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Toco y me voy: Chancletas y pantuflas

Hay parejas que son históricas: Batman y Robin, Chip y Dale, rayos y centellas, chancletas y pantuflas. Y si nos referimos a esta última dupla es porque estamos en el exacto punto del reemplazo de una por otra.


El mercado del calzado hogareño (el que excluye a botas, zapatos o zapatillas, a priori designados para salir al rudo mundo exterior) se ha revolucionado en los últimos años. Modelos novedosos, cómodos, abrigados o muy frescos según los casos, materiales innovadores, diseños alegres. Ahí anda uno por la casa con conejitos en las patas, una paquetería. O perritos. O ratones. Bichitos que le agregan ternura a la visión del ser querido, alguien ante quien podemos archivar formalismos y aceptar que eso, esa cosa de pelos enmarañados, pijama grandote, aspecto somnoliento, y pantuflas con animalitos, eso es precisamente un ser querido y no alguien que merecería tratamiento médico de inmediato si fuera un desconocido al que vemos así vestido por la calle.

Les decía que el mercado patal en su conjunto sufrió un vuelco y una transformación notables. Antes las chancletas venían de una forma o dos y eran de carácter universal. Y las pantuflas eran de tela escocesa o de un recatado tono pastel y diseño igualmente universal. Y si no te gustan, andá descalzo...

En el campo, las chancletas son un sentimiento y alientan la competencia. Es que eran utilizadas una vez al año, por lo menos, en la fiesta del pueblo, para la competencia de chancletas. No hay nada de novedoso en correr con chancletas si se planteara un objetivo allá adelante, más allá de algún barquinazo o patinada monumental si uno es de transpirar los pies (una fineza, ya lo sé). Pero las competencias eran en chancletas y para atrás. Porrazos memorables, chancletas destripadas, talones pelados, todo ante la risa general del pueblo entero.

Con fines más prosaicos, las chancletas se vienen usando para salir de la cama o para ir al baño, por ejemplo.

Pero entremos por fin en clima. Estamos en la época del año en que la chancleta es demasiado aérea y deja demasiados flancos para el vientito que se cuela por debajo de la puerta y que justo se clava en nuestros juanetes y se instala para el resto de la noche. No hay nada más feo que andar por la vida con frío en los pies. Bueno, hay también gente con frío en el alma, pero eso corresponde a otra nota.

Antes, te decían que vayas en pata nomás, en vivo y en directo. Que así se hacían los hombres. Pero ahora, con las comodidades de la vida moderna, con el confort que puede existir en un hogar, sufrir frío en los pies es sólo para tipos muy estructurados o para masoquistas.

Y se viene nomás el cambiazo. Así que la chancleta se patea debajo de la cama o se esconde o se guarda. Y en su reemplazo aparecen las coloridas y abrigadas pantuflas. Y en este punto, aquí mismo, sin avanzar ni un solo renglón más, yo quiero denunciar desde esta tribuna de causas importantes (y perdidas de antemano) que existe una notoria discriminación contra el humano varón adulto. No puede ser que exista la enorme variedad de pantuflas para el resto de los compañeros de especie (incluyo a Doña Marcia, miren ustedes qué bueno estoy) y a nosotros nos quieran seguir arreglando con la frisadita gris o marrón o con la escocesa. Ni siquiera hay modelos que tomen todo el pie, o hay muy pocos.

Se trata de una forma no deseada de machismo -que deploro y denuncio- que pretende que los hombres no puedan tener una tierna pantufla rosada con forma de pescadito. Como si no hubiera hombres tiernos, carajo. O se nos niega la posibilidad de tener un osito allá abajo, donde se decide el mundo. O no nos permiten exhibir un tigre. O un gatito siquiera. Malos bichos.

Y les digo más. Me preocupa la discriminación que sufre la pantufla con respecto a su versión veraniega, la chancleta. Es que ésta, con distintos modelos, muchos de ellos formando parte de la otrora poderosa invasión brasileña, parece que tiene permiso y aceptación para salir a la calle.

Gente en chancletas por todas partes: en el colectivo, en el súper, ni qué hablar en la pileta, para encarar hacia el kiosco en búsqueda de un porrón. Y resulta que la pantufla, que encima tiene la virtud de ocultar los dedos chuecos, las uñas largas, los cayos plantales, los juanetes y el pisotón del dos del equipo rival, no tiene el mismo permiso.

Así es que desde aquí hago un llamamiento (que es como un llamado, pero más importante: una persona normal llama, un político en cambio hace llamamientos) formal para la diversificación de modelos de pantuflas masculinas por un lado; y para la aceptación de tan cómodo y particular calzado en la vía pública, lo que conlleva la posibilidad de renovar aún más el mercado de la moda pantuflera, armar desfiles de moda específicos, etc.. Esto parece un panfleto. Lo es. Y si bien puedo meter la pata (de eso se trata, en realidad) hasta el cuadril, es tan lindo de vez en cuando tirar la chancleta. �No?

Néstor Fenoglio