En 1824, al cumplir 19 años, Amadeo Gras ya tocaba como primer violoncelista en la orquesta de la Ópera de París. Su talento le facilitó, en su paso por las academias, el dominio de varios instrumentos, el dibujo, la pintura y varios idiomas.
Pero el espíritu inquieto de Amadeo le hizo soñar con otros horizontes y no tardó en ser arrastrado por esa corriente inmigratoria que lo trajo a las costas de América del Sur, alternando entre Montevideo y Buenos Aires, disfrutando una vida bohemia de nuevas amistades, recitales de música y retratos al óleo de personas pudientes. La muerte de su padre lo llevaría nuevamente a París por varios años, perfeccionándose entonces en el arte del retrato a pincel.
Sin embargo, los recuerdos de la Argentina son fuertes y en 1832, después de una rápida despedida, se embarca otra vez para Montevideo, donde al poco tiempo se casa con Eulalia del Carmen Baras, con quien tendrá doce hijos a lo largo de sus sorprendentes recorridos.
Largos viajes para alcanzar las ciudades más distantes, convierten su vida en azarosa y llena de aventuras, en carreta o a lomo de mulas, que cargan sus baúles y su infaltable violoncelo, sus cajas de pintura para retratar a los famosos y lograr el sustento. Su natural simpatía le abre todas las puertas. Donde llega se establece con una academia de pintura y se relaciona. Un año o dos, o más si la demanda lo justifica, para luego partir de nuevo con todo su bagaje. Mientras tanto, van naciendo sus hijos. El primogénito, Amadeo, en Chuquisaca, Bolivia; Flavia, en Salta; Víctor, en San Juan; Matilde, en Santiago de Chile; Carmencita, en Lima; Marcelina, en Tucumán; Camilo, Federico, Julia y Carlos, en Montevideo; el penúltimo, Martín, en Santa Fe, y en Uruguay, el último, José, quien se radicó un tiempo en Santa Fe, dedicándose al periodismo, dejando descendencia. En efecto, uno de los hijos de José fue Mario César Gras, nacido en nuestra ciudad en 1894, y que se destacara como novelista de costumbres y autor de una minuciosa biografía de su abuelo violoncelista y pintor.
Estando Amadeo Gras en Uruguay, pintó los retratos del caudillo Fructuoso Rivera, del Gral. Manuel Oribe y de Valentín Alsina. En Bolivia, los retratos de Facundo Zuviría y sus hijos.
En Mendoza pinta una treintena de cuadros, entre ellos el retrato de Martín Zapata; en San Juan, el de Fray Justo Santa María de Oro; en Córdoba, el del Dr. Juan del Campillo. En Montevideo, desde 1846 a 1848, pinta otros sesenta cuadros. Ese año vuelve a Francia para abrazar a su madre moribunda, pero llega tarde. No obstante permanece un tiempo, que es aprovechado para aprender la nueva técnica del daguerrotipo.
A su regreso a Montevideo ofrece al público en avisos periodísticos la posibilidad de retratarse con este novedoso sistema, o bien optar por el tradicional cuadro al óleo.
En 1852 el Gral. Urquiza lo convoca para que fotografíe con el daguerrotipo a los gobernadores asistentes al acuerdo de San Nicolás de los Arroyos.
De ahí a Santa Fe hay solo un paso. Cuando llegan los constituyentes, Amadeo Gras los está esperando y los hace posar uno a uno. En 1853 junta las fotografías de los 25 constituyentes, le agrega la de Urquiza arriba, y el cabildo al pie, donde se aprobara la Constitución, y conforma un cuadro de forma romboidal, que luego la casa Labergue de París se encargaría de reproducir y difundir.
De estos daguerrotipos de los constituyentes realizado por Amadeo Gras se sirvió el excelente pintor porteño Antonio Alice para dibujar los rostros de los 25 constituyentes, a los que agregó estudios sobre la personalidad, la edad y estatura de cada uno, bocetos que se encuentran en el Museo Rosa Galisteo de Rodríguez, para finalmente pintar el renombrado cuadro que fue en verdad realizado muchos años después de la muerte de los congresales. Los daguerrotipos de Amadeo Gras y el cuadro de Antonio Alice sirvieron, además, de referencia para modelar las estatuas de cera que se encuentran en el Museo del Convento de San Francisco, hechas en Buenos Aires en 1950, encargadas por el creativo Fray León Martinengo, en una sala constituida al efecto con estilo similar a la del viejo cabildo.
Amadeo Gras permaneció aquí el tiempo suficiente para demostrar todas sus cualidades artísticas y llevar a la tela a personas destacadas de la sociedad santafesina, como las familias Echagüe, Cullen, Aldao y Candioti, y en esporádicos regresos entre 1859 y 1861, a los gobernadores Juan Pablo López, hermano del caudillo (*), cuyo cuadro se encuentra en el Museo Histórico Provincial; a Rosendo Fraga y en Rosario, a Pascual Rosas.
Algo decepcionado porque nunca terminaba de cobrar los daguerrotipos, pasó a la vecina Entre Ríos, donde, después de deambular por Nogoyá, fijaría su residencia estable -o casi- en la creciente ciudad de Gualeguaychú, con una sociedad que sabía apreciar a un francés que tocaba tan bien el violoncelo. Allí pintó la figura del Gral. Urquiza y la de sus generales, allí construyó su casa y se casaron sus cuatro hijas y allí vivió muchos años quedándole fuerza y entusiasmo para cruzarse a Buenos Aires, donde pasaba largos períodos, dando recitales o participando en reuniones de música de cámara y donde tenía amigos, entre los que se contaban sus discípulos Carlos Enrique Pellegrini y Franklin Rawson. Cansado y enfermo, se recluyó en su elegida ciudad entrerriana para morir, a los 66 años, en 1871. Sus restos fueron trasladados al cementerio de la Recoleta.
Al pretender conocer el panteón familiar, de paso por Gualeguaychú, en 1998, se nos informó que por venta del mismo, los restos habían sido arrojados a la fosa comúm, aportándose como prueba una plaqueta de bronce de José Gras, depositada en el osario, y que pasó entonces a formar parte del archivo del Instituto Magnasco, donde se exponen obras del pintor y objetos de la familia.
Quedaron sus obras, calculadas en más de dos mil, formando parte de la importante iconografía sudamericana, y además, ese pequeño "cuadrito histórico" de medio metro, vidriado, con fotografías de los constituyentes, que se encuentra junto a las estatuas de cera en el Museo del Convento de San Francisco, y que es también motivo de orgullo para Santa Fe.