Fabiana Grisetti quiso contar la historia de su nono Santos Baccega, un inmigrante italiano a quien desafortunadamente no tuvo la suerte de conocer pero que puede tener en la memoria gracias a los recuerdos familiares.
"Hace tiempo que ronda en mi cabeza compartir esta historia familiar, ya que muchos nos sentimos identificados cuando hablamos de nuestros abuelos inmigrantes. Apenas tenía dos años cuando mi abuelo murió, de quien no recuerdo su rostro, su sonrisa, ni sus gestos. Trato de asociar todo lo que me dicen a través de fotos y recuerdos de sus hijas, yernos y algunos paisanos, y logro conocerlo con los ojos del corazón", confesó.
Santos Baccega era su abuelo materno. Nació el 1° de noviembre de 1902 en Fontaniva, región del Véneto, en Italia, y fue el tercer hijo de la familia que formaron Angelo Baccega y Albina Zambolin, quienes tuvieron ocho hijos más.
Como ocurrió a muchos otros italianos, debió dejar su país natal a los 22 años para buscar trabajo y ayudar a sus hermanos.
Con su baúl lleno de recuerdos, ilusiones, esperanzas y miedos embarcó en el "Garibaldi" rumbo a América. Llegó a Buenos Aires el 29 de noviembre de 1924. Se alojó en el Hotel de Inmigrantes, paso obligado para todos los extranjeros que llegaban a la gran ciudad. Luego abordó un tren cargado de nuevas ilusiones rumbo a Santa Fe, adonde nunca hubiera imaginado que echaría sus raíces.
Consiguió trabajo de peón en unas quintas de Guadalupe, ubicadas en Angel Cassanello y la Costanera, adonde se cultivaban frutillas. "Ganas de trabajar y fuerza eran lo que le sobraba", aseguró Fabiana. Santos mantenía contacto con su familia de Italia por carta y éstas serían la clave para auspiciar un nuevo contacto entre los descendientes.
Sin descuidar su trabajo, poco tiempo después apareció en la vida de este inmigrante italiano una mujer que lo conquistó. Fabiana relató que "un domingo, cuando todos compartían misa en la iglesia de Guadalupe, se cruzaron las miradas y llegó el amor. Conoció a una jovencita trabajadora y alegre que llenó sus días de soledad: Elvira Manarín, quien el 5 de mayo de 1928 sería su esposa y madre de sus cuatro hijos".
Cada vez más las raíces se iban afirmando en suelo argentino y había que trabajar duro pues el árbol comenzó a dar sus frutos: nacieron sus primeros hijos Carlos y Nélida.
Después de un tiempo, Santos y Elvira pudieron cumplir parte de un sueño en común: alquilar unas tierras en Campo Funes, adonde nació Raquel, la tercera hija. "Como todo esfuerzo tiene su recompensa, en 1943 el sueño de la quinta propia se hizo realidad en Angel Gallardo, adonde la familia se mudó justo un mes antes de que naciera la más pequeña de la familia: Irene".
Los años siguieron pasando, los hijos crecieron y formaron sus propias familias y el matrimonio decidió vender la quinta y comprarse una casa en el pueblo de Angel Gallardo. Con el dinero que sobró pudieron hacer realidad otro sueño: que Santos volviera a su tierra. Antes del viaje toda la familia se vistió de gala, fue al centro a tomarse una foto en la Casa Silvestrini, que mostraría en su Italia natal para que sus familiares conocieran "sus raíces bien plantadas".
Santos pudo recorrer el pueblo de su infancia, se reencontró con sus hermanos, dejó una flor en la tumba de sus padres y luego de tres meses regresó a la Argentina. Al tiempo se mudaron a la ciudad.
Fabiana recordó que "el nono partió el 20 de octubre de 1981, a los 79 años. Desde entonces la relación con los parientes italianos había quedado truncada hasta que mi espíritu indagador me llevó a reabrir el camino, después de casi 20 años. Un primo mío encontró una carta y me la mostró para ver si podía traducirla porque estaba estudiando italiano. Respondí las misivas para comprobar si eran familiares y al poco tiempo recibimos la contestación -era una tía de mi mamá- y nos empezamos a escribir y a mandar fotos".
"Fue inmensa la alegría de saber que todavía hoy viven dos hermanas de mi abuelo, Regina y Alessandra. El 1° de marzo pasado llegó a nuestro país -gratificándonos con su visita- Luigi De Franceschi, hijo de Alessandra, que es sacerdote y está misionando. Reunimos a toda la descendencia de Santos Baccega, intercambiando fotografías e historias de vida. Fue maravilloso ver reunidos hijos, nietos y bisnietos, entre otros, recordando al nono gringo", dijo.
Por último, agregó que "no sé si la Argentina le dio lo que buscaba pero sí estoy segura que sus raíces encontraron tierra fértil, su tronco creció firme y seguro, sus ramas se extendieron orgullosas y sus brotes y retoños hoy hablan de él. Desde el Edén, los nonos cuidan este árbol y sus ramas, acompañándonos en cada momento de nuestras vidas, siempre en nuestros corazones".
La relación con sus parientes italianos se afianzó mucho más desde aquella carta que recibió Fabiana. Lucía De Franceschi -prima de su mamá- le envió un completísimo álbum familiar, que le aportó más datos a Fabiana sobre sus antepasados.
"El abuelo Angelo (nacido el 21 de febrero de 1861) le llevaba como 20 años a su esposa, Albina Zambolin (nacida el 20 de julio de 1879), pero sin embargo lograron juntar a una familia muy numerosa. El falleció cuando su hijo mayor tenía cerca de 20 años y la menor no había nacido. El tío Angel -a quien el abuelo quiso poner su nombre como si supiera que tenía que ocupar su lugar- debió asumir el papel de papá para con todos sus hermanos. Murió en un accidente vial cuando tenía 69 años.
El tío Gino no tuvo mucha suerte en su vida: se enfermó en la empresa donde trabajaba y la enfermedad le fue fatal. Dejó a dos hijos, de 17 años y de 6 meses. El tío Santos (el abuelo) viajó a la Argentina para encontrar trabajo y ayudar de esta manera a todos sus hermanos. En aquel entonces, la situación de la gente en Italia era muy difícil, era mucha la pobreza y pocas las perspectivas de posibles mejoras. Además, con la guerra, la situación se había puesto más difícil aún.
El tío Adrián falleció muy joven y dejó a una única hija que tenía 2 años. El tío Emilio dejó el pueblo y se fue a Milán, siempre para encontrar mejores oportunidades de trabajo. Un infarto le fue fatal al tío Attilio, cuando tenía 41 años, y el tío Constantino era militar y tuvo que participar de la guerra, pero volvió a su casa porque había sido herido, motivo por el cual le tuvieron que amputar tres dedos de la mano. La tía Teresa (Regina) todavía sigue con vida, y si Dios quiere queremos organizar una hermosa fiesta para cuando cumpla los 90 años. Ella también se tuvo que ir a Milán para encontrar trabajo, cuando tenía 13 años.
El tío Guido salió para la Argentina y nunca volvió a Italia, ni a su pueblo. Mi mamá, Alessandrina, tenía dos años cuando falleció su papá y su mamá estaba embarazada de la última hija. La situación se puso tan desesperante que la abuela le confió a mi mamá a una prima, para que la criara. Volvió a su casa a los 12 años y por eso no conoció a su papá.
Mariana Rivera