Pantallas & Escenarios: PAN-01

A bailar a la nave del olvido

Mercedes Pardo. A LA CARGA, MI ROCKANROL. Montados en la estructura del rock tradicional, los músicos de La Renga han sabido despegar de algunos lugares comunes y perfilarse como uno de los números más fuertes de la escena actual.
En su visita a la ciudad, La Renga demostró su poder de convocatoria llenando el estadio cubierto de Unión. Lo recaudado será destinado a la reapertura del comedor universitario.


Cualquier observador de ocasión no dejará de apuntar un fenómeno al menos sugestivo del rock nacional actual: algunas de las bandas más convocantes -Los Redondos, Los Piojos, La Renga- han sustentado una notable presencia en la Argentina profunda por fuera o a pesar de los medios de comunicación. Dicho de otra forma, si aceptásemos que lo que circula a través de éstos no es "lo real" (muchos comunicólogos aceptarán este principio) y sí una representación más o menos antojadiza de aquello, el extraordinario poder de las bandas que carecen de los mecanismos de difusión convencionales, conforma una relación con "su" gente más próxima a la realidad (o a "lo real").

En síntesis, podríamos decir que las bandas más populares de la escena nacional no "rotan" en las cadenas de música, ni almuerzan con Mirtha Legrand, ni forman parte del staff de escandalosos de los programas de la tarde.

�Cómo se explica esto? Quizás de este modo: la propuesta honesta y profesional de un músico o un grupo trasciende por mucho el discurso imperante del videoclip de la semana y cimienta un vínculo que supera por mucho la formación "industrial" de grupos de reality.

El país "real" tiene poco o nada que ver con la circulación informativa de refritos sobre Ricky Martin o Luis Miguel (pese a que los medios los prefieran) y acaso sí se vea representado, al menos por proximidad, por algunas de las canciones de los grupos mencionados anteriormente. Para muchos, La Renga supone un misterio o una ignorancia: jamás los vieron en el living de Susana; las discos difícilmente pasen sus temas.

Desconocen que llenan estadios en todos los rincones del país y que -sin concesiones- se han solidificado como una de las propuestas dentro del rock duro y "contestatario", a causa de la corporización de una alternativa más interesante que la mera consigna de barricada (aunque a veces pueden caer en posturas "contrasistema", más o menos ingenuas) y la remera del Che.

De más allá y más acá


Beriso, Pilar, Tolosa, Lomas de Zamora, Caseros y tantos otros sitios más se hallan representados por las decenas de banderas (trapos, en la jerga) que junto a la imagen de Ernesto Guevara y citas de las letras del líder de La Renga, Gustavo Chizzo Nápoli, adornan un estadio cubierto de Unión casi completo (unas 5.100 personas). Los que llegan desde todo el país celebran un ritual que desconoce los inconvenientes de las distancias o de los bolsillos flacos. Lo mismo que con Redondos y Los Piojos, brindan un espectáculo paralelo, por momentos semejantes a una celebración tribal.

La Renga protagonizó, desde las 22 del sábado, un show impecable desde todo punto de vista. A las buenas canciones que han sabido desgranar en estos años, agrega un sonido intachable y una puesta escenográfica y con juego de luces de primer nivel. Dos pantallas de video reproducen en mayor escala lo que sucede en el escenario.

El resto se hace casi solo: Nápoli ha sabido -lo mismo que Solari de Los Redondos y Ciro Martínez de Los Piojos- elaborar una poética propia, con fragmentos de lucidez que agregan a un rockanrol potente sin brillos individuales (pero sin fisuras), planteos hasta de índole existencial; éstos dejan atrás los panfletos para neófitos de la otrora malamente celebrada apelación a autos, mujeres y noches de alcohol (que tanto mal, por su chatura y reiteración, han hecho al rock).

Hay fragmentos que denotan una pluma trabajada, secundada en ocasiones tras riffs de guitarra cercanos al hard rock. La liturgia que entregan las huestes es también impresionante: una masa informe de jóvenes festeja cada una de las canciones con un despliegue de energía similar al de las hinchadas de fútbol.

Panic Show, Cuando vendrán, Detonador de sueños, Lo frágil de la locura, Cuando estés acá, Hielasangre, El revelde (sic), la hermosa Veneno, Dementes en el espacio, Voy a bailar a la nave del olvido, El rito de los corazones sangrando, El final es en donde partí y otros temas se suceden uno tras otro como manifiestos de una actitud que combina un clima festivo con la denuncia y la crítica, propia de algunas expresiones del rock actual.

Los bises no tardan en llegar. La clásica Balada del diablo y la muerte y El viento que todo empuja dan forma a la despedida. Se han sucedido unas 25 canciones orientadas a forjar la reapertura del comedor universitario.

Hay una reflexión final: felizmente, muchas bandas de la actualidad han desestimado la pose, la necedad y la miopía intelectual para construir alternativas de cambio que no sólo tienen como eje la elaboración musical, sino que tampoco se desentienden del otro (en este caso, los santafesinos). El resultado es una existencia muy concreta y tangible, no sustentada en la mayor o menor incidencia de los medios; habrá que asumir que virtualidad designaría, en este caso, poco menos que una simulación. Nada más lejano a lo sucedido en la noche del sábado.

Estanislao Giménez Corte