"Ese manco Paz", la última novela de Andrés Rivera, trae al presente la imagen de uno de los generales "olvidados" por la gran mayoría de argentinos, José María Paz, actualizándola desde la fantasía histórica que ya Rivera ha puesto en juego en "La Revolución es un sueño eterno" y "El farmer", haciendo hablar a Castelli y a Rosas en cada una de ellas.
Se podría decir que esta trilogía (¿por ahora?) expresa el pensamiento de Rivera acerca de la historia nacional.
En realidad, ninguna de las tres obras son novelas históricas en sentido estricto: no parecería ser la intención del autor actualizar el pasado desde una visión ficcional pero documentada y aportar así una mirada más a ese debate inconcluso que es, aún hoy, la historia nacional.
Por el contrario, las novelas en las cuales Rivera se ocupa de estas tres figuras polémicas del pasado argentino, parecen más bien reflejar el sistema de ideas políticas desde el cual el autor lee las tensiones fundamentales que han caracterizado nuestro pasado y marcado nuestro presente.
Novelas breves, de altísimo contenido poético, con un discurso plagado de interrogantes, repitencias y silencios, que lo hacen aún más rico, constituyen la plataforma desde la que Rivera proyecta en estos "personajes" la dualidad central de las luchas argentinas.
En "Ese manco Paz", desde la estructura formal misma, se plantea esa contradicción ¿esencial? de la Argentina que atraviesa el siglo XIX y buena parte del siglo XX: "La República" y "La Estancia", son los escenarios desde los cuales, un narrador -Paz- encarna la voz de la primera y, como en un coro de apenas dos cuerdas, sus solos son contestados por la voz de Rosas, para dar fe de la segunda.
Rivera expone unas virtudes literarias que le otorgan una singularidad extraña en el panorama actual de la narrativa argentina: en primer lugar, su perseverancia en el sostenimiento de un discurso histórico-político a través de la selección de personajes duramente contradictorios, alabados o denostados por la historiografía argentina y, sin embargo, no lo hace pidiendo permiso. Esta "osadía" literaria le permite expresar su propio proyecto histórico.
En efecto, desde la ternura, la ironía, el cinismo, la ingenuidad o la crueldad, sus "héroes" nos anticipan un país que pudo haber sido otro.
"El secreto de gobiernos como el mío, Don Nicolás, es éste: les digo a negros, indios y mestizos, criollos y guitarreros, que existen", dice Rosas a Nicolás de Anchorena, y Andrés Rivera sintetiza conceptualmente, en tres renglones, doscientos años de historia del paternalismo populista en la Argentina.
Otra singularidad es que los personajes, tomados casi en el final de sus vidas, no aparecen descarnados o liberados de "sus sagrados odios" (que, como ha escrito Mitre, es necesario conservar). Por el contrario, esos viejos enfermos, solitarios y abandonados por sus contemporáneos, no parecen dar cuentas de que la vejez acarrea tolerancia o una sabiduría que coloca al viejo más allá del bien y del mal.
Paz sigue preguntándose por qué, queriendo lo mismo que Rosas para la república ("paz, orden, quietud y prosperidad") son tan distintos.
"¿Por qué, para la República, él y yo, pedimos lo mismo? / Si Rosas no miente y Paz no miente, ¿qué nos diferencia?./ Los dos somos católicos, los dos doblamos la rodilla ante el Hijo de Dios, los dos somos argentinos: ¿qué nos diferencia?./ Yo nunca fui dueño de tierras. Yo nunca fui patrón de estancias: ¿eso nos diferencia?"
Tanto el "lenguaraz" de la Revolución, como el granjero Rosas y , ahora, la "estatua" de Paz, siguen fieles a sus convicciones.
Otro rasgo notable de la narrativa de Rivera es el enorme caudal poético que destilan los textos. Por momentos poesía pura, tanto las imágenes de los escenarios como el retrato de los personajes o la nostalgia de los recuerdos expresan un lirismo de altísimo vuelo, poco común en el discurso narrativo de nuestro tiempo.
"Y en esa espera, envejecí. No pude dormir: esperé, en los repliegues vertiginosos de la noche, escucharme cacarear las abominaciones de la agonía. Esperé en las nieblas del alba, y a la luz del día", dice Paz recordando los años de prisión. Y las angustias y terrores de los "tres mil doscientos ochenta y cinco días de cárcel" quedan expuestos, sin disimulos, en ese "cacareo" que producen la tortura y la muerte.
Y, si algo falta añadir, es ese magistral manejo del punto de vista, saltando de un narrador a otro y a tiempos distintos de un mismo narrador, sin obstáculos y sin forzamientos. Un yo presente que lleva un otro/mismo yo pasado a ese presente, como un continuum en donde los hechos, acciones o anécdotas casi no cuentan; sólo el pensamiento, las reflexiones o los impactos sensibles de esos yo múltiples, repitiendo en diversos espacio-tiempos una ideas principales que los acompañarán en la noche última de recordación.
En síntesis: desde la subjetividad activa del "héroe" literario, Rivera vuelve a expresar en "Ese manco Paz" una visión propia y coherente del pasado. Esta vez, gestando una estructura novedosa (el coro de dos voces) que grafica de modo sensible la dualidad fundacional de la Argentina.
Todo ello, desde y con un discurso en el que lo poético, lo histórico y lo político constituyen un todo inescindible y original.
"Me pregunto, cuando camino por Buenos Aires o cuando el perfume de un manojo de violetas flota sobre mi camastro de prisionero, qué hay en nosotros, argentinos, que nos empuja, casi indolentes, casi hastiados, casi alegremente, a la nada", es el interrogante de Paz.
Esa es la pregunta que, aún hoy, sigue buscando respuestas.