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ENTREVISTAS: el vuelo del Reynaldo
"Yo no soy un lector de libros periodísticos. Tengo buenos amigos que han escrito varios, pasando por Verbitsky o Zlotogwiazda, per en mi tiempo fuera del trabajo, leo literatura".. 

Ingresó al mundo de la novela a través del policial "Un crimen argentino". Una entrevista a fondo con uno de los periodistas más comprometidos con su profesión: Reynaldo Sietecase.


Es un apasionado del periodismo. Habla rápido y no se detiene ni siquiera cuando larga definiciones complejas. Editor de la revista Veintitrés y columnista en "Detrás de las noticias", Reynaldo Sietecase trabaja entre catorce y quince horas por día, y se lamenta de no tener más tiempo para leer.

Se baja del avión que lo trae de Buenos Aires, aterriza en una entrevista y sigue viaje rumbo a la presentación del libro "Un crimen argentino", en la librería Mauro Yardín.

"La primera vez que entré a una redacción, pensé: `�Cómo no me dijeron antes que se podía vivir de la escritura?' ", se ríe y se relaja, mientras se acomoda en el sillón que esta vez lo posiciona del otro lado del mostrador.

Rosarino, 41 años, canalla hasta los huesos; Sietecase no se detiene en su vorágine de palabras y gestos. Es uno de los exponentes del "nuevo periodismo", ése que se preocupa por "contar historias". "Se trata de que al lector se le quemen las tostadas, que llegue tarde al trabajo porque se enganchó leyendo" explica, parafraseando a uno de sus referentes: Tomás Eloy Martínez.

Fue precisamente el autor de "El vuelo de la reina" quien le dio el empujón que necesitaba para saltar el rígido cerco del periodismo y animarse con una novela.

Cátedra abierta


Seductor. Enigmático. Atrapante. "Un crimen argentino" es de esos relatos que le roban horas enteras al sueño. O le quita atención a las tostadas. El libro se apodera del lector en la primera página y no lo abandona hasta el punto final. Es de esos textos que, cuando los ojos ya no resisten, da una dura batalla hasta dejarse abandonar en la mesa de luz.

La historia está basada en un hecho real: un abogado asesina a un empresario y disuelve el cadáver en ácido sulfúrico. "No hay historias buenas o malas: depende de cómo las cuentes", suele decirles Sietecase a los cronistas de la Veintitrés. El, con este libro, da cátedra.

"Era medianoche, el único momento del día que puede describirse como un lugar. Esas horas del 16 de diciembre de 1980 vuelven a pasar por la mente de Mariano Márquez con contornos definidos. Cruzan el reverso de sus ojos, apenas entornados, como las personas desconocidas que pasan caminando detrás de la ventana del bar que eligió para beber en esta tarde de fin de año.

Su propia imagen le arrebata la calma aunque no sienta culpa ni abrigue rencor contra nadie.

"Mariano Márquez mató por dinero. Se podría decir que lo hizo por necesidad aunque no faltará quien rechace este argumento. Fue también una causa privada. Un asunto personal.

"Hay decisiones que llevan mucho tiempo, que requieren de maduración como los vinos. Después sólo hay que reconocer el momento exacto para que el vino no envejezca. Igual con el odio. Lo demás es azar. Destino y azar.

Luego de vaciar la primera damajuana, el ácido comenzó su tarea por la parte del cuerpo que había quedado sumergida. La ropa no fue impedimento para la acción del líquido, que no hizo diferencias entre la tela y la piel.

"(...) Se sorprendió: estaba tranquilo. Cuando volvió de la cocina, el ácido ya había liberado sus demonios sobre el desvalido territorio del cuerpo. El proceso era indetenible. Víctima y victimario emprendían un viaje a un sitio al que nadie podía acceder. Le gustó la idea y pensó escribirla en su libreta, pero la prudencia lo contuvo.

"Guardó en el placard el impermeable que había utilizado para no salpicarse la ropa con el ácido. Tapó el tanque y se fue a dormir.

Tras las persianas del departamento, crecía la luz de la mañana".

Maldita costumbre


Su novela es una historia dura, densa. Él se lo planteó. "Borges decía que hay historias que te eligen a vos", se contesta ahora, con la tercera edición en su haber.

Más allá de lo oscuro de la anécdota, existe un telón aún más negro, que es el contexto histórico-político. "Me llamó la atención que, en pleno apogeo de la dictadura, este hombre haya matado como mataba el Estado: haciendo desaparecer un cuerpo para lograr impunidad". Justamente es esta idea la que da título al texto.

"Una novela es para entretener. Mi objetivo fundamental es que el lector la pase bien. Pero esta novela, además, tiene una teoría: que las sociedades se definen a sí mismas también por su forma de matar. No es casual que en Argentina arrastremos el tema de la desaparición de los cuerpos desde la época de la colonia. En el país, hubo 30 mil desaparecidos durante la dictadura, cuando en Uruguay hubo 400 y en Chile 1.200", resume.

"Es una fantasía pensar que sin cuerpo borrás automáticamente el delito. Hay una búsqueda de impunidad, y eso nos marca", define Sietecase. Y la palabra retumba en la sala. Impunidad. El caso en sí está desprovisto de connotaciones ideológicas, pero remite crudamente al modo de matar que empleó el aparato estatal.

Y la palabra sigue resonando aún hoy en cada rincón del país, como un cáncer que va carcomiendo la tierra. "Cuando salió el libro, la última semana de agosto, surgió lo de Diego Peralta. Vino Andrés Klipphan y me contó que el chico estaba en una tosquera, que le habían puesto una piedra en las piernas. Me impresionó tanto... Siempre aparece el mecanismo: buscar la impunidad a través de la desaparición de los cuerpos. Es una cosa muy enfermiza que tiene esta sociedad".

-�Qué caso tomarías si tuvieras que definir la sociedad de hoy?

-Este caso que yo trato en el libro, tiene una increíble vigencia. Creo que gran parte del éxito del libro tiene que ver con eso, porque dispara cosas de ahora: la falta de justicia, la locura de los secuestros... Fijate, todavía estamos discutiendo la constitucionalidad o no de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final...

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El del sobrecito de azúcar


Reynaldo escribe poesías desde los 15 años. Los que en los 80 frecuentaban los bares rosarinos -esos reductos que se erigen como invitando al encuentro de amigos en cada cuadra de la ciudad-, cuentan que los fragmentos de sus poemas se podían leer en la parte trasera de los sobrecitos de azúcar. Y quienes lo conocieron por esos años, cuando ya era cronista de Rosario/12, aseguran que para él era la gloria encontrar sus poesías impresas. Hoy ya tiene publicados cinco libros, más dos de relatos.

-�Cómo viviste este paso de una investigación estrictamente periodística al mundo de la ficción?

-Yo pasé de la literatura al periodismo, y ahora voy a la narración. El proceso es más o menos así. Muchos se sorprenden; todos suponían que mi libro iba a ser una investigación "pura y dura".

-El libro parte de una investigación periodística.

-Sí, está basado en un hecho real que tuvo una enorme repercusión en Santa Fe. El crimen fue cometido en Rosario en 1980, con una particularidad que lo hacía brutal y muy singular: es un secuestro extorsivo en el que la víctima termina disuelta en ácido sulfúrico. En ese momento había otros dos casos en el mundo; ahora creo que hay cinco o seis, nada más. Es un crimen raro...

Reynaldo era estudiante de Comunicación Social y Ciencias Económicas cuando Mariano Márquez arrojaba los bidones de ácido sobre el cuerpo de Gabriel Samid; nombres ficticios que en la novela identifican al abogado asesino y al empresario muerto.

El caso, que difundieron los medios de comunicación, quedó grabado en su retina. Terminó sus dos carreras y decidió que nunca ejercería como contador. Por ese entonces, la democracia parecía el paraíso en un país devastado por la dictadura, y los medios de comunicación abrían sus prometedoras puertas a los periodistas formados en facultades e institutos.

Mariano Márquez, en ese momento, era procesado por el delito de secuestro extorsivo seguido de muerte. Reynaldo comenzaba a descubrir que las letras serían la pasión de su vida. Lo que no supo en ese momento, es que su vocación lo llevaría a encontrarse cara a cara con un brillante asesino, ése mismo que lo había hecho estremecer a través de los titulares de los diarios.

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"Esto es una novela"


En 1992 Reynaldo era periodista en Rosario/12 y tuvo que cubrir un motín en Coronda. Preguntó por el abogado y fue a buscarlo: estaba en la biblioteca del penal.

"Ahí le hice una nota y me asombró, porque tenía un conocimiento de lo que pasaba en el penal... Me citó a Foucault, a Sartre. Me dejó deslumbrado", reconoce.

"Empecé a juntar material, fui al expediente, me hice una lista de cuarenta y pico entrevistados... todo el proceso normal para una investigación periodística. Y empecé a trabajar, pero sin saber todavía para qué".

La respuesta vendría un tiempo después: en 1997, un taller de narración periodística con Tomás Eloy Martínez, fue la alarma de un despertador que hacía tiempo venía funcionando, sin que el propio Sietecase lo advirtiera.

"Había que producir un texto en cuatro días. Me acordé de esto y pensé en aprovecharlo. Escribí unas veinte páginas, como una nota. Entonces, Tomás Eloy me dijo: `Mire, usted acá tiene una novela' ".

Reynaldo dudó. Esa palabra no estaba incorporada en su léxico ni en sus intenciones. "Mire, si la escribe o no, es problema suyo. Es una novela", insistió el prestigioso escritor. Ahora, el rosarino se ríe al recordar la terrible presión que significó ese comentario. El asesino, mientras tanto, cumplió su condena y vive en libertad.

Podridos como un pescado


Sietecase conoce los límites del periodismo y no quiere emitir opiniones sobre los porqués de este siniestro mecanismo que describe en "Un crimen argentino".

Pero arriesga que "lo que pasa con la justicia argentina contribuye a esto. Una justicia que no castiga, que es aliada de la impunidad, que está podrida como un pescado desde la cabeza; una Corte Suprema tremendamente cuestionada, un fuero federal patético...", enumera, destellando indignación y hartazgo en cada palabra.

"Me da la impresión que la falta de justicia es el principal problema que tiene la Argentina. No es la falta de trabajo, no es la inseguridad, no es la deuda externa, no es la inestabilidad política. Si uno toma como referencia lo que fue el Mani Pulite en Italia, el quiebre se produce cuando un grupo de jueces y fiscales dicen `basta, vamos a empezar a aplicar la ley'. En Argentina, no hace falta ni cambiar el Código Penal, ni el Código de Procedimientos... hay que aplicarlos. Y para eso hay que tener honestidad, independencia y cojones", remata.

Yendo de la revista a la tele


"Yo soy un contador de historias. Creo que un periodista, en el fondo, es eso. Después, va ubicándose en distintos estamentos de la profesión. Pero el origen del periodismo es eso: agarrar el lápiz y la libreta, salir a la calle y contar una historia".

Reynaldo trabajó en radio, gráfica y TV, y sabe lo que dice cuando afirma que "el medio en el que se producen los mayores excesos y las mayores faltas de ética es la televisión. Ahí es más difícil hacer periodismo en serio".

No se lleva demasiado bien con imperativos como el rating. Sabe que es necesario, pero no está dispuesto a resignar nada para conseguirlo. A su cabeza vuelven los casos Echarri y Grassi. Y otra vez retorna la indignación.

"En la televisión hay un solo idioma: rating. Algunas de las cosas que veo: las agendas de los programas periodísticos son iguales a las de los talk shows. Vos a veces ves a Rial o a Viale, y después ves los mismos temas en los periodísticos pretendidamente `serios'. Es decir, algo anda mal. A mí me parece muy importante que los periodistas en televisión hagan periodismo", define.

"Nosotros todo el tiempo discutimos eso con Lanata y con el equipo. Hay como un círculo vicioso muy enfermizo en la tele, que antes pertenecía nada más que a los programas frívolos, y ahora pasó al periodismo. Por ejemplo: `Che, en Grondona midió bien Rodríguez Saá y Zamora'. Entonces, en esa semana todos invitan a Rodríguez Saá y Zamora. Es una locura...", argumenta y deja que su puño acompañe cada sílaba con golpes secos contra la mesa.

En busca de la tostada quemada


"Uno tiene que cautivar a un lector que, la noche anterior, ya vio quinientas veces el hecho que vos le vas a contar. El tema es cómo lo contás. Tomás Eloy dice algo que a mí me gusta mucho: `Hay que lograr que nuestro lector llegue tarde al trabajo. Que se le quemen las tostadas. Que el tipo se quede enganchado en lo que está leyendo".

Cuando habla de periodismo los ojos se le encienden y las cejas se niegan a quedarse en su estado natural. "Hoy, los periodistas están mucho mejor formados que hace veinte años, en lo tecnológico. Pero no han leído a los grandes novelistas, están muy pocos preocupados por escribir bien", critica.

Su teoría es clara: "Al revés de lo que se creía hace diez años (que había que competir contra los medios electrónicos con noticias cortas y fotos grandes), se trata de competir con un buen relato, una buena historia, una buena investigación, un buen reportaje".

En este sentido, entre literatura y periodismo hay una sola diferencia: el rigor de los datos. "Yo trato de escribir bien siempre. Mi compromiso con la palabra es siempre el mismo. Ahora, cuando hago periodismo, tengo un parámetro muy claro: la fidelidad a la verdad. Cuando hago literatura, me tomo todas las libertades".

Vuelve a tirarse hacia atrás, como reviviendo esa libertad que lo invade en el momento de enfrentarse a la hoja en blanco. Durante la entrevista gesticuló, golpeó, se indignó, se rió. Empezó frases que después abandonó en busca de un término mejor, pero que finalmente quedaron flotando en el aire. Juega con las palabras y se siente cómodo a la hora de expresar lo que piensa. Se ciñe rigurosamente a los datos, pero no se olvida de volar y se encarga de llevar a sus lectores de la mano en ese recorrido. "No soy más que un periodista", explica.

Natalia Pandolfo.