Canciones difíciles, dentro de canciones difíciles
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Lo cual es realmente cierto. Catupecu Machu irrumpió con canciones rebuscadas (teniendo en cuenta sus trabajos anteriores) que grabó en una quinta en las afueras de Buenos Aires en tan sólo cuatro meses, aun cuando la compañía les había ofrecido grabar fuera del país.
Pareciera ser, que por ese tiempo muchas cosas cambiaron en el planeta Catupecu: Abril Sosa abandonó los parches y fue reemplazado Javier Herrlein, sus canciones dejaron de ser rocks adrenalínicos y desprolijos para convertirse en piezas de un laboratorio, el bajo pasó a ser un instrumento demodé en la banda de Villa Luro (Gabriel utilizó su instrumento solamente en un tema del disco) y su nuevo disco se convirtió en una madeja de sonidos abigarrados, cibernéticos y modernos (no modernosos).
La banda estalló en mil pedazos y se reconstruyó en algo totalmente distinto que cayó como un balde de agua fría en la gente. Catupecu pasó a ser una gran banda con un gran disco. Algo que venían insinuando desde "Cuentos decapitados". Y encima no hacían rock chabón. Hasta acá no parece haber ningún problema.
Cuando uno escucha "Cuadros dentro de cuadros" advierte:
1°. Que es un disco raro, sofisticado, quizás americano.
2°. Que los Catupecu cambiaron y mucho.
3°. Que es un disco realmente difícil de tocar en vivo.
Cualquiera que haya tenido estas consideraciones antes de verlos en vivo el jueves pasado, en la Estación de Trenes Belgrano, seguramente las habrá ratificado y vuelto a pensar sobre todo en la tercera: Cuadros dentro de Cuadros es un disco verdaderamente difícil de tocar en vivo.
Catupecu pone la primera en su set con su última bomba musical: Origen extremo. El tema es realmente un delirio. La batería es marcial, las guitarras se te clavan en la nuca y no te dejan de picar, las voces entran y salen a los gritos y los cuerpos de los que la cantan saltan y bailan como si entraran en trance. La masa de gente salta y se forma el pogo más grande en lo que va del ciclo. Mayoría de teens inundan los andenes y corean: "Mordemos fuerte otra vez el origen extremo/ y perdemos control justo a tiempo". Todo es griterío y canto mientras la tierra del piso se levanta y forma una nube bastante pastosa que cubre tanto a músicos como fanáticos.
Algunos problemas de sonido (acoples y algunas indefiniciones) no calman el ánimo de Fernando y Gabriel para saltar y gritar (no se cansan nunca estos muchachos). Sin duda, los Ruiz Díaz son eléctricos; tipos enchufados a 220 durante lo que dure el show.
A medida que pasan las canciones, el show pasa por diferentes estados. Se nota que no todos tienen "Cuadros..." y entonces sólo Hechizo (gran versión del clásico de Héroes del Silencio) y Gritarle al viento logran arrancar un poco de agitación. Por momentos, los músicos también se perdieron entre ellos mismos y algunos cortes y otros juegos no fueron realmente entendidos. Lo cierto es que el sonido Catupecu 2003, el de "Cuadros...", nunca apareció: las guitarras perdieron fuerza y se terminaron enredando entre las voces, la batería centelleó algunas veces y otras careció de brillo (por momentos, se extrañó a Abril), los sintetizadores se confundieron entre tanta distorsión y lo que en el disco es claridad conceptual, en vivo fue barullo, y por momentos confusión.
Igualmente los Catupecu son tipos con mucho escenario encima y saben lo que hay que hacer arriba para que abajo todo sea fiesta.
Héroes Anónimos, Perfectos Cromosomas, Y lo que quiero... y Eso Espero fueron canciones perfectas para levantar al público en momentos complicados. La banda satura su costado pop y logra interpretaciones únicas y poderosas.
Mucha gente viendo todo el repertorio Catupecu (la mayor convocatoria dentro del ciclo), aceptando el compromiso de escuchar canciones muy elaboradas que aún no se resuelven bien en vivo. Pero se sabe, para ver a Catupecu hay que ser tan arriesgado como ellos lo son con sus canciones.
El final obvio con Dale. Larga y charlada como suele suceder en todo final de la banda y la actitud de siempre: pum!! para arriba y, que no se caiga en ningún momento.
Maximiliano Lichtenstein