El sistema de numeración que
usamos, un invento genial
Por Stella Ricotti de Marí (*)
La noción de número, tan antigua como la historia de la cultura, se inventa ante la imposibilidad de poder captar con un golpe de vista una determinada cantidad. Cuando una cultura logra una numeración es porque alcanza un sistema para representar los números. La función del cálculo es posterior y más compleja, ya que se puede representar sin calcular pero es imposible hacer un cálculo sin una representación previa.
Si hacemos un somero recorrido por algunas culturas y sus modelos de numeraciones, tal vez podamos comprender el porqué de la universalización del uso del sistema indoarábigo.
En distintas épocas y sin comunicación aparente han aparecido modelos de numeraciones bastante similares: los persas tenían una técnica de marcas con nudos a lo largo de cordeles y los incas usaban los quipu como instrumento para llevar contabilidades del imperio. Los sumerios fabricaron los calculi de arcilla con diferentes formatos otorgándoles valores y jerarquías según un sistema sexagesimal (en base sesenta), cuya influencia llega a nuestros días en la forma en que medimos los ángulos y el tiempo. Los aztecas utilizaron un modelo vigesimal (de 20 en 20), con figuras de puntos, hachas, plumas y bolsas egipcias, 3.000 años antes de nuestra era, usaron un sistema decimal y con signos para el uno, diez, cien, mil que iban repitiendo de modo aditivo.
Todas estas numeraciones figuradas no pudieron registrar los procesos operatorios ni permitieron revisar los posibles errores, a esto se llega después del invento del papel y su utilización como soporte de la escritura.
Algunas civilizaciones no crearon símbolos particulares para los números y usaron ciertas letras a manera de cifras: es el caso de las numeraciones alfabéticas escritas hebraica y griega. La numeración romana no tiene un origen alfabético, como podríamos pensar por los símbolos que conocemos; ellos adoptaron un sistema que es un vestigio de la práctica ancestral de hacer muescas, con marcas distintas cada vez que contaban cinco o diez. La equiparación de algunos símbolos a las iniciales de algunas palabras como centum y mille fueron adoptados después de una larga evolución.
La civilización maya, que fue la más avanzada de América, usó un sistema numérico vigesimal superior a los anteriores: posicional, con sólo dos símbolos -puntos y rayas- y creó el principio abstracto del cero antes de que esta idea llegara a Europa.
El sistema de numeración que usamos, de origen indio y difundido por los árabes, es el resultado de un largo proceso de abstracción exclusivo del pensamientos humano. ¿Dónde reside su fortaleza? No se usan agrupaciones de unos para el dos, el tres o el cuatro; con sólo diez signos independientes se pueden representar todos los números posibles; según la posición de la cifra, se representan unidades, decenas, centenas, etc.; es en base diez e incluye el cero.
Este legado maravilloso llega a las manos del califa de Bagdad, Al Mansur, como un obsequio protocolar entregado por una embajada india. Los sabios de su corte reconocieron inmediatamente el valor de un tratado de astronomía escrito por el matemático Brahmagupta...y entre sus páginas, el mayor de los tesoros: las diez cifras y el cálculo con ellas. La posterior penetración de este saber en el Occidente cristiano se da gracias a la obra que escribe Muhammad al Juwarizmi (S.IX), quien da a conocer el sistema y describe la forma de usarlo. La celebridad de su obra fue tal que, de la latinización de su nombre nace la palabra algoritmo para describir un mecanismo de cálculo.
El nuevo conocimiento enfrenta a los adeptos del método indio con los profesionales del ábaco, quienes constituían una elite defensora de los privilegios de los calculadores profesionales ligados con los intereses del poder. La sencillez del método permite la democratización del cálculo y la posibilidad de generalizar su uso. Con la numeración india, hoy usada por todos los pueblos del mundo, se hicieron posibles los cálculos más complejos sólo con una pluma, un pergamino o una hoja de papel.
El lúcido califa de Bagdad, Al Mansur, recibe a los embajadores indios y se hace depositario de uno de los legados más valiosos de la cultura humana. Por estas latitudes, 1.229 años después, también llegan embajadores indios que traen números, pero Buenos Aires no es aquella Bagdad, hay asesores que carecen no sólo de sabiduría sino del más elemental sentido común, el califa dejó al pueblo en estado calamitoso... Y los documentos de Anoop Singh seguramente distan bastante de parecerse a los de Brahmagupta.