente porque seccionan un momento y lo congelan, todas las fotografías atestiguan el paso despiadado del tiempo". (Sontag, Susan, ibidem).

De este modo, la fotografía, tanto como el cuadro, devienen testimonios y participan por derecho del hecho social que implica la construcción de la cultura. Desde distintos puntos permiten el análisis del acontecer humano, del ayer y del hoy. La fotografía, tanto como el arte plástico, no es ni aséptica ni inocente. Como herramienta del poder en sus infinitas variables, como ritual social o como vehículo para calmar la angustia, al desnudar la vida, pone en foco a las personas, las cosas, los hechos, convirtiendo cada registro en huella de la memoria, fijando en el plano aquello que pronto "ya no será".

La realidad


Sin justificaciones posteriores o ajenas a la imagen en cuanto proposición, la calidad de cada foto no reposa en aquello que esquemáticamente designamos como "La realidad", la verosimilitud de aquello que se reconoce como tal. Re-conocer, como identificar, la calma, la inquietud y la perplejidad ante lo extraño, aquello que por insólito o fuertemente revelador nos inquieta, nos desacomoda. El aspecto de "realidad", factor accidental en la construcción del registro, nos conmueve en tanto su organización visual de luces y sombras es cómplice de nuestro sentir más profundo. Cuando el éxtasis se regodea con la "técnica de resolución", la obra deja de ser la manifestación de arte al que aspira, para ceñirse al "artesanal trabajo práctico".

Dichas de este modo las cosas, de estos seis fotógrafos santafesinos me permito reflexionar, intentando una interpretación de la obra que cada uno expone. María Zorzón, quien titula a su colección "Caos y orden", dirige su atención a las personas, a los paisajes, a las cosas, y mirándolas las detiene, fijándolas al plano en un intento por frenar aquello que inevitablemente huye y se licua como señales en la memoria. La luz de Zorzón resbala sobre las superficies, se hunde en el follaje para resplandecer en la nube, palpita morosamente y acaricia la piel aterciopelada. La autora explora su entorno, se vincula con las cosas y con las personas y retrata los signos que subrayan la vida y la muerte. Obras cálidamente contenidas por su entera decisión de hablar de la vida, que es un vaivén de caos y orden. Lo trivial, lo accidental se señalan como muescas del tiempo vivido. Orquesta las escenas con luces que bañan las formas, con sombras que relumbran en su misterio, con grises perlados que todo lo equilibran.

Raúl Cottone enfoca la fugacidad de la imagen-propaganda que, estereotipada en su superficie brillante, desde las paredes, no resiste la andadura de los días. Rostros, gestos, sonrisas ficcionalizadas, desde el papel, son jirones azotados por el viento, empujados al olvido. Metáforas visuales desteñidas por el sol, lavadas por la lluvia, sus desgarramientos son el equivalente de promesas incumplidas, negadas por una realidad mayor. Imágenes del desencanto, la seducción de sus perfiles de papel se detiene al borde de las superficies, sin dejar huella. Curiosa es esta obra de Cottone: desde su excelencia visual de a ratos se lee como litografía color, de a ratos como elaborada pintura "hiperrealista". Desde la precisión y el acorde tonal nos hablan de lo ambiguo, de lo deleznable, recortando ajustadamente cada toma, resignificando los accidentes visuales entrevistos hasta convertirlos en documentos.

Suma de realidad y ficción, detrás de la ostensible belleza de estas fotos está la voluntad de su autor, que a la distancia registra la marcha implacable de los días.

Gustavo Frittegotto expone presencias diluidas, ausencias que pulsan por "re-aparecer". Son imágenes trabajadas desde la oposición, desde el negativo, que revelan la fantasmagórica esencia de la condición humana. Con su intervención directa sobre la placa, Frittegotto trae a la luz las cicatrices de rostros alternativos que nos observan desde el contraste entre la densa sombra y la luz que araña la piel.

Son testimonios de los transitorios emparentados con el grabado expresionista de pura cepa. Cada foto respira pesadumbre. La voluntad del autor, que modifica el registro inicial deviniéndolo "otro", tensado por la subjetividad que destila cada obra, nos dice del fotógrafo que direcciona a voluntad los datos primeros, rehaciendo cada rostro, ajustando su exterior a flujo interno que se cuela aquí y allá.

La mirada


Roberto Guidotti expone imágenes que interpelan a quien se detiene ante ellas. "Miran" al ser miradas. Su autor, al disparar la cámara exige de ellas la mirada frontal que nos cala, que nos inmoviliza. Indagación del rostro como evidencia y como máscara. Modela el autor los grises que en graduados pasajes se van internando en la sombra. El blanco de luz sólo destella en las pupilas de sus personajes. La frontalidad convocada nos produce la inquietante sensación de ser vigilados desde todos los ángulos por esa galería de seres. Como puente tendido entre autor y espectador destila subrepticiamente la inquietud de aquel que al explorar los rostros, se pregunta a sí mismo. Los ojos de los retratados son ventanas abiertas que, ante la demanda de la cámara, nos piden respuestas. Mario Alberto Laús ofrece una síntesis de su obra en esa esplendente imagen titulada "Fuegos de artificio". Atrapa el instante de aquello que "inmediatamente no será más". Su propuesta expositiva respira intencionalidad didáctica y se encabalga en proposiciones alternativas. Un tanto despareja como reunión de obras, se lee no obstante como hipótesis de apertura a nuevos caminos para la fotografía de un autor que deposita fuertes esperanzas en el valor de lenguaje de sus trabajos.

Norberto Julio Puzzolo ofrece con sus trabajos imágenes crueles que son señalizaciones y huellas brumosas de lo fugaz, condensación simbólica de elementos que respiran dolor y ausencia, manos extendidas frenadas por alambrados de púas, libertad soñada y negada. Fotografías hechas por un autor que apela a la recurrencia de un tema para reforzar la intención expresiva por impregnación. Construye a su modo relatos visuales de sentido proteico que aluden a nuestro tiempo, sin maquillaje alguno. La densidad expresiva de las imágenes que convoca y con las cuales construye su discurso visual no se ata a la iconicidad mayor o menor de cada forma. La técnica elegida para expresarse está al servicio de su intencionalidad creativa. A distancia de la "bella maniera", su obra deviene testimonial en las fronteras de lo convencional como registro, creando otra manera de la belleza que destaca por su proximidad con lo innominado, con lo terrible.