La gigantesca central nuclear de Ignalina es el principal obstáculo para la integración en la Unión Europea de Lituania, que debe renunciar a su principal fuente de energía para evitar un nuevo Chernobil, esta vez en el Báltico.
En los bosques del este de Lituania y a las orillas de un lago pintoresco, Ignalina se ha convertido a la vez en símbolo de la herencia soviética y en garante de la supervivencia energética del país del mundo más dependiente del sector nuclear.
Ignalina es la más grande de las centrales nucleares del tipo RMBK (como la que causó en Ucrania la catástrofe de Chernobil en abril de 1986), construidas por la Unión Soviética para abastecer de electricidad partes estratégicas de su territorio, en este caso el Báltico y Bielorrusia.
Una de las primeras condiciones planteadas por Bruselas a Lituania para aceptar su candidatura a la UE fue la desconexión y el desmantelamiento de los dos reactores de 1.500 megavatios cada uno que componen esa central nuclear.
A 120 kilómetros al nordeste de Vilna, Ignalina es actualmente la fuente del 80 por ciento de la energía eléctrica de este país y el sustento de casi 4.000 trabajadores y de la ciudad de Visagina, a dos kilómetros de la central.
Pero en Visagina el respeto que se tiene a Ignalina es evidente: en el centro de esta localidad funciona un contador geiger que señala continuamente el nivel de radiación de la atmósfera.
En 1988, aún en tiempos soviéticos, la falta de fondos y la protesta internacional detuvieron la construcción de un tercer reactor, aunque en realidad este desmesurado corazón nuclear de Europa tenía previsto albergar hasta cuatro de esas instalaciones.
Dos años antes había ocurrido la catástrofe de Chernobil, que liberó a la atmósfera de Ucrania y del centro y este de Europa cien veces más radiación que la producida por la bomba atómica que borró del mapa la ciudad japonesa de Hiroshima en la II Guerra Mundial.
Al igual que en Chernobil, lo primero que se advierte al pasear por las inmensas instalaciones de Ignalina es la ausencia de un sistema de protección estanca que impida la liberación de radiación directamente al aire en caso de accidente.
Aunque en 1999 ya se anunció el cierre de al menos uno de los reactores, en junio de 2002 Lituania se comprometió a que la Unidad 1 (que entró en servicio en 1984) será desconectada antes del 31 de diciembre de 2004 y la Unidad 2 (1987) antes del fin de 2009.
El desmantelamiento del reactor de la Unidad 1 durará hasta el año 2025, mientras que el de la Unidad 2 se extenderá hasta 2030.
Todo el proceso de cierre de la central, incluidas las cuestiones técnicas, la construcción de almacenes de residuos nucleares sólidos y líquidos, costará cerca de 2.400 millones de euros, aportados por países donantes de la UE y la propia Lituania.
Según explicó a EFE el director general de Ignalina, Víctor Shevaldin, esa generosa contribución europea, sin embargo, apenas considera la suerte de los 30.000 habitantes de Visagina, que puede convertirse en una ciudad fantasma en pocas décadas.
"Hemos pedido a la UE que construya instalaciones industriales para evitar el desempleo y la emigración y para evitar la peligrosidad social de miles de trabajadores en paro", explicó.
Shevaldin también manifestó su preocupación ante la necesidad ingente de inversiones que palíen el corte del flujo energético que supondrá el cierre de Ignalina.
En esa situación, Lituania sólo podrá sobrevivir con la compra de grandes cantidades de gas y petróleo a Rusia (posibilidad desechada por las autoridades de Vilna, poco deseosas de depender aún más de su vecino del este) o la interconexión a las redes energéticas europeas, opción apoyada por la UE.
Pero, según Shevaldin, la mejor alternativa sería la construcción de una nueva central nuclear en el lugar que ocupa ahora Ignalina, pero esta vez edificada con los parámetros requeridos por la UE, con la protección precisa y dependiente del capital privado.
Serguéi, uno de los trabajadores de origen ruso que integran el 85 por ciento de la plantilla de Ignalina es categórico: "No tiene sentido hablar de una carísima nueva central nuclear cuando se está regateando todavía el precio de desmantelamiento de la actual. Todo se reduce al final a la pelea política entre Bruselas y Vilna".
Juan Antonio Sanz (EFE)