Gabino Ezeiza se ganó el título de "El payador de los payadores", porque su destreza en el arte de la payada le permitió evolucionar desde las pulperías y los fogones gauchos, hasta formar parte del circo y las producciones teatrales.
Hijo de un ex esclavo, Ezeiza nació en 1858 en el seno de una familia humilde que habitaba el barrio porteño de San Telmo. Ya adolescente, comenzó su carrera como cantor haciéndose escuchar en almacenes, pulperías y cafés. Pero también aspiraba a convertirse en escritor, y así trabajó en el periódico afroargentino La Juventud.
Se convirtió con el tiempo en un importante artista afrodescendiente que, a través de su canto, reivindicó las raíces africanas de la payada, tan innegables como ocultadas por la cultura oficial.
La payada es un arte transmitido desde el continente africano a través de los esclavos. Junto con el tango, la milonga y el malambo, es un elemento de lo que ha dado en llamarse "la argentinidad".
La payada puede definirse como una especie de "duelo poético, en el que dos guitarristas cantores componen espontáneamente versos sobre un tema dado como desafíos mutuos", según el libro "Africanos y su influencia en el Río de la Plata", de Juan Carlos Calvo.
La música que primero acompaña a los payadores es la cifra o estilo, y luego lo hace lo que actualmente conocemos como milonga sureña. En el área musical, la payada es el género en el que los afroargentinos lograron un control y primacía durante el siglo XIX y buena parte del XX, situación que resulta lógica ya que este arte es en gran parte de origen africano.
La payada es una variación vocal de las famosas Tapadas de los Tambores en los fantásticos duelos de la etapa final del candombe. Los duelos contrapuntísticos descienden en línea directa de la tradición africana del canto satírico y de las competencias de habilidad musical africanas.
No hay zona de Africa en que este género no aparezca, no hay cultura que no la acoja en su seno: se advierte entre los pueblos bantúes; los yorubas y los ewes lo cultivan de modo invariable; y es infaltable entre los ibos y los achantis. Pero, como toda la impronta africana en Argentina, la raíz afro de la payada ha sido y es fuertemente negada por autores que, como en el caso de Leopoldo Lugones, han recibido una formación eurocentrista, que ha viciado sus escritos dejándonos una herencia ideológica que es preciso revisar.
Para otro autor como Marcelino Román, la payada es fruto de tres aportes: africano, aborigen e hispano, en tanto que Néstor Ortiz Oderigo y George Reid Andrews se refieren a un origen netamente africano.
Como género, la payada queda inmortalizada a partir de su incorporación en los dos poemas épicos argentinos del siglo XIX: "Santos Vega", de Rafael Obligado, y "Martín Fierro", de José Hernández. En el primero, Santos Vega realiza un contrapunto con Juan sin Ropa, un payador africano que es el mismísimo demonio, y pierde su alma. Aquí se ve el rol negativo que se le atribuye a los afroargentinos, quienes fueron y son permanentemente asociados con el demonio, el mal, la barbarie -tal es así que en las zonas rurales se le llama "mandinga" al diablo, siendo que mandinga es una etnia africana.
Toda esta situación nos recuerda permanentemente un poema del escritor haitiano René Depestre, quien en sus versos denuncia: "A mi cuerpo negro le han dado los peores términos de comparación. Negro como el mal. Negro como una atrocidad o como un genocidio. Negro como el infierno...".
En el caso del Martín Fierro, el gaucho reniega de la falta de posibilidades y al serle negado un lugar en la sociedad argentina, Fierro se vuelve hacia una vida de crimen, siendo éste el único camino que hay para que el descastado pueda demostrar que "hay sangre en sus venas".
Es como un criminal racista que Fierro realiza la escena más vívida del poema, cuando dice: "Como nunca, en la ocasión/ Por peliar me dio la tranca/ Y la emprendí con un negro/ Que trujo una negra en ancas. Al ver llegar la morena/ que no hacía caso de naides/ la dije con la mamúa: `va... ca... yendo gente al baile'./ La negra entendió la cosa/ y no tardó en contestarme,/ mirándome como a un perro:/ `más vaca será tu madre'. /Y dentro al baile muy tiesa/ con más cola que una zorra,/ haciendo blanquiar los dientes /lo mesmo que mazamorra./ `íNegra linda!', dije yo. /`Me gusta... pa' la carona', /y me puse a champurriar esta coplita fregona:/ `A los blancos hizo Dios /a los mulatos San Pedro/ a los negros hizo el diablo /para tizón del infierno'.
Luego llama "por/rudo" al novio de la mujer -también de origen africano- al que luego mata en un duelo. "Fierro debe insultar y matar, eligiendo sus víctimas entre personas que ve como inferiores racialmente", sostiene Nicolás Schumway en "La invención de la Argentina".
Esta cuestión racial vuelve a surgir en la segunda parte del poema de Hernández: en La Vuelta hay un contrapunto entre Fierro y el hijo de quien fuera su víctima.
Gabino Ezeiza fue un hombre de una vasta educación. Escribió más de 500 composiciones; las piezas teatrales "Lucía Miranda", "El Cacique Mangoré", la novela "El ramo de flores" y, además, publicó diversos trabajos como "Canción del payador", "Contrapunto" y "El cantor argentino", entre otros.
Desde niño, su pasión fue el Partido Federal, razón por la que trabó relación con Leandro N. Alem y los hombres del Partido Republicano. Embanderado en las luchas políticas participó en las sangrientas jornadas de 1890 (Revolución del Parque) y fue uno de los entusiastas fundadores de la Unión Cívica, cuna del Partido Radical, al que se afilió desde sus inicios.
Ezeiza también se sintió muy atraído por las ideas socialistas traídas a estas tierras por los inmigrantes europeos, como lo atestiguan estos versos de 1898, reproducidos en "El ABC del Socialismo": "Que existe ese partido/ obreros son casi todos/ los que esa unión han formado:/ naides allí se tiene a meno;/ El blanco como el moreno;/ allí siempre es respetao/ el Partido Socialista/ se llama el nuevo partido;/ Declaro que otro mejor/ ni hay, ni nunca ha existido".
"El payador de los payadores" recorrió todo nuestro país y el Uruguay enfrentando a duros rivales. En su época, la payada llegó a conquistar un predicamento tal que en 1894 el diario La Prensa, de Buenos Aires, envió como cronista ni más ni menos que a Joaquín V. González para la payada realizada en Pergamino, provincia de Buenos Aires, entre nuestro homenajeado y el uruguayo Pablo J. Vázquez.
En aquella oportunidad, cuando Vázquez se vio derrotado quiso llevar a su rival a una confrontación racial, tal como en otra oportunidad había querido hacerlo el payador criollo Maximiliano Santillán, cantándole a Ezeiza: "�Dónde está ese negro poeta/ que tanta fama le dan?/ íDíganle que Santillán a ningún negro respeta!". En ambos casos, Gabino no se permite ser arrastrado a esa confrontación.
Su poesía giró siempre en torno del patriotismo, el amor romántico, escenas de campo, etc. No se presentaba como un payador afrodescendiente, y en su obra, tanto su origen étnico como la crítica social están ausentes a pesar de su fuerte militancia política.
Según Néstor Ortiz Oderigo: "Internábase por los típicos senderos de la expresión de sus antepasados, de la expresión africana, en la que la perífrasis y el retruécano musicales desempeñan un papel de sustantiva trascendencia. Pero lo hacía dentro de la órbita de la sencillez, que es también un rasgo característico de las maneras artísticas de los nacidos al amparo del hijo de Africa. Es que en el bardo de San Telmo, más que en ningún otro versificador instantáneo, hallamos retratado con rigurosa fidelidad los rasgos de la estética de los negros".
Cuentan que una vez Ezeiza se encontraba en un bar del pueblo bonaerense de Tres Arroyos cantando a la Patria, al Paso de los Andes, a la victoria de Ituzaingó, cuando no habiendo ningún rival a la vista pidió a los parroquianos que propusieran temas y así cantó versos dedicados a la bandera, a la Revolución del Parque y a la ciencia.
En aquel bar se encontraba el periodista José María Cao, quien guardaba silencio y cuya presencia no había pasado inadvertida por Ezeiza, quien le dijo a Cao: "�Y usted, señor, no dice nada?". El periodista quedó en silencio, y fue entonces cuando nuestro payador le dio una cartulina pidiéndole que apunte el tema que quiera; entonces Cao escribió: "Cante usted a los logaritmos".
Dicen que Gabino sorbió un refresco y dejó el bar diciendo que volvería enseguida, y a los 15 minutos, después de visitar a un médico que vivía enfrente, tomó su guitarra e incursionó durante media hora por la matemática, cantando: "Señores voy a explicar la ciencia del logaritmo /si acierto a cantar al ritmo de mi modesto payar./ Pongamos para empezar, dos progresiones enfrente,/ por diferencia y cociente correspondiendo entre sí,/ y íahijuna! saldrá de aquí un sistema sorprendente./ Si digo cero, uno, dos, y tres, cuatro, cinco, seis, /esta progresión veréis como concuerda con los términos de otra,/ uno, dos, cuatro, ocho, dieciséis".
A fines del siglo XIX los payadores habían adquirido gran renombre. En nuestra ciudad era la época de los bailongos en lo de doña Faustina Mendoza, en el barrio de Los Corrales, o bajo el mítico ombú de Claudia Chapaco, más conocida como La Chipacera (recordemos que el célebre árbol es el que actualmente se encuentra en avenida Illia y 9 de Julio).
Por aquellos años no había caudillo político que no contara con un par de cantores en sus campañas electorales. Durante las trágicas jornadas del 80 hubo legendarias payadas, como las que evocaban todavía las sombras de Urquiza o Alsina.
También fueron famosas aquellas justas del '90, nacidas bajo el ademán conspirador de Leandro N. Alem o de Bernardo de Irigoyen, o las que años más tarde exaltaban el nombre de Don Hipólito en los boliches de Balvanera o en los comités de San Telmo.
Hubo una gran amistad entre Ezeiza y el caudillo político Ricardo Caballero, quienes en 1893 comenzaron a tomar contacto con el fin de que Gabino se pusiera al servicio de sus correligionarios santafesinos, que estaban a punto de hacer estallar una revolución contra la Intervención Federal que gobernaba la provincia.
En aquella oportunidad el gran payador nacido en San Telmo se encontraba en Paraná con su circo Pabellón Argentino, y no dudó en trasladarse a Santa Fe con circo y todo. Le habían encomendado la misión de dar la señal de inicio cuando se le ordenaran para el comienzo de la insurrección.
La hora señalada llegó el sábado 23 de setiembre de 1893, en ocasión de anunciarse la puesta en escena de "Los óleos de los chicos". Se repartieron por toda la ciudad volantes diciendo: "Debut, llegó la hora, sábado 23, debut". La revolución comenzó y lo encontró a Gabino junto a otras personas volcando un tranvía y formando una barricada en las calles San Jerónimo y Tucumán.
Los rebeldes iban ganando, pero el gobierno santafesino pidió ayuda al Ejecutivo Nacional y dos batallones del "11 de Caballería" se hicieron presentes, llevando la revuelta al fracaso. Ezeiza cayó preso, su circo fue incendiado y -lo peor- igual destino corrió su amada guitarra.
Como no hay palabras ni canciones que vulneren la muerte, ésta lo encontró a Ezeiza hace ya 85 años. Estaba enfermo y no debía abandonar su lecho porque sufriría una descompensación fatal, pero conjeturamos que, sabiéndose vencido por la rival que se le acercaba, decidió que ésta lo encontrara celebrando en la calle una inmensa alegría: el 12 de octubre de 1916, Hipólito Irigoyen llegaba al poder y Gabino no podía estar ausente en esa fiesta.
Lucía Molina, Mario López y Silvina LópezIntegrantes de la Casa de la Cultura Indo Afro Americana