Medio Ambiente: MED-01 Valorar los árboles
Reiterar los beneficios que los árboles brindan y su función esencial en el planeta nunca estará de más. Despreciados, maltratados o ignorados, lo cierto es que desde tiempos inmemoriales, la humanidad recibe de ellos dones irremplazables.


Según especialistas, la aparición de los árboles en el planeta, hace millones de años, junto al consumo de dióxido de carbono que realizan a través de la fotosíntesis y el consiguiente enriquecimiento de oxígeno en la atmósfera, ha permitido el surgimiento de las múltiples formas de vida, generándose la biodiversidad del planeta, es decir su riqueza en cuanto al número de especies vivientes.

La actividad del hombre moderno desencadenó el proceso inverso. La destrucción de grandes masas arbóreas y la combustión del petróleo han incrementado el nivel de dióxido de carbono en la atmósfera. La consecuencia es el calentamiento global del planeta, fenómeno que conocemos por "efecto invernadero". Estos cambios amenazan con causar la extinción de diversas especies, poniendo en peligro la biodiversidad primera.

Es por ello que decir que los árboles sostienen la vida del planeta, o que son los pulmones de la Tierra, de ningún modo son frases hechas ni exageradas, sino reales en todo sentido.

Reconocida su función vital a nivel mundial, no menos importantes son los beneficios que brindan a escalas más reducidas. Protegen la vida silvestre, son refugio y alimento para las aves y otros animales, evitan la erosión de los suelos y mejoran su estructura, atenúan el efecto de los vientos, moderan las temperaturas, amortiguan los ruidos y purifican el aire, además de ser elementos estéticos y ornamentales insustituibles.

Nuestros árboles autóctonos


Inmersos en una cultura donde lo de afuera siempre nos parece mejor, nuestra relación con los árboles no pudo escapar a tal realidad.

Así lo demuestra el gran desconocimiento que se tiene de los árboles nativos, basta con preguntar al común de la gente si el fresno es nativo o exótico o cuál es el árbol nacional, para confirmarlo; o hacer preguntas similares a los niños, para percibir la poca importancia que se da al tema en las escuelas.

Así lo demuestra el hecho de considerar a la vegetación espontánea y natural como sinónimo de "suciedad", en pos de lo cual, cuando se organizan las llamadas "limpiezas de caminos rurales", muchas veces desde las mismas comunas y municipios, da lo mismo cortar rebrotes de paraísos que algarrobos, ligustros que cina-cina. El daño es irreparable, se destruye en segundos lo que a la naturaleza le llevó décadas y quizás siglos construir. Sin otro motivo que el mostrar que "se está limpiando" y para recordarlo con orgullo en alguna campaña política, se mutilan en forma despiadada centenarios algarrobos, o simplemente se eliminan ejemplares de ombú, aromito, ñandubay. Claro que se les reconoce a estos árboles una utilidad, pues infaltables montículos de leña completan el triste paisaje.

Señal del poco valor que les damos a los árboles autóctonos es, también, su escasa presencia y, en muchos casos, su total ausencia en plazas y paseos. �No merece acaso el aromito, con sus perfumadas y suaves flores, un lugar en nuestras plazas? �No es estética la inconfundible silueta del algarrobo? �No es inigualable el follaje difuso de la cina-cina, teñido de amarillo por sus flores? �No es decorativa la espinosa copa del itín con sus grandes chauchas negras? �No nos habla el imponente quebracho de historias pasadas? �No invita, acaso, el ombú, a que los niños jueguen entre sus gigantescas raíces? �No podrían darnos estos árboles un poco de la identidad que no tenemos?

Más allá del valor ornamental y de sus múltiples utilidades, los árboles nativos deben despertarnos el amor por lo propio, el respeto por la historia y por la vida.

Respeto por la historia, por ser ellos sus silenciosos testigos, pues su presencia centenaria acompañó al aborigen de estas tierras, le dio refugio, leña, alimento, maderas y medicinas. Iguales prodigios ofrecieron al inmigrante, contemplando su trabajo y sus sueños. No menos pueden brindarnos hoy, y aunque nos parezca extraño, son igualmente testigos de la página que escribimos nosotros en la historia, pues contemplan también nuestra efímera existencia.

Deben despertar en nosotros el respeto por la vida, por ser ellos la mejor prueba de su triunfo constante en la naturaleza. Su firme presencia, con sus variadas formas, colores y aromas, entraña millones de años de evolución, durante los cuales desarrollaron hábiles estrategias de sobrevivencia para prosperar hoy por hoy en este ambiente, siendo ellos el cimiente sobre el cual se articulan los ecosistemas naturales, que conforman en conjunto nuestro particular paisaje autóctono.

Ambientes y árboles de Santa Fe


Nuestra provincia cuenta con variados ambientes de gran riqueza florística; riqueza que se manifiesta de forma evidente en la cantidad y diversidad de especies arbóreas presentes.

En los ambientes costeros, en márgenes de ríos e interior de islas, se encuentran el sauce criollo, el aliso de río, el timbó y el ceibo. Los vistosos racimos florales del ceibo han merecido la distinción de ser Flor Nacional de países como Argentina y Uruguay. También componen los bosques ribereños el canelón, el ingá, la sangre de drago y el ubajay. Los frutos del ubajay, de aspecto similar al membrillo, son comestibles de diversas formas. El ibirá-pitá, especie de gran porte y espectacular floración, crece espontáneamente en el noreste de la provincia, en las márgenes del río Paraná.

La vegetación típica del área central de la provincia se compone de árboles espinosos, adaptados a condiciones de sequía, como lo son el algarrobo, el ñandubay, el aromito, la tusca, la sombra de toro y el quebracho blanco. También es característica la presencia del ombú, cuya inconfundible figura interrumpe la monotonía del horizonte en las áreas de cultivo. El curupí y la cina-cina son especies asociadas a los cursos de agua, siendo frecuentes en zonas aledañas a pequeños arroyos y ríos.

El imponente Bosque Chaqueño se introduce en el norte de nuestra provincia en lo que denominamos Cuña Boscosa Santafesina. Árboles de indiscutible valor forestal como el quebracho colorado, el guayacán y el viraró son característicos de este ambiente. También lo son el guaraniná, el palo cruz, el ñangapirí y la espina corona. Las semillas de espina corona poseen valor industrial, obteniéndose de ellas un excelente gelificante. El lapacho rosado, de amplio uso ornamental, crece naturalmente en el extremo norte de esta región.

El mistol, la brea y el quebracho colorado santiagueño son más frecuentes en el sector noroeste de la provincia.

Los palmares exaltan la belleza de la flora santafesina. El carandá en el noroeste y el caranday en el noreste crean paisajes incomparables.

Si bien un tratamiento detallado del tema requeriría de varios libros, este artículo pretende ser un homenaje y un llamado al reconocimiento y la valoración de nuestros árboles nativos. Porque hay que conocerlos para valorarlos, valorarlos para protegerlos.

Texto y fotos: Verónica Kern y José Pensiero