Nosotros: NOS-05
Nosotros
De Raíces y Abuelos

Su herencia no fue una fortuna sino un ejemplo de vida honrada


En esta nota recordamos a don Antonio Chiaruttini, un inmigrante italiano que realizó valiosos aportes a Santo Tomé, en 1889. La vida no le fue muy fácil pero nunca bajó los brazos.


Una nieta de don Antonio Chiaruttini -que quiso preservar su identidad- se comunicó con esta sección de la revista Nosotros para homenajear a aquel inmigrante italiano, quien fuera uno de los primeros colonizadores agricultores de Santo Tomé y el primer cantor de la Iglesia de la Inmaculada de esa ciudad, en tiempos del obispo Gelabert.

Nos facilitó una crónica del Diario La Tierra, órgano de difusión de la Federación Agraria Argentina, del 1° de diciembre de 1939, que ofrecía una biografía de don Antonio Chiaruttini con motivo de su fallecimiento, el 16 de noviembre de ese año.

"En el pueblo de Santo Tomé, distrito del mismo nombre del departamento La Capital, el 16 de noviembre próximo pasado ha dejado de existir a la avanzada edad de 93 años el señor Antonio Chiaruttini, viejo vecino y el último de los fundadores y colonizadores del pueblo de Santo Tomé, cuyo humilde cementerio guarda hoy con amor en su ángulo sudeste sus últimos despojos en compañía de su querida esposa", advertía.

Antonio había nacido en el pueblo de San Vito, perteneciente a Gorizia (antiguo condado de Austria), el 14 de junio de 1846, en el seno de una humilde pero honrada familia. Allí fue creciendo al amparo de cálidos y sanos consejos de sus padres, Elena y Bernardo Chiaruttini.

A los 26 años contrajo matrimonio con Teresa Miloc, con la cual tuvo dos hijas, María y Lucía, que nacieron en aquellas lejanas tierras. En esos años había llegado hasta sus oídos la noticia de que en nuestro país se acogía con los brazos abiertos a los inmigrantes laboriosos, ansiosos de labrarse un porvenir para su hogar y se lanzó a la promisoria América en un barco llamado Río de la Plata.

Don Antonio -contaba la crónica de 1939- pronunció el adiós a su querida tierra natal a la que creía volver a ver muy pronto, pero el destino le vedó satisfacer tan ardiente deseo.

El viaje y sus residencias


El barco que lo trajo desde su tierra natal arribó al puerto de Buenos Aires el 18 de junio de 1883. Antonio luego se trasladó a La Plata, adonde trabajó en la construcción de terraplenes bajo la orden del gobierno, para poder pagar con ese sueldo su pasaje a América, que aún adeudaba.

Después de ocho meses de trabajo en aquella ciudad bonaerense -adonde nació su hijo Natalio- y siempre ansioso de progresos se trasladó a la gobernación de Chaco, donde residió durante 22 meses, y luego a la localidad de Esquina, en la provincia de Corrientes. Pero el destino querría que ése no fuera el lugar donde se establecería definitivamente, ya que tuvo que dejar su trabajo debido a las malas condiciones en las que lo hacía. Huyó en una barca de carboneros, adonde nació su hija Virginia.

Destino final: Santo Tomé


Sin dinero y sin sostén para su familia, desorientado pero sin desaliento finalmente llegó a nuestra ciudad, permaneció dos meses y luego pasó al distrito de San José, adonde nació su hija Luisa. Por último, perseguido por la mala suerte, se radicó en Santo Tomé, en 1889.

"Se puede asegurar -continúa la crónica de la época- que fue él el rómulo que con el arado de oro y el buey blanco trazó el surco dentro del cual se levantó luego el pueblo de Santo Tomé, adonde nacieron sus otros hijos: Francisco, Regina, Pedro y Angel".

Aseguraba que "muere pobre. El pueblo de Santo Tomé que lo vio construir sus cimientos, lo había olvidado. Humildemente desapareció de la escena. Pero deja en el corazón de sus hijos, nietos y bisnietos una verdadera sensación de pena. No les deja una fortuna que soñó dejarles pero les deja un ejemplo grandioso de honradez, laboriosidad y profunda fe".

Por último, indicaba que "desaparece de entre los que tanto amara cuando la naturaleza renueva los adornos lujuriantes que año a año deposita sobre la tierra, que un brazo fuerte libró de maleza y mientras el crepúsculo verte tenue y cristalina humedad sobre las hojas. Sus hijos, fortalecidos por el ejemplo de integridad del padre, sufren en silencio y de sus ojos van rodando espontáneas y cristalinas lágrimas sobre su tumba, como queriendo animarla".

Mariana Rivera