Nosotros: NOS-09
Nosotros
íParen de chorear las biromes!
En esta oportunidad nos pondremos severos y serios, pues debemos efectuar una denuncia formal: íse están choreando -robando sería una delicadeza, un eufemismo incapaz de ajustarse a la realidad- las biromes! La primicia tiene carácter interjurisdiccional y hasta diría internacional, así es que quedan notificados y alertados desde el cabo López de la seccional 11a. hasta el titular de Interpol. Hay que hacer algo porque el stock de biromes robadas compromete el presente y amenaza el futuro. Sobrevendrá el caos. No digan que no avisé.


No es joda que te roben siempre la birome. Se trata de una cuestión de Estado. Ya hay jurisprudencia respecto de la necesidad de que cada habitante de la República tenga al menos una birome robada en su poder. Pero existen pedidos concretos para que se amplíe el cupo a dos y, dios no lo permita, tres biromes. Constitutiva y constitucionalmente, la birome ha sido creada para ser robada, pero en las oficinas argentinas ya se observa una preocupante malformación y los robos se producen a segundos de la adquisición del objeto en cuestión y delante de las narices de su ex poseedor, que a partir de ese momento empieza a militar automáticamente en el bando de los depredadores de biromes y seguro que ya le está junando el adminículo a Laurita, que es distraída, o al Gerardo, que nunca está en su escritorio.

Cuando nos enseñan los mandamientos, se hace especial hincapié en aquellos que son fehacientemente más cotidianos. Uno no va a matar así porque sí, pero robar o mentir... Y me atrevo a seguir generalizando: la gente que roba es, policial o penalmente hablando, una minoría. Eso hasta que se inventó la birome, cuyo rasgo distintivo, se ha dicho, además de eventualmente permitir escribir, es su calidad de robable. La birome es popular, masiva, nómade, ajena, mía y escapa además a las leyes del tiempo: la compré recién, hace dos años que la tengo, me muero si la perdí...

Hay ya varios especialistas que se abocan al estudio del fenómeno social del robo de biromes. Más allá de las tradicionales teorías circulantes, respetables todas, me atrevo a formular mi pequeño y fugaz aporte.

Datos provenientes de un amigo, Leonardo (y que no me he atrevido a refutar ni a corroborar: no hay tiempo para nada), me dieron la punta del asunto. Resulta que la birome fue patentada originalmente en Hungría, en 1938, y el invento se debe a Ladislao Biro, un ingenioso judío que le puso una bolita a la punta de la pluma, la que, al girar deslizándose sobre el papel, dejaba el rastro de tinta, mejor administrada que con el cansador ejercicio de mojar en el tintero a cada rato, y con notables diferencias entre las primeras letras y las subsiguientes. La hago corta. Hasta ahí la birome era un elemento noble, un invento más, heredero de todas las prescripciones religiosas y legales (no robarás...). Pero la guerra corrió a Biro de Europa y no tuvo mejor idea que aterrizar en la Argentina en donde, necio, patentó y empezó a fabricar el producto. Este solo acto le dio a la birome, y para siempre, el carácter de ser afanada, robada, hurtada, sustraída, quitada, choreada y qué digo choreada: íchoriada!, que es peor...

A nadie se le hubiera ocurrido hasta ese momento robar una pluma, una lapicera fuente. Pero la birome democratizó y generalizó el robo hasta convertirnos, por lo menos a todos los argentinos, en futuros moradores del infierno, porque no me digan que ustedes no se robaron nunca, pero nunca, una birome, cuando hasta el último gil de peluche sabe que están hechas para ser robadas.

Uno no robaría una birome, pero sucede que la que teníamos fue robada y esto es como en la colimba: alguno, el más inocente, va a pagar el par de borceguíes.

La birome abre interrogantes graves también en materia filosófica, pues resulta que debemos modalizar como distinto, éticamente hablando, el robo de una simple birome que el de tres palos verdes. �Qué diferencia hay entre Juan Carlos, Martín o Fabiana, que me roban sistemáticamente las biromes, y el más perverso ladrón de bancos? �No roban los dos? Y no me resuelvan tan fácilmente la cosa con la noción de valor. Los expertos ya lo discuten y en ese sentido he adherido personalmente al primer congreso nacional de hurto de biromes, y donde a los concurrentes nos van a dar carpetas y sólo lápices, que carecen, como se sabe, del principio constitutivo de las biromes: �quién y para qué va a robar un lápiz?

El tema es arduo y da para largo; yo tengo sólo una página y acaso prosigamos en otro momento. Pero quiero advertir siquiera de pasada que el robo de la birome genera además una serie de pecados alternativos, como la vil mentira (yo no fui), invocar el santo nombre de dios en vano (te juro que yo no fui), la calumnia (seguro que fuiste vos) y finalmente, el robo (yo no me voy a quedar sin birome).

Así que el tema no es para ser tomado en chacota. Hay que analizar en profundidad, entre otras cosas, adónde va a parar todo ese universo de biromes robadas. Desde aquí denuncio no ya el sistemático robo (algo obvio y esencial) de las biromes, sino que se descubra de una buena vez el circuito del tráfico ilegal de biromes. Amparados en la escasa legislación interescritorial (otra deuda pendiente de nuestra Legislatura y de nuestra Justicia), los ladrones de biromes sonríen con suficiencia. Y los dos o tres giles que alzamos nuestra voz de protesta, somos poco menos que vituperados. Se nos ríen los muy guachos en la cara cuando reclamamos con inocencia pero con pleno derecho: í�quién me sacó la birome?!

Hago desde esta columna (felizmente escrita en computadora, la cosa todavía no ha llegado hasta el extremo del choreo de máquinas, aunque a este paso...) la denuncia formal y la firmo ahora mismo, si es que encuentro la maldita birome que conseguí (no pregunten) ayer y que, lógicamente, me acaban de afanar recién manos anónimas.

Aguanten un cacho, ya vengo.

Ahora sí: Néstor Fenoglio