Opinión: OPIN-02 Estudiar con el diablo
Por Pablo Fernández García (*)


Blanco y negro. Agua y fuego. Suegra y yerno. Por una extraña suerte de arquitectura universal, todo tiene su polo opuesto. En el siglo XIII, junto a la Universidad de Salamanca (una de las más antiguas del mundo), surge como contrapeso una leyenda que situaba en el subsuelo de la ciudad una cátedra dirigida por el mismísimo diablo. Se trata de La Cueva de Salamanca, un lugar mítico que pervive desde hace más de siete siglos y en el que, según el mito, el docente titular era la encarnación de Satanás. Aún hoy el turista curioso puede visitarlo, y tal vez recibir alguna de sus lecciones ocultas.

Lo peor que le puede pasar al espectador atrevido es que, en una representación teatral, tras un mal decorado, entrevea los bastidores. Si esto ocurre, no se enterará de nada de lo que sucede en escena, su mirada se mantendrá invariablemente fija en esa parte trasera del escenario, atenta a cualquier ida o venida, a cualquier variación que allí pueda suceder. Algo similar ocurre cuando tenemos el privilegio de ver trabajar a algún escritor en soledad; lo observamos discretamente, como si esperáramos ver las palabras deslizarse por el aire hasta aterrizar sobre el folio en blanco. Debido a una morbosa curiosidad, nos vemos atraídos por las zonas más oscuras y ocultas de las cosas, quizás confiados en que ahí es donde se encuentran sus verdaderos "porqués". Algunos de ellos posiblemente se encierren entre las bambalinas de Salamanca, donde aún se alberga la Cueva.

La aparición de la Universidad de Salamanca en el año 1218 produjo un revolucionario cambio en la sociedad de la época. Múltiples extranjeros llegaron a la ciudad debido a su creciente fama académica. El pueblo llano escuchaba atónito en las calles cómo "extraños" estudiantes departían en inglés, francés, italiano y latín. Nuevos usos y costumbres irrumpieron en la ciudad: una sociedad mayoritariamente analfabeta veía cómo estos nuevos vecinos rendían un extraño culto a los libros. A su vez, muchos de estos extranjeros introducían sociedades secretas; todo ello conformaba una nueva realidad que el pueblo debía asimilar. La leyenda de La Cueva de Salamanca es una lógica reacción crítica ante este nuevo panorama. La universidad abría nuevas vías económicas, mejoraba todos los ámbitos del saber, pero también planteaba nuevas dudas que se acabaron expresando en esta leyenda.

Su historia es la siguiente: dicen que durante siete años, siete estudiantes, ansiosos de un saber oficioso, recibían clases directamente del Demonio. Las materias eran muchas, pero entre ellas se destacaba la nigromancia, que consiste en la adivinación a través de la invocación a los muertos. Entre los siete estudiantes uno, elegido al azar, tendría que permanecer el resto de su vida junto a su diabólico profesor como pago por sus servicios. Sin embargo, un alumno aventajado, obligado a este pago, consiguió gracias a su astucia escapar de su prisión en vida. Esta es la versión más extendida de la leyenda, aunque hay múltiples variantes y ramificaciones.

Hay un elemento de la leyenda que el turista curioso puede comprobar hoy con sus ojos: la propia cueva, que se encuentra en los bastidores de la ciudad. A espaldas de las catedrales, en la Cuesta de Carvajal, encontramos los restos de la sacristía de la iglesia de San Cipriano (que, paradójicamente, fue mago antes que santo). Tras una señalización turística que reza "La Cueva de Salamanca" se aprecia una gruta semiderruida. Allí es donde la creencia popular primero y la literatura después localizaban la diabólica aula. Para llegar a su estado actual muchos han sido los avatares por los que ha pasado la cueva maldita. Isabel la Católica, en el siglo XVI, con gesto inquisitorial, mandó tapiarla. A partir de entonces, y unido a la desaparición de la iglesia que la cobijaba, fue empleada para distintos usos: panadería, carbonería o, simplemente, como cobijo para ruindades a la sombra de su abandono. Resulta curioso que a pesar del repetido cambio de escenografía de la cueva, el fuego, las llamas y un infernal calor siempre han estado presentes en los dramas que allí se han representado.

La leyenda de Salamanca está repleta de símbolos que, fruto de la repetición, aumentan su significado. La aparición del número siete es uno de los más recurrentes. Siete eran los alumnos y siete los años de estudio. El número siete es frecuentemente empleado en la alquimia y la magia. Siete son los días de la semana, siete las trompetas que anunciaban el apocalipsis, siete se utiliza setenta y siete veces en el Antiguo Testamento y, lo más trascendente de todo, a los siete meses nació Pulgarcito.

El endiablado aprendiz


El pillo estudiante que se burla del diablo existió; he aquí el segundo dato palpable de la historia. Don Enrique de Villena (1384-1434) no fue marqués ni estudió nunca en Salamanca, y a pesar de ello se convirtió en el estudiante que consiguió escapar de las garras del diablo. ¿Lo consiguió gracias a sus artes mágicas? Efectivamente, gracias a su fama de zahorí, alquimista y pendenciero. Aunque nunca estuvo en Salamanca, el pueblo veía en él al personaje mítico capaz de embaucar al Maligno. Entre los múltiples estudios del marqués, destacan los de astrología o los de aojamiento. Sus discípulos decían de él que podía hacer descender a las palomas en vuelo o ensombrecer el sol. Independientemente de las murmuraciones, don Enrique fue un infatigable estudioso que recibió la reprobación de sus contemporáneos por la utilización de métodos tan "experimentales". A su muerte, el rey Juan II mandó quemar su biblioteca, con lo que recibió su condenación definitiva.

No hay un acuerdo respecto del método que empleó Don Enrique para escapar de su fatal destino en la cueva. La teoría más extendida es la siguiente: estando solo y encerrado en el antro, el joven se ocultó en una tinaja. Cuando llegó la hora de reanudar las diabólicas clases, los estudiantes no encontraron al obligado "bedel", por lo que, creyendo imposible su fuga, huyeron despavoridos pensando que su ausencia era producto de sus malas artes. Aprovechándose entonces de la espantada, salió de la tinaja y ganó la calle a través de la iglesia. Otros hablan de que el señor de Villena dejó su sombra en la cueva y así el Maestro, confiado, creía tener a su siervo presente, mientras el "cuerpo" de Don Enrique subía sigilosamente las escaleras en busca de la ansiada libertad.

Condenado a vivir sin sombra, sin esa mitad que a todos nos es consustancial, podríamos vislumbrar en las andanzas de Don Enrique el filosófico tema de la dualidad cuerpo y alma. El escritor alemán Adalbert Von Chamisso (1781-1838) trató el tema del hombre que perdió su sombra en La historia maravillosa de Peter Schlemihl (1813). Siguiendo la línea confabuladora, y haciendo arqueología literaria, nos encontramos el relato de un viajero alemán, Johann Limberg von Roden, publicado a finales del siglo XVII y cuyo tema central era, precisamente, La Cueva de Salamanca. La relación entre ambas obras no parece casual, y menos si tenemos en cuenta que Limberg califica en sus escritos a Don Enrique de Villena como "pobre diablo", en alemán "Schlemihl".

Salamancas de América


Los límites de la leyenda ampliaron sus fronteras hasta otros parajes más remotos. Aún hoy, en algunos países sudamericanos, "salamanca" se entiende como "cueva natural en la que, según la creencia popular, se reúnen los brujos para llevar a cabo prácticas de hechicería". Establecido el mito universalmente, los conquistadores españoles no harían sino implantar su asociación con Salamanca.

La literatura ha sido su principal difusor, fundamentalmente a través de Miguel de Cervantes. Su entremés (pieza corta dramática que se representa en los descansos de obras más largas) titulado "La cueva de Salamanca" ha sido traducido a múltiples idiomas y representa uno de los mejores ejemplos del género. Aparte de las múltiples referencias literarias españolas, muchos autores extranjeros han mirado hacia la cripta para obtener inspiración. Algunos ejemplos son los autores teatrales franceses Florent Carton d'Ancourt y Jorge ScudŽry, ambos en el siglo XVII. El escocés Walter Scott publicó en 1805 el poemario Lay or the Last Mistrel, en donde se habla del carácter mágico de la cueva salamantina. Curiosamente, la opera contemporánea se ha acercado repetidamente al mito: por ejemplo, la ópera bufa alemana Die Hšhle von Salamanca (1923) y La caverna di Salamanca (1938), con texto de Picoli y música de Felipe Lattuanda.

Siete siglos después de su primer brote, la leyenda parece estar sumida en una ligera duermevela. Muchos dirán que simplemente es motivo de y para habladurías, pero su esencia permanece perenne. El ambiente universitario ha cambiado mucho desde entonces, la ciencia ha ampliado su conocimiento a campos que antes sólo visitaban las supersticiones, pero la curiosidad y el miedo siguen siendo motores de la conducta humana. Si en su deambular por Salamanca se encuentra usted a altas horas de la noche con los restos de la cueva yo, en su lugar, no tardaría mucho, por si acaso, en volver a casa.

(*) Desde Salamanca