Opinión: OPIN-02 Los fantasmas de Sarmiento


A poco de conmemorarse un nuevo aniversario de su muerte, el legado de Domingo Faustino Sarmiento se resignifica hoy en múltiples direcciones, mientras su proyecto de Nación -la educación como emblema de igualdad- se desdibuja con nostalgia frente a los alarmantes índices de pobreza y deserción escolar.

Lejos ya de las objeciones que circularon en los últimos años -procedentes tanto de la novela histórica como de revisiones heterodoxas-, la figura de Sarmiento se recorta hoy a partir del proyecto modernizador que enarboló junto al resto de los intelectuales que formaron parte de la Generación del 37, y que según el historiador Luis Alberto Romero merece ser reconsiderado a la luz de la crisis que atraviesa la Argentina.

Romero es historiador, profesor titular de Historia Social en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires e investigador principal del Conicet. Además de artículos académicos, ha publicado libros como "Los trabajadores de Buenos Aires, 1850-1880: la experiencia del mercado"; "Una historia argentina"; "Breve historia contemporánea de la Argentina" y "Sectores populares, cultura y política", entre otros.

-¿Cómo se resignifica hoy el pensamiento de Sarmiento, esa idea de "educar al soberano" frente a un escenario dominado por la exclusión y la degradación del sistema educativo?

-En medio del desastre actual es imposible no tener en cuenta el espectacular sistema educativo que Sarmiento empezó a construir en la Argentina a fines del siglo XIX. Ahora que está destruido nos damos cuenta de lo excelente que era, por su capacidad de integración y sobre todo por la importancia que tuvo para construir una sociedad igualitaria, móvil y democrática.

A la luz de lo que hemos perdido resalta mucho más este aspecto constructor de Sarmiento que todas las cosas que se le objetaron en décadas anteriores.

-Es llamativo ver que ya en aquel entonces había algunas contradicciones que hacían dudar a Sarmiento: él no estaba convencido de que pudiera funcionar una sociedad con tantos inmigrantes que podían ser trabajadores y consumidores pero no ciudadanos...

-Esa era su gran discusión con Alberdi, quien sostenía que las dos cosas podían ir por cuerdas separadas y que bastaba con que hubiera habitantes con derechos civiles porque la ciudadanía era una cuestión de más largo plazo.

Para Sarmiento, en cambio, la construcción de la ciudadanía era tan urgente como otra cosa. Sus ideas apuntaban todo el tiempo a la trasformación del inmigrante en ciudadano y en propietario, según él las dos formas de arraigar en una sociedad. En ese sentido no tenía dudas: solía decir que "las contradicciones se vencen a fuerza de contradecirlas".

Contradicciones


-¿Qué tanto influyeron en él las teorías racistas que en ese momento estaban en boga en Europa y los Estados Unidos?

-Una de las cosas que le preocupaba a Sarmiento era que el origen de los inmigrantes fuese exactamente igual al que él había pensado, no tanto por los europeos meridionales como por los europeos orientales. En esa época, el imperio turco ocupaba una gran extensión, se los llamaba genéricamente "turcos"... A Sarmiento este tipo de inmigración se le hacía muy difícil de asimilar debido a la gran diversidad de lenguas y costumbres.

España y Francia, en cambio, eran para él expresión de la modernidad. Creo que esa misma sensación tuvieron todos los hombres de la Generación del 37, esa necesidad de romper no necesariamente con la España contemporánea sino con la España que había colonizado Latinoamérica.

Por eso cuando viaja a Europa, hacia 1847, se desilusiona terriblemente con Francia porque encuentra que es mucho menos progresista de lo que él había imaginado -la ve llena de poblaciones rurales, campesinos y vestigios de la aristocracia- y en cambio Estados Unidos se le aparece como el modelo de la modernidad, de la democracia, de la igualdad y del progreso. Los dos rasgos que más le interesan de este país son el capitalismo y la democracia, sin rémoras del antiguo régimen.

Sarmiento necesita romper con el pasado colonial. Sin embargo, es un hombre que no oculta sus contradicciones: hay textos donde por ejemplo despotrica contra este pasado colonial y hay otros, en los que enorgullece presentándose como el hijo de una familia tradicional con todas las honras de la familia latinoamericana.

-La descripción que hace de las tierras como fuente de la barbarie marcó una tradición en la política y la literatura argentina: una tendencia a atribuir los problemas argentinos a causas naturales antes que a errores humanos. ¿El "que se vayan todos" enarbolado por estos días, no es también una manera de escindirse de las responsabilidades colectivas?

-Lejanamente creo que se puede establecer alguna semejanza con el "que se vayan todos", que también forma parte de una manera de mirar los problemas en la cual el enemigo es uno solo y está afuera: hasta hace poco era el FMI y el imperialismo, y ahora son los políticos. Según esta lógica, basta apenas con que se modifique ese factor para que todo se revierta.

Sin embargo, no creo que esta idea se pueda asimilar del todo a Sarmiento: si bien él tiene esa cosa romántica de la realidad escindida entre un polo positivo y un polo negativo, a la vez es muy analítico en cuanto a en qué consiste lo negativo y cuáles son las cosas que se pueden modificar.

Si bien no se lo puede considerar un fatalista, es cierto que en él está todo el tiempo presente la tensión entre el romántico y el progresista liberal, lo que en esa época se llamaba en Europa un radical.

La democracia


-Es curioso ver cómo ya para la Generación del 37, la democracia representaba un problema y una solución al mismo tiempo. ¿Esta contradicción está fundada únicamente en el hecho de que tanto Sarmiento como sus colegas criticaban la voluntad popular de encolumnarse detrás de una figura autoritaria como la de Rosas?

-No, porque va más allá de eso... Cuando inicia el "Facundo", Sarmiento advierte que la Argentina necesita un Tocqueville.

Justamente, la influencia de Tocqueville ha sido muy señalada en él, sobre todo esa cuestión que él plantea de manera extrema, que es la tensión que existe entre una sociedad igualitaria y una sociedad libre. Esta tensión está presente en casi todos los pensadores argentinos y europeos de fines del siglo XIX.

En general, la idea de democracia que tenemos hoy era sostenida por muy poca gente entonces, porque si bien se pensaba que el pueblo defendía su soberanía, se pensaba también que no siempre se puede actuar razonablemente. La educación, según Sarmiento, es la que finalmente va a identificar al pueblo con lo razonable.

El cree que, mientras no haya educación, la gente va seguir apoyando a gente como Rosas. Creo que es admirable su voluntarismo: la fe en que la acción humana puede generar condiciones distintas para su evolución. Este pensamiento marca un contraste con la realidad contemporánea: a esta altura de este país, creo que todos estamos casi resignados a que las condiciones son así y ya no hay salida.

Julieta Grosso (Télam)