Dos Remington y siete libros. Ése fue el capital más valioso que el río le sepultó a Angélica.
Angélica Velázquez, 70 años, pensionada y poeta, se presenta. Poeta por vocación y pensionada por los incontables trabajos que realizó en su vida como doméstica, cocinera, empleada de hoteles y pensiones.
Ella se define como autodidacta. Fue a la escuela primaria, la de aquellos tiempos, y se dedicó a trabajar porque a veces la pobreza no da tiempo para definir qué querés hacer cuando seas grande. Tuvo un marido y dos hijos, hoy un hombre y una mujer que ya son abuelos de sus bisnietos, y escribía.
Hasta el 28 de abril de 2003, Angélica leía sus poemas en la radio Popular de Santa Rosa de Lima. Tenía su linda casita, su nutrida biblioteca y los libros de su autoría guardados como tesoros tres cuadras al sur del puente negro de calle Suipacha. Pero vino la noche a las siete de la mañana.
"Nadie se lo esperaba. Yo estaba mirando, en la vereda, porque decían que venía... ya tuvimos otras inundaciones, tal vez por eso no pensamos que iba a ser tan fatal", dice despacio sin quitar la mirada de la puerta de calle. Tomaba mate, cuenta, mientras los vecinos corrían, esa noche había estado en vela, escuchando la radio.
Angélica escribió dos libros que pintan su aldea. Uno sobre la historia de la parroquia del barrio y otro sobre la vida y obra del padre Lucho Quiroga, un emblema para todos allí. Pocos como ella, que había vivido en Santa Rosa toda la vida, podían asegurar que, si bien podía haber algo de agua, no iba a ser tanta como para tener que abandonar las casas.
Capital de barrio
"De madrugada" se llama el primer libro que editó Angélica. Y de madrugada debió salir de su casa, sin nada, obligada por un amigo. A partir de ese momento, sus versos fueron de éxodo y tristeza. "Me llevaron a la escuela del barrio, la 809 `que tiene segundo piso para que esté más protegida, pero el agua se acercaba a la escuela... me sacó mi hijo, Roberto, y me llevó a su casa en barrio Alfonso, que también se inundó, después a lo de unos amigos, la familia Bon, hasta alquilar una casita. Durante muchas horas, en la terraza de la casa de mi hijo todos mojados, nos sacó una lancha, de noche, con miedo".
"Evocaciones" y las "Alas del canto" siguieron a su primer libro. Con los vecinos poetas de Santa Rosa de Lima juntaron dinero y editaban una obra por mes, que se le entregaba al autor para que la vendiera, regalara o guardara. Hoy, los ejemplares "Irradiando a Cristo" se secan al sol.
Apenas se distinguen las letras en "Fantasías" y sus 80 poemas para niños. Se desdibujan los dibujos con que los artistas del barrio lo ilustraron. "Manojo de sueños", el trabajo de todo un grupo de poetas populares de Santa Fe y Rincón es un ramillete de hojas pegadas y sucias. Angélica los mira, los toca, les acaricia el barro. "Toda la vida escribí, esto es mi vida y yo me voy a morir poeta. Anduve por todos lados, en paneles con escritores buenos de otros países... yo no digo que tengo capacidad cultural pero por la poesía me relacioné con mucha gente. �Ves? Esto no se puede perder, las fotos, los manuscritos, la máquina que me acompañó toda la vida" y se emociona.
Cuentan en el barrio que un día Angélica estaba viendo una disertación de un poeta importante desde el público y que uno de los organizadores de la feria se acercó a ella y le preguntó qué hacía ella ahí, que ella tenía que estar del otro lado, contándole al público sobre lo que hacía.
Imágenes
Hay imágenes que son de antes e imágenes que son de después. "Cada uno -reflexiona Angélica- pasó una historia diferente, y toda terrible. Hubo gente que sintió que se moría, los gritos pedían que la salven, que se ahogaban".
Y después, nada estaba en su lugar: "Era como si hubiese entrado un demonio en mi casa. Mis máquinas pesaban como cincuenta kilos y se cayeron para trabar las puertas de la casa, la ropa estaba en otras casas, el barro tapaba lo que quedaba".
Angélica cuenta que en el camping, a su hija, le enseñaron a lavar las fotos con agua con hielo y así recuperaron esas tantas otras imágenes de antes, "a los casetes de cuando iba a los programas de Juan Carlos Bettanín, no los recupero más". Mira esos recuerdos en papel, los que se pudieron rescatar y cuenta que así también estuvo su memoria por esos días, medio borroneada. "Por momentos no podía recordar ni las caras de mis vecinos, ni de las horas, de ni del antes, el durante o el después".
Recortar y pegar
La mesa de ahora, que fue metegol en Navidad y sonrisa de uno de sus nietos, ya no tiene encima a la vieja Remington. Hay unos lápices y hojas en blanco esperando llenarse de las palabras de esta Angélica que ya no tiene los diccionarios, ni las enciclopedias que la "ayudaban en el trabajo" porque todo eso se perdió y ella ni siquiera vio cómo quedaron. Su hija le contó que "si agarrabas uno de esos libros, sacabas diez, estaban todos pegados".
"Tiré pedazos de una máquina de escribir, llorando", cuenta. "Y con esa ayudita que nos dio el gobierno queremos hacer la vivienda, arreglar mi casa. Claro que no me pude comprar nada de lo que tenía. Me quería comprar aunque sea un reloj, pero mi hija me decía que la plata no era para eso, que era para arena, portland, que tampoco era para una radio. Y bueno, decía yo, tiene razón".
Angélica ya no es la misma del 28 de abril. Por su vida pasaron los tres metros de agua que ocultaron su techo durante dos semanas, muchas otras madrugadas sin volver a casa, la traumática dispersión de su familia en esos días extraños, la certeza de haberlo perdido todo.
Durante siete décadas de su vida se dedicó a construir. Y en un día el agua se llevó todo. Hoy le quedan sus hijos Alicia y Roberto, el recuerdo de José, fallecido hace 26 años, la mirada resignada de sus nietos Mariano, Sebastián, Guadalupe, Fabiana, Lorena, Chari y Enzo, el apoyo de Marcos y Gloria.
Tal vez sea la fuerza de ellos o la necesidad de dejarle a sus bisnietos algún recuerdo suyo -lo que más quiso, sus libros- lo que la empuje a estrujar su memoria: quiere reescribir todo lo que perdió, recuperar sus libros a su manera.
Nosotros nos vamos y ella se queda. Sentada en la silla prestada, recorta pedazos sucios y los pega sobre la hoja en blanco, uno a uno. "Después, fotocopio -dice-. Van a quedar bien...".
Angélica vuelve a empezar.
Hoy volví a casa
Después de tantos días de exilio
impuesto por las aguas del Salado
hoy volví a casa. No abrí la puerta
estaba hecha pedazos en el suelo.
Y grande fue mi desconsuelo
al encontrarme con todo destrozado.
Se me encogió el corazón cuando vi
chorreando agua podrida
mi ropa, mi cama y mi colchón.
Las plantas que yo tanto cuidaba
estaban secas, cubiertas por una
costra negra de pestilente olor.
Todo había cambiado de lugar.
El agua había organizado un aquelarre.
Todo era un desorden total:
en el baño estaban los muñecos
y del ventilador de techo
colgaban los saquitos de mi nieto.
Mi máquina de escribir que tantos años
me ayudó a plasmar mis ilusiones
debajo de la mesa la encontré,
y juntando sus pedazos, uno a uno
en un ritual casi religioso
con enorme tristeza la tiré.
Hoy volví a casa, pero no es una casa
sin revoque y sin pisos. Es una ruina
de húmedas paredes sin puertas ni ventanas
sin flores, sin risa, sin olor en la cocina
sin música, sin la nota colorida
que ponían en mi casa las cortinas.
Todo se ha perdido. Los libros, las fotos
los recuerdos y hasta la identidad.
�Cómo hacer para empezar de nuevo
a los setenta años y con mi magro sueldo?
�A quién reclamar? �Quién pagará
el daño síquico, moral y material?
Hoy volví a casa o a lo que era
mi cálido y humilde hogar.
Y aunque no he perdido la fe
ni las fuerzas de seguir luchando
encontré mi sillón medio averiado
en él me acurruqué
y me quedé vencida... muy triste, llorando.
Angélica Velázquez. "A dos meses y siete días volví a mi casa que, aunque vacía, es mi lugar, en donde quiero terminar mis días. Es ími Santa Rosa de Lima!".
Nunca olvidar podremos
la mañana del día del 29 de abril de 2003
el barrio despertaba, y nadie podía creer
que a poco perdiéramos
casas, afectos y hasta vidas
que el río arrasaría en su crecida.
Fue cosa de minutos...
el Salado no avasalló.
Sólo vino a buscar el espacio
que el hombre y el progreso le sacó.
Y con furia y fuerza inenarrable
el hospital Alassia, barrios, negocios destruyó.
Había que salir con lo puesto,
y en un caos total de humanos y animales
gritos de auxilio de los que estaban en los techos
piraguas, lanchas, canoas, todo a la vez
se mezclaron en la noche
más dramática de la historia
de nuestra querida Santa Fe.
Había un antes y un después
de esta noche impiadosa, fatal
mucho tiempo nos llevará
elaborar nuestro duelo
llorando sobre los destruido
(levantado con años de trabajo)
y empezar de foja cero.
Y lo peor no pasó. Lo peor empieza ahora.
Qué vamos a rescatar del barro y la mugre
los despojos que dejó la inundación:
reconstruir nuestras viviendas
cicatrizar nuestro dolor
y apaciguar nuestro angustiado corazón.
Hermano santafesino
ílevántate del golpe bajo que te asestó el Salado!
Agradece a tantos hermanos argentinos
que han estado de nuestro lado,
y ruega por el descanso de las almas
que quedaron atrapadas en agua.
Mira hacia arriba. Dios te ha concedido
el privilegio de la vida
no eres pobre si has salvado a tu familia.
Seca tus lágrimas y con fe y esperanza
grita conmigo: querida Santa Fe
ílevántate y anda!,
Araceli B. Retamoso