Cultura: CULT-03 Ante una nueva versión de "El Gatopardo"
Por Enrique M. Butti

"El Gatopardo", de Giuseppe Tomasi de Lampedusa. Traducción de Dalia G. Sonatore de Acero. Ilustraciones de irene Singer. Lonseller, Buenos Aires 2002.


El caso de Giuseppe Tomasi de Lampedusa es uno de los más singulares y a la vez emblemáticos de la literatura del siglo XX. Singular porque su obra, si se exceptúan unos pocos artículos y sus lecciones sobre Stendhal y sobre la literatura francesa del 1500, fue escrita en los dos últimos años de su vida y publicada después de su muerte. Comprende: una novela, "El Gatopardo"; dos cuentos, "La alegría y la ley" y "Lighea" (título desgraciadamente cambiado por sus albaceas por el de "La sirena"); el primer capítulo de una nueva novela ("Los gatitos ciegos") y un texto autobiográfico. Una obra que fue rechazada por los lectores de editoriales de su época, con el "pope" Elio Vittorini a la cabeza, bajo el soberbio y equivocado juicio de que se trataba de una literatura "superada".

Y a la vez se trata de una obra emblemática, porque fue el público quien apuntaló la obra de Lampedusa, obligando a su revisión crítica. Cátedras, academias y nobeles no acusaron el golpe, sin embargo; a regañadientes admitieron la grandeza de Lampedusa, como un animal raro, a quien su carácter de príncipe decadente de un reinado bastante miserable en Sicilia hacía perdonable esta obra que, considerando el "desarrollo" de la novela y de las teorías del siglo XX, no podía sino aceptarse y hasta admirarse con el dejo de estar teniéndoselas que ver con una obra anclada en el siglo XIX.

Una mínima anécdota prueba que aún hoy la crítica no acusó el golpe: ante la aparición de una reciente versión al castellano de los relatos de Lampedusa, se publicó en un diario porteño una reseña que, bajo supuestos principios de irrefutable actualidad, retomaba el argumento que fue la base y el eje del rechazo inicial de Lampedusa por parte de aquella vieja intelligentsia italiana. Se afirmaba que Lampedusa era una autor anacrónico, estilísticamente adherido a pautas formales de la narrativa decimonónica. Ergo, Lampedusa era un reaccionario (el crítico que retomaba estas acusaciones recordaba además que mientras este aristócrata vegetaba en su decadencia, sus coetáneos indigentes debían emigrar hacia nuestras tierras). Y pensemos que esta crítica se publica en el suplemento de un periódico consumido por progresistas, a fines del siglo XX.

Pero todo esto es escoria del tiempo, a pesar de que habrá lectores, jóvenes lectores sobre todo, que fueron y serán influenciados en forma nefasta por estos rimbombantes paradigmas impuestos por una industria cultural enmascarada bajo visos profesorales y académicos.

Hay sin embargo una consideración en todo este asunto que merece tomarse en cuenta, que atañe a quien despectivamente se ha dado en llamar "lector común" y de cuya existencia llega hoy a dudarse, reduciéndolo al lector dopado, informatizado por la industria editorial del best-seller, o negándole su condición de entrega, su capacidad de "suspender momentáneamente la incredulidad", en base a la convicción de que la gran literatura contemporánea ha intentado abrirle los ojos y privarlo de su primitiva "ingenuidad". En verdad, ni Joyce ni Kafka buscaban esto. Quien sí lo buscó fue la lectura crítica de estos autores, pero afortunadamente hubo quienes supieron leer y saben seguir leyendo a Henry James o a Marcel Proust haciendo caso omiso de esas férreas intenciones de dirigir unívocamente su lectura. Que el lector, que los lectores italianos apuntalaran la decisión de Giorgio Bassani y de la editorial Feltrinelli de publicar "El Gatopardo", y que después los lectores de todo el mundo hayan sido quienes sostuvieran la difusión y la permanencia de Lampedusa, es una de las señales literarias más enaltecedoras y ejemplares de nuestro tiempo.