Cultura: CULT-03 Latinoamérica al desnudo
"Los sertones", de Euclides Da Cunha. Traducción de Benjamín de Garay. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2003.


La lucha surgió de un incidente sin importancia. "Antonio Conselheiro había adquirido, en Juazeiro, cierta cantidad de maderas que no podían proveerle las caatingas paupérrimas de Canudos. Contrató el negocio con uno de los representantes de la autoridad de aquella ciudad. Pero al expirar el plazo estipulado para la entrega del material, que se aplicaría al remate de la iglesia nueva, no se lo consignaron. Todo denunciaba que la rescisión fue adredemente hecha, tendiendo a un rompimiento calculado... Antonio Conselheiro, hacía 22 años, desde 1874, era famoso en todo el interior del norte y hasta en las ciudades del litoral, adonde llegaban, entretejidos de exageraciones, y casi legendarios, los episodios más interesantes de su vida accidentada; día a día había ampliado su dominio sobre las gentes sertaneras; venía de una peregrinación incomparable, hacía un cuarto de siglo, por todas las reconditeces del sertón, en donde dejara como enormes marcas, señalando su paso, las torres de 17 iglesias que construyera; fundó el poblado de Bom Jesus, una ciudad, casi; de Chorrochó a la Villa do Conde, de Itapicurú a Jeremoabo, no había una sola villa o lugarejo oscuro en el que no contase con adeptos fervorosos y no le debiese la reconstrucción de un cementerio, la erección de un templo o la dádiva providencial de una represa de agua; se había insurgido desde hacía mucho, temerariamente, contra el nuevo orden político, y pisoteaba, impunemente, las cenizas de los edictos de las cámaras municipales de las ciudades que invadiera; aniquiló por completo, en 1893, una fuerte diligencia policial, en Massete, y obligó a volverse a otra, de 80 plazas de línea, que había seguido hasta Serrinha; en 1894, había sido, en el Congreso estadual de Bahía, asunto de calurosa discusión en la cual, impugnando la moción de un diputado, que llamara la atención de los poderes públicos hacia la `parte de los sertones perturbada por el individuo Antonio Conselheiro', otros elegidos del pueblo, y entre ellos un sacerdote, lo presentaron como benemérito cuyos consejos se amoldaban a la ortodoxia cristiana más severa; hizo volver, abortada, en 1895, la misión apostólica ideada por el arzobispado de Bahía, y en el relato sobre el caso, alarmante, escrito por fray Juan Evangelista de Monte Marciano, afirmaba el misionero la existencia, en Canudos, excluidas las mujeres, los niños, los viejos y los enfermos, de mil hombres, mil hombres robustos y decididos `armados hasta los dientes'; por fin, se sabía que imperaba sobre una extensa zona dificultando el acceso a la ciudadela en que se guareciera, porque la dedicación de sus secuaces era incondicional y fuera del círculo de los fieles que le rodeaban había, en todas partes, la complicidad obligatoria de los que le temían...".

El fragmento no pertenece al gran Joao Guimaraes-Rosa, aunque esté incluido en un título ("Los sertones") que se acerca al de la novela suma de Guimaraes. En este libro (cuyo estilo virtuoso, mezcla de géneros, valentía cívica, denuncia y valor histórico recuerdan a menudo a nuestros Domingo Sarmiento y a Ezequiel Martínez Estrada) se narra la Campaña de Canudos que el poder político y el ejército emprenden contra el Buen Jesús, el beato Antonio Conselheiro, que en 1893 se había firmemente rebelado con sus millares de seguidores al poder central brasileño. Su acción, que abarcaba las grandes extensiones de los sertones de Pernambuco, se había centralizado finalmente en Canudos. Varias campañas del ejército fueron necesarias para acabar con los rebeldes, tras una masacre espeluznante.

Euclides Da Cunha, un ingeniero militar, fue enviado como corresponsal en una de las expediciones a Canudo, y registró en "Los sertones" las enormes contradicciones que la modernización de Brasil de principios del siglo pasado intentaba desconocer u ocultar. Lo hizo con una fuerza y con un estilo que hacen de este libro un clásico de la literatura brasileña, que a cien años de su edición original, conserva todo su valor documental y literario.

Inés Madano