Nosotros: NOS-07
Nosotros

Tributo: La voz del caminante

Con un espectáculo llamado "El canto del viento", tres músicos entrerrianos recordaron a Atahualpa Yupanqui. El trovador que dejara la tierra hace una década, está presente hoy con sus enseñanzas.


Hace diez años, su voz se encendió más que nunca. Con la fuerza que impone la ausencia, sus enseñanzas recobraron la sabiduría de la simpleza. Atahualpa, el peregrino, hacía una pausa en su camino en Nimes, Francia, el 24 de mayo de 1992, lejos de la tierra a la que siempre llevó consigo.

Pero como sucede con los maestros que la vida regala, su voz, lejos de apagarse, sigue sonando en el canto del viento que mantiene viva su palabra. Atahualpa Yupanqui, el que hizo suya la definición quechua "runa allpacamaska", el hombre es tierra que anda, no ha cesado en su caminar. En estos días, de la mano de su guitarra, llegó a Paraná.

Tres compositores entrerrianos fueron el medium para que Atahualpa vuelva a estar entre nosotros: Walter Heinze y Miguel "Zurdo" Martínez -quienes se hermanaron en el canto con el trovador cuando andaba por Entre Ríos-, junto a Carlos "Negro" Aguirre, interpretaron su obra y ofrecieron un respetuoso tributo a Yupanqui en el Centro Cultural La Hendija.

"El canto del viento" fue el nombre que eligieron para reunir un puñado de coplas en las que se expresa la hondura del mensaje de Yupanqui. Fue entonces cuando las "guitarras de la pampa comenzaban su antigua brujería, tejiendo una red de emociones y recuerdos con asuntos inolvidables", tal como alguna vez contó el propio Atahualpa recordando su niñez en Pergamino, adonde había nacido en 1908 bautizado como Héctor Roberto Chavero.

Instrumento del alma


Las guitarras de Heinze y Martínez rememoraron la relación del hombre con el instrumento de su alma. "Con la guitarra alcanzaba el sueño cuando era niño -dijo cierta vez el trovador-. Con una vidala o una cifra me entretenían mi padre y mis tíos".

La guitarra, esa que acompañara desde su cuna, la que fuera herramienta política de su canto, la misma que le ayudara a borrar las fronteras del mundo cuando tuvo que abandonar el pago, la que abrazará durante toda su vida, sonó con su particular estilo. Desde esa guitarra encordada con las raíces de nuestro continente, nació un canto que con la misma intensidad inundó las bocas de los cantores de pueblo o invadió las principales salas de concierto en el mundo.

El piano de Aguirre puso el sonido del viento. Rescató la esencia de la obra de Atahualpa para dejar libre a la música jugar entre los recuerdos, pronunciados con el hondo decir de Heinze.

"El arriero", "Recuerdos del Portezuelo", "El niño duerme sonriendo", "El alazán", "Preguntitas sobre Dios", "Canción para Pablo Neruda", "La añera" y "Nada más" fueron sólo algunas de las oraciones de esta ceremonia en la que el trovador, el poeta de la tierra y de los hombres, pronunció una vez más su mensaje.

Atahualpa Yupanqui, el hombre que rescató en su nombre a dos de los doce incas del Perú incaico, desnudó los misterios de un alma que, arraigada a su suelo, no hizo más que seguir las huellas de su andadura. "He llenado mi vida de caminos...-dijo cierta vez-. Tengo la impresión de haber caminado durante siglos".

El final, o quizás el principio, está allí bajo un árbol del Cerro Colorado, en el norte cordobés que siempre añoró. Allí descansan sus cenizas, pero él sigue andando. "En lo mucho que he rodao, me han conversado los caminos, con sus profundas razones. Cuanto más largos los caminos, más profundas son sus lecciones".

Gabriela RederoFotos: Archivo El Litoral