Cultura: CULT-01

El pintor y las damas

Por José A. Duimovich

Hace 85 años fallecía en París el artista francés Edgar Degas, gran retratista femenino. Su obra es una lucida exploración de la ciudad moderna. El cuidadoso estudio de la composición y el color desplaza el interés respecto de los temas representados.


En mayo de 1884, Emile Zola dirige a J.K. Huysmans una carta elogiando su libro Arte Moderno, donde Huysmans se dedicaba, entre otras cosas, a exaltar el trabajo de Edgar Degas al tiempo que demolía la obra de Coubert. En su ferviente defensa del impresionismo, incluso en tiempos en que la mayor parte de la crítica se ocupaba en denostar el movimiento, Zola se había encontrado a menudo con pinturas de Degas, sobre las cuales nunca dejaba de oponer algún reparo. La carta a la que hacemos referencia marca el punto cúlmine de su menosprecio por el artista francés. En una clara alusión a lienzos como Madmoiselle Lala en el Circo Fernando (una tela de 1870 que muestra a una trapecista vista desde abajo), Zola anotaba que cuanto más se apartaba de "los ángulos de observación simplemente curiosos", más aprecio sentía "por los grandes creadores generosos que aportan todo un mundo".

Por ese entonces, Degas ya tiene 50 años y una obra que había permitido a Huysmans caracterizarlo como el pintor por excelencia de la vida moderna, un observador cuya mirada penetrante le había permitido registrar el ajetreo parisino de un modo análogo al trabajo realizado por Baudelaire y Flaubert sobre la página. Los juicios radicalmente dispares sobre su creación podrían explicarse entonces a partir del coro de rencillas que en todo tiempo han acompañado la trayectoria de un artista. Pero, más allá de gustos personales, el arte moderno difícilmente podría ser pensado de manera completa sin detenerse en la obra de Degas.

A excepciones de algunos cuadros sobre motivos históricos (como Jóvenes espartanas provocan a los muchachos y Escena de guerra medieval), la mirada del francés se posa casi siempre en escenas que retratan la existencia cotidiana en la gran ciudad, desde ceremonias sociales como las carreras de caballos, los conciertos y el ballet, hasta el retrato de esa suerte de comedia humana intimista que se detiene en el bostezo de una planchadora o en el gesto de una dama que acomoda su sombrero frente al espejo.

Valéry, a quien Degas conoció en 1870, supo definir su modo de acercamiento a la realidad en los términos de una "manera de ver', una forma de encuentro con el mundo fijada en la tarea de sorprender instantes como el momento en que una mujer deja colgar un rizo sobre su frente o se muerde inadvertidamente los labios.

Esta pasión por lo instantáneo no está sostenida en un concepto según el cual la pintura debería ser la traducción espontánea de las impresiones. La aversión de Degas por esta idea y su horror hacia la práctica de pintar al aire libre están en la base de la relación siempre tensa que mantuvo con el impresionismo. Sus lienzos son por lo general el resultado de una mediación cuidadosa de la composición, fruto de ensayos interminables que no tenían lugar en otro ámbito que no fuera el atelier.

En una línea con la perspectiva de Huysmans, se ha puesto quizá demasiado énfasis en vincular a Degas (que también incursionó la escultura, llevando sus célebres bailarinas desde el lienzo a la cera y el bronce) con la figura del flaneur, ese paseante típicamente moderno que excitaba su imaginación en las calles de la gran metrópolis, dejándose arrastrar por impresiones fugaces pero capaz de restituir en su paseo un sentido épico, heroicamente bello de la vida. Degas ha compartido ciertamente con algunos pintores de su tiempo el interés por la existencia humana tal como ésta venía modificada por las transformaciones del progreso. En este sentido parte de su obra no dejó de reflejar ese nuevo ámbito para la experiencia que trajo aparejado la iluminación a gas de la que se enorgullecían el interior de los edificios y los paseos públicos de París, pero raras veces su trabajo se dedica a embellecer las escenas. En pocas palabras, Degas no pinta el presente con talante épico o legendario.

En los últimos años de su vida padeció una enfermedad ocular que fue imposibilitando su trabajo con las masas cromáticas y la luz, elementos que constituyeron, más allá del tema y los motivos representados, el verdadero foco de atención de su arte.

Fallece el 27 de setiembre de 1917, y es enterrado en la tumba de su familia en el cementerio de Montmartre.