Cultura: CULT-01

Margarita y la nieve

Por Carmen Sofía Migno


"Veintidós de junio de 1918... Dormíamos y de pronto nos despertó la voz de cristal de nuestra madre. Abrimos a sus instancias de par en par nuestra ventana y nos quedamos atónitos ante el blanco deslumbrante de la nieve. Arriba, un cielo azul plomizo, limpio de nubes. Abajo, sobre los techos de las casas, sobre los árboles, sobre la calle, aún solitaria, la blancura y el silencio de la nieve... Y todo nos pareció más hermoso, más profundamente hermoso... Buenos Aires era un inmenso sueño blanco, ante nuestros ojos absortos de adolescentes. Fue una impresión honda, de deslumbramiento y de frescura sideral... Un año después, en 1919, aparecía el primer libro de versos de Margarita Abella Caprile, `Nieve', con un éxito sin precedentes en nuestro mundo literario... Así nació a la poesía y a la gloria, nuestra querida Margarita". Hasta aquí las palabras de Fermín Estrella Gutiérrez.

Por entonces, la poetisa tiene tan sólo 18 años, pero su madurez interior le permite resumir el sentimiento que el fenómeno inusitado le provoca y es como descubrir la clave de su propio destino:

(...) "Miro al cielo, los brazos extendidos / con profundo y extático embeleso; / y en un rapto indecible de locura, / con un abrazo inmenso, irreal, potente, / íhe deseado estrechar tanta blancura / e incrustarla en mi ser profundamente!" ("Nieve". Esta versión, más adelante, sufre modificaciones parciales, pero se transcribió ésta por considerarla expresión de juvenil espontaneidad).

Forma parte de esa familia de poetas que no se atan a rígidas consignas; "el arte por el arte" (R. Darío); tampoco el arte como función social. Es una "adelantada" que va abriendo surcos al compás de sus propias circunstancias, de sus impulsos cordiales.

Junto con Alfonsina, "su hermana mayor en el tiempo y en el arte", si bien con diferencias esenciales; con Delmira Agustini, Juana de Ibarbourou y Gabriela Mistral dan a las letras una vibración diferente, que, aunque con inquebrantable potencia, humaniza con latidos de mujer la expresión lírica de esta parte de Hispanoamérica.

Cuatro años después de "Nieve" publica una serie de poemas de tono menor: "50 Poesías", "Perfiles en la niebla", con caracteres más intimistas que nos recuerdan tangencialmente / al Paul Verlaine de "Llueve en mi corazón, / cual llueve en la ciudad"; pero también a A. Nervo.

"La verdad y el amor, hoja por hoja, / voy leyendo serena o conmovida / nunca mis ojos la amargura moja. / Firme en la fe, con la esperanza erguida / como voy hacia el sol, el sol arroja / detrás de mí la sombra de la vida". ("Fe").

No aparecen en su obra, que se completa con "Sombras en el mar", "Lo miré con lágrimas" y "El árbol derribado", los sentimentalismos comunes en mucha poesía femenina y entiéndase por tal la poesía escrita por mujeres dado que la expresión artística no reconoce sexos; sí, en cambio, hay en toda ella "tenue, clara, dulce, lenta / melancolía". Y si bien es pródiga en confesiones e intimidades no excluye temas posrománticos y posmodernistas: la naturaleza, el inexorable paso del tiempo y también una marcada recurrencia al tema de la muerte, pero sin asomo de morbosidad.

Frecuenta incansablemente el soneto. Precisamente en uno de ellos, que es poesía y plegaria a la vez, bellísimo, nos regala su mejor perfil de mujer y de poetisa:

"Dame tiempo, Señor de ver la altura / que han de tener mis árboles un día; / dejar quisiera en la aridez baldía / un poco de fragancia y de frescura. // Dame tiempo de ahondar en la dulzura / y entender la emoción que no fue mía: / al dolor silencioso desearía / decirle una palabra de ternura. // Haz que la vida que me diste alcance / para lograr en íntimo balance / saber del todo lo que voy sabiendo. // Concédeme, Señor, antes de irme, / que aprenda el alma, depurada y firme, / sólo a querer lo que le estás pidiendo". ("Ruego").

Si bien dijimos que no usa su arte en función social tampoco permanece indiferente, de espaldas o a un costado, respecto de la realidad nacional en la que están inmersos "el honor" y "la libertad". Dos de sus obras, "Lo miré con lágrimas" y "El árbol derribado", contienen poemas de alto contenido cívico, de participación absoluta en los dolores de la humanidad y a partir de 1955 en el drama político que sacude y divide a los argentinos: "No era posible que el temor siguiera / ahogando el aire y deteniendo el trueno" ("Al 16 de setiembre de 1955"). A instancias nada menos que de Eduardo Mallea ya había compuesto "El silencio de las campanas", inspirada en la conclusión bélica de la Segunda Guerra Mundial.

Como integrante del equipo periodístico del diario La Nación, a cuyo cargo estuvo la edición de su obra completa, con prólogo de Leonidas de Vedia, está en permanente contacto con preclaros hombres de prensa y de las letras argentinas y son éstos, precisamente, Juan S. Valmaggia, Nicolás Cócaro y F. Estrella Gutiérrez, quienes tienen a su cargo el despedirla cuando "cae" vencida por la enfermedad que venía sobrellevando con paciente pero laboriosa resignación, pues lo mismo que su "árbol derribado": "Alta su copa crecía / siempre más que las demás, / se abría paso, trataba / de asomarse y respirar; / pero tenía una herida / y era una herida mortal".

Por si algo faltara a su magnífica obra poética, no podemos soslayar su afición por los viajes, que plasma en "Geografías", el ameno relato que va desgranando paisajes e idiosincrasias de los países que recorre, hasta cerrar su "ópera" con una diversidad de artículos que van desde "la importancia de los dibujos animados" hasta el comentario sagaz de usos y costumbres respecto del lenguaje y la cortesía argentinos, entre otros, y los "Cuatro apólogos del gallinero", pequeñas joyitas engarzadas a la perfección con las que prácticamente cierra el círculo de su creatividad.

Es la tarde del 29 de octubre de 1960, soleada y primaveral. Una abigarrada multitud de selectos escritores, de amigos y de compañeros de labor periodística trasponen los umbrales de la Recoleta para acompañar hasta su morada definitiva a quien les había robado el corazón desde aquel primer aniversario del hecho memorable, ocurrido precisamente 85 años atrás y del que emergiera Margarita como nacida de la impronta de la nieve y despedida ese atardecer, cual paradoja del destino, bajo un tibio sol de primavera. Las palabras iniciales de esta evocación son palabras de apertura de Estrella Gutiérrez en las ceremonias exequiales.

Deseábamos proyectar "in memoriam" este recuerdo-homenaje animados por un cierto desencanto pues evidentemente la autora no parece haber logrado la vigencia constante que su talento merecía dentro del abigarrado marco de expresiones literarias argentinas y pese a la multiplicidad de publicaciones que de ella se hicieron, no sólo en el país sino en el extranjero, y que llevan la firma de conspicuos literatos como Carmelo Bonet, Susana Calandrelli, Rafael Cansino-Assens, Augusto M. Delfino, M. Etchevarne, B. Fernández Moreno, R. Giusti, P.M. Obligado, C.A. Leumann y tantísimos más.

Y entonces, volvemos a preguntarnos cómo es posible que no obstante ser poseedora del dominio de los resortes de una expresión "musical, colorida y nostalgiosa a la vez" se la haya ido como relegando a un silencio que se parece mucho al olvido, tal como suele sucederles a personas comunes, y ella no lo era, cuando mudan de geografía o inician el único viaje que no tiene retorno... Y es lamentable, en verdad, no avizorar ni siquiera una mínima respuesta.