Opinión: OPIN-02 Mallea, un buceador de la Argentina invisible
Por Mora Cordeu (Télam)


Veinte años atrás, el 12 de noviembre de 1982, fallecía en Buenos Aires Eduardo Mallea, un buceador de la Argentina invisible, a través de una literatura empeñada en capturar sus rasgos esenciales: "He aquí que de pronto este país me desespera, me desalienta, contra este desaliento me alzo", escribió.

Nacido el 14 de agosto de 1903, a orillas de una bahía del Atlántico Sur, Bahía Blanca, en el seno de una familia tradicional a cuyos antepasados se refirió Sarmiento en "Recuerdos de provincia", el escritor vio deshacerse frente a sus ojos el modelo de país en el que creyó toda la vida.

En su infancia, a los ocho o nueve años, comenzó a leer novelas policiales -Conan Doyle y los maestros del género-, luego vinieron los libros de aventuras con Ruyard Kipling a la cabeza, Madame Bovary y David Copperfield. Y empezó a escribir cuentos. Uno de ellos llamado "La Amazona" fue publicado en la revista Caras y Caretas.

En 1916 se radicó en Buenos Aires, donde empezó a estudiar abogacía, que dejaría para seguir escribiendo, pese a la oposición de su padre.

Melancólico y tímido, a los 23 años escribió su primer ensayo, "La crítica literaria de España y América", y en seguida "Cuentos para una inglesa desesperada", considerado por los críticos como una creación vanguardista.

Mallea permaneció luego en silencio por casi una década, en la que fue dando forma literaria a su preocupación por el país. En 1935 publicó "Conocimiento y expresión de la Argentina" y "Nocturno europeo". "Historia de una pasión argentina", publicada un año después, hizo que Waldo Frank exclamara que Mallea "tomó su lugar en la primera fila de los escritores de América".

"Es el testimonio de una juventud, es decir, de la mía, ante el mundo, ante los problemas de la juventud de un sector (en este caso mi país) del universo, una crónica de la conciencia de un joven que nace a la literatura", dijo por ese entonces.

Desasosiego


Después el escritor publicó "La ciudad junto al río inmóvil", "Fiesta en noviembre" y "La bahía del silencio", novelas en las que subraya su obsesión por el país y en las que crea una atmósfera de incomunicación y desasosiego que será una de las constantes de su literatura.

A Buenos Aires la describió como "ciudad monstruosa y gris tendida sobre la tierra como una mujer escuálida", en la que se debatían "tantos hombres solitarios, tanto ánimos prematuros, tantos tristes por no haber madurado en sí su fruto, tanta juventud llena de dolores inexpresables".

Principalmente en Buenos Aires, pero también en ciudades y pueblos de las provincias, sus relatos iban mostrando las imágenes existenciales de un país desorientado.

En "La bahía de silencio" (1940) dice: "Este es un país sin héroes, sin sufrimientos morales, es un inmenso país librado a la inmensa orgía de una inmensa complacencia de sí... es un gigante dormido. Hay que despertarlo en cada uno de sus miembros hasta que se desaparece del todo. Por encima del cuerpo de este Gulliver se mueven algunas conciencias de las que el enorme cuerpo dormido no siente ni siquiera el cosquilleo que le debería producir el andar".

Más tarde, publicó "Las aguilas", una pintura de la generación del protagonista -la heredera de la del '80- y los cambios del país en las primeras décadas. Frente a la seguridad un poco aventurera de los hombres de fin de siglo aparece el apoltronamiento del período anterior a la primera Gran Guerra. "La gente, por aquellos tiempos, más que vivir lo que hacía era instalarse en la vida", observó Mallea.

Su novela "Los enemigos del alma" (1950) fue elegida por un jurado designado por la William Faulkner Foundation como "la novela argentina más destacada desde los años de la última guerra".

Hombre silencioso


Aunque siempre fue un hombre silencioso, Oscar Hermes Villordo contaba que en la casa de Mallea la conversación era siempre más animada. "Parecía que la proximidad de sus libros, de sus retratos -un Faulkner, un Malraux, un Hemingway- le dieran, si no la seguridad que le faltaba, la alegría de estar en su mundo, entre viejos conocidos. Su mujer, Helena Muñoz Larreta, imponía a las reuniones un tono autoritario que él trataba de suavizar, atenuando la vehemencia de la poetisa con un cariño desconocido".

Admirador de Graham Greene, Francisco Ayala, Andre Malraux, José Ortega y Gasset, Paul Valery, Jean Cocteau, Leopoldo Lugones, su libro más querido, "Simbad", le llevó cuatro años de escritura.

Le siguieron, entre otros textos, "Posesión", "La razón humana", "Las travesías I y II", "La guerra interior", "Poderío de la novela" y "La barca de hielo" (1967).

Poseedor de una sólida cultura, Mallea fue colaborador de la Revista de Occidente, dirigida por Ortega y Gasset, y junto a Victoria Ocampo participó de la fundación de la revista Sur.

A lo largo de más de medio siglo recibió innumerables premios, como el galardón del Fondo Nacional de las Artes, el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (Sade), el primer premio de la Comisión Nacional de Cultura, el Primer Premio Nacional de Literatura.

En 1968 viajó a Estados Unidos, invitado por la Universidad de Michigan, donde recibió el título de Doctor Honoris Causa, otorgándosele así la misma distinción que le fuera conferida en el siglo anterior a Domingo Faustino Sarmiento.

El escritor presidió la Sade desde 1940 hasta 1942 inclusive, y fue embajador argentino en la Unesco entre 1955 y 1958, de donde volvió para dedicarse a la literatura, al igual que dejó el periodismo, oficio ejercido en el diario La Nación, cuyo suplemento literario dirigió durante muchos años. Miembro de número de la Academia Argentina de Letras yu miembro honorario del PEN Club, en 1982, antes de su fallecimiento, la asociación Gente de Letras lo propuso para el Premio Nobel.