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Los fantasmas del presidio

Planta alta del pabellón 1.. 
El Penal de Ushuaia funcionó durante la primera mitad del siglo pasado. Luego, al ser cerrado, pasó la otra mitad en total estado de abandono. A fines de los '90 intentaron demolerlo para edificar un hotel cinco estrellas, pero un grupo de fueguinos peleó para evitarlo y luego trabajó por su restauración. Hoy el lugar, conocido como La Tierra, funciona como museo y es un hito importante de la capital de la provincia más austral.


La falta de libertad, al igual que la muerte, son dos de los temas que más obsesionan y atemorizan al hombre. Quizás por eso la visita a una cárcel produzca en la mayoría una sensación opresiva. En el caso de la de Ushuaia, -hoy museo y edificio polifuncional-, impresiona la atmósfera lúgubre que aún persiste. El clima inhóspito, el frío y sobre todo el viento, siempre el viento, suman más desolación al escenario común de cualquier prisión. En el recorrido por los pasillos se pueden imaginar las voces y los lamentos y se puede percibir el sufrimiento de la soledad interminable. Las fugas eran una utopía; los muros de piedra de casi noventa centímetros de ancho son, aún hoy, infranqueables, y en el exterior sobrevivir con las bajísimas temperaturas reinantes era imposible; además, el paso a Chile, como ruta probable de escape, implicaba sortear lagos de agua helada, bosques y montañas acompañado siempre por el frío y el viento.

El lugar, conocido mientras funcionaba como La Tierra, aterrorizaba a los condenados que, desde otras prisiones, llegaban a la de Ushuaia. A lo largo de sus cincuenta años de historia pasó por administraciones diferentes, y, de acuerdo con el criterio del director de turno, tuvo períodos donde se intentaba sacar de esos seres algo bueno a través de la reeducación y del trabajo; en otros, la crueldad se enseñoreaba y los presos eran sometidos a castigos y a condiciones de vida infrahumanas. Albergó a delincuentes feroces, a presos políticos, a mujeres y menores; la composición de su población variaba según los proyectos que tuvieran los diferentes gobiernos, pero la idea que primaba en la mayoría de ellos era la de poblar el sur.

Desde su construcción, el penal se erigió en núcleo de la vida de Ushuaia y la existencia de los habitantes giraba en su torno. La población original estaba compuesta por las familias de los empleados encargados del funcionamiento del penal y muchas veces el número de presos superaba al de la población civil. Hoy también, como museo, sigue siendo -ya desde otro ángulo- una de las mayores atracciones en la capital de Tierra del Fuego. En los bosques, sobre todo en el recorrido que hacía el Tren del Fin del Mundo -que trasladaba a los presos de mejor conducta para talar árboles-, aparecen como muñones de la tierra los restos secos de los troncos de lenga que servían de combustible para atenuar el frío extremo durante todo el día.

El lenguaje de los muros


En 1883, el presidente Roca presentó ante el Senado un proyecto promoviendo la construcción de una prisión en el sur del país, luego de la firma del tratado de límites con Chile y copiando experiencias similares probadas por Francia e Inglaterra en algunas de sus colonias. En 1902 es instalado en Ushuaia un Presidio Militar, al oeste de la ciudad, a unos cinco kilómetros por el camino que conduce a Lapataia; y en 1911 se la anexa la cárcel de Reincidentes. La idea de formar una Colonia Penal sigue en el pensamiento de Roca, y con el transcurrir de los años tomará diferentes nombres: de Cárcel de Reincidentes pasará a llamarse Cárcel de Tierra del Fuego; luego Presidio y Cárcel de Reincidentes, Presidio Nacional, Cárcel de Ushuaia y Cárcel de Tierra del Fuego.

Poco a poco se fueron anexando otros pabellones al primero (denominado Pabellón Histórico en el actual museo) y, para 1907, la cárcel llegó a tener varios talleres, como zapatería, panadería, sastrería y aserradero, donde los presos trabajaban y recibían por ello una paga que dedicaban a sus gastos personales o al sostenimiento de sus familias.

El edificio tenía cinco pabellones dispuestos en forma radial para facilitar la vigilancia, con un lugar central, llamado la Rotonda, para uso común de los presos. Cada pabellón estaba compuesto por 76 celdas unipersonales, con lo que se totalizaban 380 espacios. Había un sector de baños con retretes no privados (los reclusos tenían en sus celdas recipientes que contenían sus excrementos y que eran vaciados una vez al día) y otro de duchas.

Una de las curiosidades del penal es la falta de muros exteriores circundantes, por lo que sólo está separado de la urbe por un alambrado de dos metros de altura, coronado con cuatro hileras de alambre de púas. De esa manera la visión entre los pobladores y los reclusos era recíproca.

La vida en El Fin del Mundo


El código preveía la obligatoriedad de trabajar y, en general, los presos pedían ocuparse en algo. Era mejor salir a talar árboles, construir anexos del presidio, arreglar calles o inventar caminos, que estar atrapados en la celda, muriéndose de frío y de tedio. Los de mejor conducta eran los "premiados" que salían al exterior y algunas veces, en verano, se les permitía a los taladores pernoctar en Monte Susana para aprovechar al máximo las horas de luz y cortar más leña.

Lo habitual eran que los que partían a las 7 de la mañana, en el trencito que los llevaba hasta los bosques a 12 kilómetros del penal, regresaran a pie, al anochecer, o en los vagones si quedaba lugar. Los que se quedaban trabajaban en la lavandería, en la huerta, en la panadería, en otros talleres o en la Rotonda, baja la estricta vigilancia armada de los guardias.

Algunos directores -como es el caso de Roberto Pettinato, a mediados del '30- intentaron mejorar las condiciones de vida del penal fomentando la lectura, para lo que contaban con una importante biblioteca, a la que concurrían después del trabajo; además se les daba clases, se ofrecían obras de teatro y conciertos los domingos. Algunos presos desarrollaron el gusto por la escritura, y como prueba de ello quedaron muchos poemas escritos incluso en los muros de la prisión.

La salud era un tema preocupante no sólo para los condenados, sino también para los habitantes de Ushuaia, ya que por años no hubo hospital en la zona y recién se inauguró uno en 1943. Antes de esa fecha las urgencias debían ser tratadas en el continente, por lo que los traslados eran posibles sólo en buques de la Armada Argentina. No es difícil deducir que muchas veces la muerte encontraba a los enfermos en el largo camino al hospital más próximo.

Sólo pasaje de ida


Si bien no fue una constante, existieron años de terror que hicieron que el presidio fuera considerado como el lugar para morir, de allí que se suponía que quien era enviado a Ushuaia no regresaba.

Durante esos lapsos, los castigos que recibían los reclusos eran variados, e iban desde los físicos a los sicológicos.

Según consta en declaraciones ante el juzgado y por elementos secuestrados, los presos eran golpeados con cachiporras de hierro o con cables trenzados que remataban con una bola de plomo de medio kilo de peso. Esos castigos eran propinados a veces por cuestiones tan menores como hablar en la fila, estar cansado o contestar a un guardián sin haber sido interrogado. El infractor era retenido de piernas y brazos por cuatro guardias mientras el verdugo lo azotaba en el tórax hasta desmayarlo. Luego lo depositaban en su celda y debía reponerse sin asistencia alguna.

A veces combinaban ayunos y golpizas, por lo que muchos reclusos recorrían rápido el camino al cementerio.

Por lo general las golpizas se propinaban por la noche, en el silencio triste del penal. Otra manera de llevarlas a cabo era hacer salir al preso de su celda y hacerlo caminar a través de una doble fila compacta de guardias que descargaban sus cachiporras y palos a medida que el reo avanzaba en medio de gritos y súplicas.

Si el castigado resistía sin desmayarse, era arrojado a la nieve sin ropas y permanecía allí por una hora.

También se les hacía creer que la impunidad de los verdugos era tal que podían fusilarlos sin más trámite. Para reforzar esta tortura psicológica contaban con el apoyo que les daba un ataúd exhibido en el centro del penal.

Con frecuencia, cuando los guardias estaban aburridos, organizaban macabras carreras entre dos presos que ubicaban en el extremo del pabellón y los hacían correr persiguiéndolos con látigos en medio de estrepitosas carcajadas.

Cárcel de ideas


En el penal también recalaron presos políticos y sociales. En los años 1905, 1911 y durante la década del '30, después del golpe de Estado que derrocó a Yrigoyen, muchos personajes ligados a la vida nacional terminaron en Ushuaia.

Llegaban al penal escoltados por barcos de la Armada y, como no había espacio para ellos en el edificio principal, eran alojados en casas de familia a cuyos dueños el Estado pagaba una cuota mensual. La mayoría de ellos dedicaban su tiempo a leer y escribir. De esa experiencia resultaron buenas e ilustrativas novelas y relatos para esclarecer la vida que llevaban los presos del Fin del Mundo.

Ricardo Rojas, Honorio Pueyrredón, Mario Guido y el ex gobernador santafesino Enrique Mosca son sólo algunos de los nombres de la larga lista de personas ligadas a la política que pasaron por Ushuaia.

Galería de celebridades


La celda de Cayetano Santos Godino, más conocido como el Petiso Orejudo, concentra la atención de los turistas que visitan en penal. Allí un muñeco de cera reproduce en tamaño natural la figura del tristemente célebre personaje.

Su terrible fama comienza en 1912, cuando Buenos Aires temblaba de miedo por los asesinatos de chicos. En ese año, un niño fue encontrado muerto en una casa abandonada; luego alguien prendió fuego al vestido que llevaba puesto una niña, quien murió a los pocos días a raíz de las quemaduras sufridas. Otro chico fue rescatado con vida: estaba atado y semiasfixiado por un cordón ajustado a su cuello. Finalmente encontraron asesinado en una quinta en las afueras de la ciudad a un chico de 3 años.

Todas las pistas condujeron a la detención de un menor de 16 años: Cayetano Santos Godino.

La sociedad se horrorizó cuando conoció, por boca del autor, los pormenores de su carrera delictiva. Contó que, después de escuchar los reclamos de sus padres, salía en busca de trabajo y que, al no encontrarlo, se ponía furioso y le "venían" ganas de matar, entonces "si encontraba a alguien chico, lo llevaba a un lugar apartado y lo mataba".

De su confesión se desprendió que no sólo ésos habían sido sus único crímenes; ocho años antes había atacado a golpes a un bebé de 17 meses; cuatro años después de ese primer ataque llevó a un chico de 2 años a un corralón y lo sumergió en una pileta para caballos; días más tarde quemó con un cigarrillo los párpados de una chiquita de 22 meses. Se consignan otros tres intentos de homicidio, siempre en menores, que son abortados por la intervención de algún familiar o vecino de las respectivas víctimas. Llegó a estar un tiempo en una correccional, pero un mes después de su liberación, en 1911, reincidió en su macabra rutina.

También le producía un placer enorme mirar el fuego, de allí que dedicara parte de su tiempo a provocar incendios. Una estación de tranvías, una fábrica de ladrillos y dos corralones ardieron bajo las llamas mientras él observaba con una sonrisa en su rostro.

Por un tiempo, luego de haber sido declarado irresponsable, se lo recluyó en un hospicio, pero, como atentaba contra los pacientes y al no haber una institución específica con capacidad para contenerlo sin poner en riesgo otras vidas, los jueces -en 1915- decidieron confinarlo en el presidio de Ushuaia.

Su paso por el penal no registró hechos violentos significativos. Su comportamiento se ajustaba a las reglas; era casi dócil, a excepción de algunos hechos menores por los que recibió algunos de los castigos comunes por entonces. En 1927 lo sometieron a una cirugía estética para corregir sus orejas aladas; siguiendo a Cesare Lombroso, los médicos presumían que el origen de su maldad radicaba en ese defecto.

Infructuosamente intentaron que aprendiera en la escuela, y como muestra de su deficiencia basta indicar que por siete años cursó el primer grado.

El 15 de noviembre de 1944, el Petiso Orejudo murió a raíz de una hemorragia interna y, aunque los expedientes hablan de un proceso ulceroso gastroduodenal, el comentario fue que recibió una feroz paliza de otro convicto al que le tiró su gato al fuego.

Herns, apodado "El Descuartizador" o "Serruchito", también pasó por la Cárcel del Fin del Mundo. Había matado y descuartizado a su socio. Tiró los restos en el lago de Palermo y su crimen fue descubierto cuando el tórax de la víctima apareció flotando. Lamentaba no haber estudiado medicina, lo que le hubiese permitido saber que los pulmones iban a hacer que el cuerpo flotara. Curiosamente su trabajo en el penal era de carnicero y su especialidad, descuartizar reses.

Los hermanos Bonelli, oriundos de Rosario, tenían una casa de cambio. Asesinaban a los inversores y los enterraban en el sótano. Ambos fueron condenados a cadena perpetua y eran los encargados de mantenimiento de la máquina a vapor del tren que trasladaba a los presos.

Ladrón de Guevara también estuvo entre los célebres residentes de la cárcel y llegó allí cuando fue condenado por el asesinato de su esposa e hijos. Se volcó con devoción a orar, y a quienes le preguntaban el porqué de los homicidios respondía, con la mirada perdida, que eso correspondía a una vida pasada.

Mateo Banks, alias el "Místico" o "Mateocho", era un acaudalado estanciero. Junto con su familia poseía varios establecimientos ganaderos. Fue acusado de matar ocho personas: tres de sus hermanos, una cuñada, dos sobrinos y dos peones. En un primer momento, denunció que sus familiares muertos por envenenamiento -que él había descubierto en dos estancias diferentes- habían sido asesinados por dos peones a los que había despedido el día anterior. La investigación demostró que Banks había comprado la semana previa a los crímenes una gran cantidad de estricnina y la escopeta con la que disparó a los peones para luego inculparlos.

�El zorzal en la jaula?


No existe documentación que acredite la presencia de Carlos Gardel en el presidio. Sin embargo, muchos están convencidos y no dudan en afirmar que el Zorzal Criollo cumplió una corta condena antes de iniciar su vida artística.

Hay quienes sostienen incluso que empezó como payador en el penal. Algunas versiones le atribuyen un hecho delictivo menor ligado a mujeres, y otros cuestiones políticas. Según se supone, los expedientes que probaban su presencia en Ushuaia fueron "desaparecidos" por algún fanático gardeliano que temía ver cuestionada la imagen del cantor.

La edad en la que Gardel posiblemente fue condenado es un misterio, pero se cree que era muy joven, e incluso no se descarta que haya sido menor.

Algunos lugareños van más allá y conjeturan que la letra del tango "Volver" alude a los días en los que el Zorzal estuvo privado de su libertad.

Silvia del Canal