Malicia y cinismo en la revista Martín Fierro
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Por Manuel Gálvez
Nacido en Paraná, en 1882, Manuel Gálvez fue un prolífico autor de fuerte presencia en la literatura y en el ambiente literario de su tiempo. Tras escribir sus numerosas novelas y novelas históricas, ensayos y biografías, Gálvez dedicó los últimos años de su vida a la redacción de sus memorias, de las que acaban de reimprimirse las partes iniciales, dedicadas a la vida literaria argentina de la primera mitad del siglo XX: "Recuerdos de la vida literaria (I)", de la que anticipamos unas páginas referidas a la vanguardista revista Martín Fierro. Manuel Gálvez falleció en Buenos Aires, en 1962.
En febrero de 1924 apareció la revista Martín Fierro. No la fundó Güiraldes, como suele creerse, ni fue su director ni tuvo en ella influencia verdadera: la prueba es que, avanzado el año, Güiraldes se alejó de la revista -a donde volvió sólo meses más tarde-, por causa de un suelto de Rega Molina sobre Xamaica. Contestó con una carta violenta, y poco después fundó con otros la revista Proa.
No fue Martín Fierro vanguardista desde el primer momento. En los tres primeros números, todo el vanguardismo consistió en sendos artículos sobre Apollinaire y Morand, en la traducción de una página de Giraudoux y en las greguerías -pues más o menos lo eran- de Girondo. En cambio había mucha política, y, en general, de izquierda: ataques al intendente, al rey de España, al general Primo de Rivera. Nalé Roxlo cantó en verso a la Rusia bolchevique. Adviértese en esos tres números cierto anticlericalismo (...).
He leído, antes de escribir estas páginas, toda la colección, y me he divertido. Hay allí ingenio, aunque no siempre de buena ley. Una docena de graciosos -entre ellos Evar Méndez, Ernesto Palacio, Carlos Grünberg, Lascano Tegui, Borges, López Merino, Rega Molina- satirizaban a los supuestos enemigos y a veces a sus amigos, en la sección Cementerio y en otras partes del periódico. En ocasiones resultaban muy malignos, hasta perversos. Con varios colegas fueron crueles, y a uno del grupo lo trataron, en tres o cuatro ocasiones, como afeminado, por lo cual el aludido se trompeó con Méndez en la calle. Excepcionalmente llegaron a lo pornográfico. Es difícil elegir muestras del ingenio martinfierrista: las mejores se refieren a individuos hoy olvidados, o a características y sucesos que sería preciso explicar con minuciosidad. Copiaré algunos epitafios:
Fue don Leopoldo Lugones
un escritor de cartel,
que transformaba el papel
en enormes papelones.
Murió no se sabe cómo.
Esta hipótesis propuse:
"Fue aplastado bajo el lomo
de un diccionario Larousse".
Eso lo firmaba El Vizdonde, o sea Emilio Lascano Tegui, que puede ser considerado como precursor del vanguardismo. Lo que sigue estaba firmado por C.I., o sea Córdova Iturburu:
Dios de infinita bondad,
haz que al señor Gerchunoff
le injerten, por caridad,
glándulas de Voronoff
para la mentalidad.
A don Calixto Oyuela, que tenía sesenta y ocho años pero que se mantenía bien conservado y ágil de espíritu y de cuerpo, le hizo esta bromita. L.F.M. (�Francisco López Merino?):
Aquí está Calixto Oyuela,
bardo de escasa poesía.
Fue compañero de escuela
de Mármol y Echeverría.
De Capdevila se burlaron pocas veces. En unos versos "a la manera de 1905", decían: "...aquí me tenés oliendo a muerto / como la inspiración de Capdevila". En un epitafio, aludiendo a que el poeta se hubiera presentado a varios concursos literarios, le dedicaron ocho versetes, los dos últimos de los cuales aseguraban que "murió para presentarse / en un concurso de muertos". A la quisquillosa Alfonsina la hicieron rabiar, y aun sufrir, cuando le dijeron, a raíz de su libro Ocre:
No es
Alfonsina: es medio ocre, solamente.
En un poema satírico firmado Mar-Bor-Vall-Men, o sea Marechal, Borges, Vallejo y Méndez, se burlaban del último libro de Lugones: "íQué malo es el roman-cero-de don Leopoldo Lugones!".
Al periodista "sensacional" Juan José de Soiza Reilly dijéronle cosas tremendas, insultantes. Como años atrás Soiza hubiera escrito El alma de los perros, anunciaban que ahora iba a publicar La biografía de un gato y le hicieron este ofensivo epitafio:
Soiza Reilly su diarrea
literaria terminó.
Esta su lápida sea:
L.P.Q.L.P.
Con Rohde fueron también malévolos. En un epitafio, no tan maligno como otros versetes, le dijeron:
Aquí yace Jorge Max
Rohde.
Dejadlo dormir en pax,
que de ese modo no xode
Max.
A Vargas Vila, el charlatán colombiano, que había tratado mal a los argentinos porque no le hicimos caso, dijéronle horrores y con gracia. Y por ser tan libidinoso, le llamaban Largas Bilis.
Pero si con este energúmeno fueron justos, no lo fueron con Augusto Rodríguez Larreta, que escribía en prosa clara, sobria, elegante. Rodríguez Larreta, que a raíz de un viaje por el Mediterráneo había publicado un lindo libro, La sandalia profana, le dirigieron esta pulla:
Como no se compra talento con plata,
ni basta un viaje para ser poeta,
tu Sandalia, joven Rodríguez Larreta,
a pesar del tío, resultó alpargata.
A Enrique Larreta no le dijeron en verso nada de particular, pero en prosa, y a propósito de Zogoibi, le cargaron de firme.
El máximo de veneno lo gastaron en satirizar a mis amigos de Boedo. No sé cómo alguno de ellos no le rompió la cabeza a Méndez, director responsable. Los llamaban "los cretinos de Boedo". Se especializaban con Castelnuovo y con Barletta. Como los de Boedo eran agresivamente realistas y no desdeñaban los temas crudos, los trataban de puercos.
También hicieron crueles epitafios a Martínez Zuviría, a Pedro Miguel Obligado y aun a Rega Molina y a otros del grupo. Mas no se recluyó el ingenio en el Cementerio. A la pregunta "�Qué libro publicará usted?", le hacían contestar a Barletta: Papel higiénico, cuentos del número 100. También aplicaron a muchos escritores los títulos de libros conocidos. Así al delicado poeta Ricardo Molinari, cuya piel es más morena que lo permitido: El negro que tenía el alma blanca. En una lista de Mentiras criollas, figuraba ésta: "Leopoldo Lugones se ha aferrado a una idea", aludiendo a su versatilidad en materia política.
El lector, o la lectora, tal vez preguntará: "Y a usted, Manuel Gálvez �qué le dijeron? �Por qué no lo cuenta?". Ahí va. De modo que corte usted, mi lector o mi lectora, su sonrisita maliciosa y lea. Pero antes quiero hablar de cómo trataron a los de mi generación. A Rojas le tomaron el pelo en uno de los primeros números, mas en adelante no se acordaron de él. Sin duda, lo respetaban porque era rector de la Universidad y acaso por haber prologado el primer libro del director del periódico. Juan Pablo Echagüe, precavido, había enviado una carta a Girondo, al aparecer la revista, elogiándola con entusiasmo. Con este seguro de vida pasó los tres peligrosos años sin que le tocaran más que el sombrero. Poco o nada hubo para Chiappori, gran amigo de Méndez. Sin embargo, amigo e íntimo, lo había sido Jordán y, no obstante, le dijeron horrores. Muy mal trataron a Barreda, en las dos o tres veces que se acordaron de él. Y menos mal a Gerchunoff. Nosotros, los de mi generación, poco o nada escribimos contra los martinfierristas, ni aun como represalia. Gerchunoff, ingenioso siempre, tuvo una frase que se popularizó. Refiriéndose a la indigente cultura de los martinfierristas -los más procedían del periodismo subalterno, se estaban formando a tropezones y uno había sido mozo de café- y a las varias escuelas literarias que habían surgido y de las que sucesivamente fueron adeptos, dijo Gerchunoff: "Estos jóvenes han pasado por todas las escuelas menos por las escuela primaria...".
Reproduciré ahora todo lo que me dijeron en verso, comenzando por este epitafio que firmaba C.G. (Carlos Grünberg):
Aquí yace Manuel Gálvez,
novelista conocido;
si hasta hoy no lo has leído,
que en el futuro te salves.
Después me dedicaron otro epitafio, señalado con una C.
Los huesos aquí en montón
de Manuel Gálvez están.
Murió al dar un tropezón,
cuando aprendía el gotán.
Aludía a la afición por el tango -"gotán", en vesre, o idioma que consistía en volver del revés las sílabas o las letras- que acababa de desarrollárseme y que se había manifestado en algunos poemas sobre la danza porteña. Si en esos dos epitafios no había malevolencia, la había, en cambio, en el tercero, obra de El hijo de Héctor Castillo, o sea de Ernesto Palacio:
Bajo esta losa pesada,
libre de malos momentos,
tiene Gálvez su morada.
Sus versos no fueron nada,
sus novelas fueron cuentos.
Más tarde, al aparecer La Pampa y su pasión me dijeron esta cuarteta, obra de R.P.:
Novelero y novelista,
hasta lógico, �es verdad?
Pero Gálvez de turfista
�no es una calamidad?
Y Evar Méndez, que seguramente no había leído mi bien documentada novela, o que deseaba embromarme, escribió este ovillejo:
Si has dado tu obra mejor,
doctor,
que me acogote un cordel,
Manuel.
Es curioso que los martinfierristas, mientras me cuereaban en sus charlas de café, igual que a mis compañeros de generación, me enviasen sus libros y, a veces, muy amablemente dedicados. �O acaso eran unos los maldicentes y otros los que me admiraban? El caso es que entre 1924, año de la fundación de Martín Fierro, hasta 1927, año de su defunción, recibí varios libros y cartas de algunos de esos muchachos vanguardistas.