Artesanos del cristal
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Son maestros de un arte milenario que se caracteriza por preservar la perfección, el brillo y el color. En San Carlos Centro, desde hace 53 años, varias generaciones de artesanos cotidianamente mantienen inalterables esas cualidades del más puro cristal.
Son portadores de un legado, de una tradición de soplar y moldear con su hálito todas las formas, y transformar una candente masa de vidrio en una imponente copa, una soberbia pieza de decoración o una rara fantasía: son los artesanos del cristal de San Carlos Centro.
El talento y destreza manual de los sopladores pone a las piezas de cristal en la lista de los objetos más buscados por la belleza de su elaboración. Es la única fábrica de estas características que mantiene la tradición europea en Sudamérica.
En el enorme edificio, el movimiento es intenso, y los trabajadores se desplazan de un lado a otro, y cada uno cumple con una función precisa.
Una rápida recorrida es suficiente para apreciar los llamativos procesos de elaboración del cristal, el soplado, el modelado y la terminación de los diversos objetos.
Enrique Favre, soplador de copas y vasos, confiesa que este oficio requiere de "una cierta dosis de masoquismo" para soportar altísimas temperaturas en el verano, y pone énfasis en que se trabaja a 50 centímetros de un horno que "está a más de 1.000°; esto no es sencillo, ni un trabajo para cualquiera", insiste con sabiduría.
Por esas manos han pasado incontables obras de arte, y para quien los observa modelar es todo un rito. Para ellos en cambio es algo normal.
"Por lo general, ninguna creación nos llama la atención, porque es un trabajo rutinario. Se comienza con una diversidad de miles de moldes, y dentro de la demanda que tiene la empresa uno tiene que estar capacitado para hacer una determinada cantidad", explica con entusiasmo.
La armonía es para los artesanos una regla de oro "y nos interesa que todo salga perfecto. La única forma de trabajar el cristal es que esté todo bien. Lo malo no existe", señala en forma categórica.
Para Enrique, el cristal tiene que ser puro, limpio, transparente y no tener ninguna impureza. "Estas condiciones se logran con buena materia prima y una perfecta mano de obra. Una buena pieza tiene que tener un efecto visual y lograr que a través de la luz nos transmita un efecto natural".
Este sancarlino que empezó a los 13 años -"toda una vida", confiesa- y que ahora es oficial soplador, considera que una copa, por ejemplo, debe reunir armonía y equilibrio, "tanto en su pierna como en su pie".
Al evaluar el impacto de la actividad, asegura que para el mercado interno son pocas las familias que consumen cristal, porque son "artículos de regalo, un tanto caros y no masivos".
"Comúnmente se ingresa a trabajar en la cristalería cuando se termina la escuela primaria. El paso inicial es la de aprendiz; de ahí en adelante la evolución que se pueda lograr queda condicionada por la voluntad para aprender en todas las categorías hasta llegar a ser oficial vidriero", comenta con autoridad Juan Carlos Dall�Asta, encargado de producción.
El avance del trabajador se centra posteriormente en sacar vidrio, lo que se denomina colate -que es una bolita. "Así logran ir escalando, soplando una copa o haciendo una base hasta lograr elaborar piezas que pueden llegar a pesar hasta 15 kg, que no es algo que pueda lograr cualquiera oficial".
Para conseguir ese cometido, el artesano tiene que ser una persona que tenga mucha fuerza "para manejar una caña, que es el hierro hueco por donde se sopla para mantener el vidrio", describe con precisión el maestro.
Por lo visto, la contracción y el interés por el trabajo son aspectos determinantes para llegar a ser buenos vidrieros. "Hay algunos con más destreza que otros y asimilan los conocimientos del oficio rápidamente. Es como cualquier artesano, salen regulares, buenos y muy buenos", sintetiza Dall'Asta.
Sin embargo, para Rubén Ricardo Favre, soplador de piezas, a los más jóvenes medianamente les interesa este arte. "Antes cuando ingresábamos nosotros, la atracción era mucho mayor y no sé si los oficiales de esa época nos obligaban a que esto fuera así".
"Si bien aprenden, el proceso es lento, aunque pienso que con el tiempo van a llegar. Es una especie de vocación hereditaria, un legado", sostiene con convicción.
Rubén entrecierra los ojos y entonces se cuela un recuerdo: "Acá hubo una época en que trabajaban tres generaciones en la cristalería, cosa que ahora no ocurre por los colegios y por los hijos que se van a estudiar afuera".
Hacer cristal de fina calidad no es tarea fácil, porque en el resultado final deben tenerse en cuenta no solamente cuestiones técnicas y artesanales, sino también la experiencia y la predisposición para encarar cada producto con "dedicación y esmero" como les gusta decir a los maestros, con el hálito que les queda.
Entre 1948 y 1950, la provincia de Santa Fe recibió a familias europeas que traían el valioso aporte de la industria del cristal. Ya había terminado la Segunda Guerra Mundial, y la situación en Europa se tornaba muy incierta, especialmente para los jóvenes que pugnaban por un cambio de vida.
Si bien eran momentos difíciles, exigían la toma de decisiones pese a que no existía una visión clara de cómo poder cambiar la vida en el pequeño pueblo de Altare, Liguria (Italia).
Este grupo integrado por 14 muchachos se denominó grupo Tova (técnicos, obreros, vidrio Altare), que llenos de esperanzas e ilusiones se embarcaron en Génova, el 8 de setiembre de 1947, en la nave Mendoza de bandera argentina, arribando a Buenos Aires el 24 de ese mes.
El 20 de octubre de 1949, Anselmo Gaminara, el integrante más joven del grupo Tova, con tan sólo 22 años de edad, se traslada definitivamente a San Carlos Centro y comienza los proyectos para dar inicio a una pequeña y humilde fábrica de cristal.
Por ese entonces, todo era muy precario, y se vivían horas difíciles e inciertas con temor al fracaso; pero la férrea voluntad, el tesón y decisión fueron suficientes para luchar y conseguir el objetivo deseado.
El grupo Altaneses, constituido en sociedad, establece el punto de partida para transformar a San Carlos Centro en un polo de desarrollo vidriero, de fundamental importancia en América del Sur.
Al comenzar a tomar experiencia todo fue cambiando, y Cristalería San Carlos comenzó a crecer, con un horno más, incremento del plantel de trabajadores, nuevos modelos e iniciativas.
Sin embargo, hubo un hecho que fue preponderante y está relacionado con el empeño de los aprendices sancarlinos, que en breve tiempo habían asimilado el novedoso oficio.
Tratando de superar períodos críticos, la firma sigue año tras año evolucionando favorablemente, para lograr consolidarse en los exigentes mercados nacional e internacional, y prosigue con su tarea en procura de conseguir un desarrollo sostenible.
Hoy todo el personal, directa e indirectamente relacionado con esta fuente laboral, que lleva más de medio siglo de existencia, se siente orgulloso de que San Carlos Centro sea considerada como el principal centro de producción de cristal del país.
Los primeros objetos de vidrio que se fabricaron fueron cuentas de collar o abalorios, pero las vasijas huecas no aparecieron hasta el 1500 a.C.
Es probable que fueran artesanos asiáticos los que establecieron la manufactura del vidrio en Egipto, de donde proceden las primeras vasijas producidas durante el reinado de Tutmosis III (1504-1450 a.C.), según sostiene un trabajo de Martín Cagliani en la Página del Conocimiento y el Saber en Internet (webs.sinectis.com.ar/mcagliani).
La elaboración del vidrio floreció en Egipto y Mesopotamia hasta el 1200 a.C. y posteriormente cesó casi por completo durante varios siglos. Egipto produjo un vidrio claro, que contenía sílice puro; lo coloreaban de azul y verde. Además de vasos hacían figurillas, amuletos y cuentas, así como piezas vítreas para incrustaciones en muebles.
En el siglo IX a.C., Siria y Mesopotamia fueron centros productores de vidrio, y la industria se difundió por toda la región del Mediterráneo. Durante la época helenística, Egipto se convirtió, gracias al vidrio manufacturado en Alejandría, en el principal proveedor de objetos de vidrio de las cortes reales.
Sin embargo, fue en las costas fenicias donde se desarrolló el importante descubrimiento del vidrio soplado en el siglo I a.C. Durante la hegemonía romana, la manufactura del vidrio se extendió por el imperio, desde Roma hasta Alemania.
Antes del descubrimiento del vidrio soplado se utilizaban diferentes métodos para moldear y ornamentar los objetos de coloreado, tanto translúcidos como opacos.
Algunos recipientes eran tallados en bloques macizos de cristal; otros en cambio se realizaban fundiendo el vidrio con métodos parecidos a los de la cerámica y la metalurgia, e incluso adoptaban moldes para hacer incrustaciones, estatuillas y vasijas (jarras y cuencos).
Además se producían tiras de vidrio que luego se fundían juntas en un molde y luego daban lugar a listones. Los diseños eran de gran complejidad, incorporándose la técnica del mosaico, en la que se unían los elementos en secciones transversales que, posteriormente, podían cortarse en láminas.
Las superficies resultantes de esos cortes se fundían juntas en un molde para producir vasijas o placas. Se hacían vasos con bandas de oro que presentaban franjas irregulares de vidrios multicolores y con pan de oro incrustado en una franja transparente.
La mayor parte de las piezas anteriores a los romanos se desarrollaban con la técnica de moldeado sobre un núcleo que consistía en fijar a una varilla de metal una mezcla de arcilla y estiércol con la forma que deseaba darse al interior de la vasija.
Ese núcleo se sumergía en pasta vítrea o se envolvía con hilos de esa misma pasta, que se recalentaba y pulía sobre una piedra plana para darle forma. La posibilidad de dirigir el hilo de pasta vítrea en varias direcciones sobre el núcleo permitía plasmar filigranas decorativas con hilos de uno o varios colores.
Seguidamente se añadían las asas, la base y el cuello, y se enfriaba la pieza. El paso siguiente era retirar la varilla de metal, sacándose el material que conformaba el núcleo.
Esa técnica se usaba sólo para hacer vasijas pequeñas, tales como recipientes para cosméticos o frascos, como puede apreciarse en los objetos egipcios. En cambio en las piezas logradas a partir del siglo VI a.C. con este método de envolver un núcleo, tenían formas que se inspiraban en la cerámica griega.
En este arte los obreros se inician como aprendices y pueden llegar a consagrarse como oficiales sopladores: la máxima aspiración que busca quien se vuelca a esta particular actividad.
Los operarios van ascendiendo en la medida que aprenden las distintas tareas asignadas, aunque esto depende de la habilidad que adquieran y no todos llegan a la meta propuesta.
Textos: César BenítezFotos: Néstor Gallegos y Alejandro Villar