El arte de cultivar los dones que recibimos
Elisa Zurbriggen nos recibe en su cuarto preferido, donde ocupan los principales lugares un piano y un wincofón debajo de un moderno equipo de audio. Porque la música ha sido siempre y sigue siendo el eje de la vida de "Bocha" Zurbriggen. En esta nota nos habla de esa pasión que guió su conquista de la felicidad.
Empecé mi carrera muy jovencita y mi primera y mejor educadora musical fue mi madre, la que me enseñó todas las trampitas y desvíos para llegar más rápido a determinada meta. Vengo de una familia de músicos; mamá era hija de suizos franceses, única mujer entre ocho varones; todos tocaban algún instrumento, y ella era una gran pianista. Y un hermano de mi abuelo, que vivía en Francia, era compositor.
Con mami estudié nueve años, y después seguí con María Luisa Carrió de Blanco, una extraordinaria profesora, en el Conservatorio Beethoven.
En el '48 se inicia el Instituto de Música de la UNL., y en la comisión organizadora ya estaba el padre Catena. Se prepara un exigentísimo examen de ingreso, con jurados como Carlos Guastavino, y entre los noventa postulantes entramos catorce. Y ahí empecé mis estudios de piano, con excelentes profesores como Roberto Caamaño y Roberto Locatelli. Contemporáneamente estudié canto, y empecé a acompañar a los alumnos del maestro Urizar. Hasta que se produce una vacante, me presento a concurso y pasé a ser profesora de Repertorio y Repentización, o sea, acompañante de los alumnos que estudiaban canto.
En el '53 me recibí. Y me casé, gracias a Dios con un músico, un cellista. Teníamos un pequeño conjunto de cámara, y era una risa, porque el nuestro era como el quinto noviazgo que se formaba en el grupo, y hasta teníamos al cura para casarnos, un dominico que estudiaba canto, el padre Santoro.
Me caso y me voy a vivir a un pueblo, Zenón Pereyra, donde mi esposo tenía campos. Allí formé un coro de niños y uno de adultos varones, que hoy es oficial.
Allí pasé siete años muy felices. Hasta que volvimos a Santa Fe. Inmediatamente empecé con treinta horas de cátedra en las Adoratrices, donde me había recibido, y en el Calvario. Hice unos coros preciosos allí; intervinimos en muchísimos recitales afuera, y pude vencer un poco esa rencillita que había a veces entre los colegios.
En el Calvario era capellán el padre Catena, que me preparaba las canciones y las armonizaba a voces iguales, para voces femeninas. Fue un trabajo precioso, tal es así que cuando me jubilé hice un coro de ex alumnas. Y esas ex alumnas, para quienes canté en sus casamientos, o en los bautismos de sus hijos, me visitan, me asistieron cuando estuve enferma... A mí siempre me gustaron los jóvenes, porque uno aprende tanto de ellos; confieso, en cambio, que me fastidian mucho esas amigas viejas que no saben más que hablar de la servidumbre, de la ropa y de sus achaques.
Y volví al Instituto de Música, donde tuve la satisfacción de ser alumna fundadora, profesora, interventora y directora. Fui directora casi dos años y medio, a partir de 1974. Hubo que trabajar mucho, reformar los planes de estudio y las carreras. Abrimos las puertas a la música popular (con la suerte de haber contado con Oscar Cardoso Ocampo) para que el Instituto dejara de ser, como le decían, "el templo de las musas".
En el '65 me llama el maestro Maragno para tomar exámenes de ingreso a los futuros coreutas del Coro Polifónico, y después de hacerlo durante tres años, un día le dije a mi esposo: "Che, yo voy a entrar al coro". Rendí -yo misma me acompañé al piano- y llegué a ser solista.
Y un día viene el padre Catena y me dice: "En el barrio" -él vivía en Villa del Parque, que en ese momento se llamaba El Triángulo- "me dí cuenta de que la música que yo hago no le llega a la gente. Quisiera que me ayudaras para evangelizar a través de la música". Así que de noche mi esposo me iba a buscar al Instituto y nos íbamos al barrio a enseñarle a los chicos, que eran una maravilla, capacísimos, con un oído tremendo; ellos silbaban las canciones, y el padre Catena y yo las anotábamos. Fue un grupo precioso; jamás tuvimos ningún tipo de problemas. Y grabamos varios discos; el primero, en LT10, se tituló "Los cantores de Cristo Obrero cantan la Misa", que se editó en Alemania. Después grabamos en Buenos Aires.
Quiero destacar que fuimos los primeros que hicimos la "Cantata a José Pedroni", con la dirección de Coco Domínguez. Yo preparé el coro y el padre Catena tocó el órgano. La presentamos también en Esperanza, con la presencia de la esposa de Pedroni, y bajo el sello de Azur grabamos el disco.
Recuerdo que se hizo en Buenos Aires el 1° Festival de Canto Popular Religioso, en el Coliseo. Y ahí pude participar como coreuta del Coro Polifónico Provincial; después, con mis chicas del colegio, y también con el Coro de Cristo Obrero.
Cuando terminé en el Instituto volví a trabajar con las monjas. Por pedido del arzobispo ayudé a las Carmelitas Descalzas a corregir los dos cuadernillos que habían hecho del Salterio.
Recuerdo que trabajé mucho también con Hugo Maggi, que tenía muy pocos elementos de escritura musical, y venía a este cuarto y me silbaba, y yo le iba escribiendo. Y también con arreglos para el Coro Universitario, que nació en el Instituto de Música, bajo la dirección de Antonio Gallo. �Y cómo olvidar que toqué durante diez años el órgano en la Catedral, hasta que me llamaron los jesuitas, donde estuve 18 años?
Yo tengo una gran satisfacción de la vida que hice. Tuve un esposo maravilloso, que en sus últimos tiempos necesitó de reposo y se hizo luthier, especializándose en arcos. Tuve la amistad del padre Catena, que fue como un hermano. Tuve alumnos que terminaron siendo mis amigos.
Estoy muy agradecida por la vida, y para nada dolorida por el accidente en mi salud; si uno lo toma con buen humor, todo pasa. Mi esposo decía: "�Viste? Hay gente que nace vieja". Es cierto, se ven jóvenes apesadumbrados, pesimistas. Viví feliz y pienso morir feliz. Haciendo todos los esfuerzos necesarios, porque no es fácil ser feliz. El padre Catena decía: "Qué difícil es vivir como cristiano".
Y otra cosa cierta que decía el padre Catena: "Mirá que hay gente que piensa: `Ah, cuando me muera, pensar que el cura de la esquina tenía una mina, y que la vecina era una...'. No, �sabés lo que te va a decir El De Arriba cuando te mueras? Te va a decir: `Bocha, yo te dí esto, �qué hiciste con lo que te dí?'. Y ahí se va a ver la cosa. `Señor, me diste talento, creo. Hice lo posible por utilizarlo lo mejor que pude, aunque a menudo me trabaron mis debilidades"'. Es cierto, a Cristo no le va a importar lo que hizo el de enfrente y la vecina sino lo que hice yo con los dones que tuvo la gracia de darme.
Sí, cualquiera puede cantar. Siempre que tenga oído. Aunque uno tenga una voz chiquitita, la práctica hace que esa voz se desarrolle. El que no sabe cantar es porque no sabe respirar. La respiración es la base. Ahora, el que no tiene oído es muy difícil de dirigir y corregir; no afina y no es capaz de reproducir, y eso es fatal.
Enrique M. ButtiFotos de Mercedes Pardo