Esta historia comienza mucho antes de que los reflectores de un escenario iluminaran las voces de la familia Nardi. Comienza incluso mucho antes de que los aplausos de toda América coronen el repertorio de "la familia que canta". Esta historia, comienza con una bebé de inmensos ojos azules, yendo de brazo en brazo entre los integrantes de un coro durante los ensayos de Gloria, de Vivaldi. Cuando se detuvieron las voces, la beba soltó su primera palabra. No fue "mamá". Laura estrenó su voz entre el eco de los sopranos, medios y contralto: "Goia", dijo.
Su padre, Héctor Nardi, dirigía ese coro. Y además, fundó el Departamento Infantil en el Liceo Municipal donde muchos niños -hoy adultos-, dieron sus primeros pasos en las artes, especialmente en la música.
Los tres hijos del matrimonio de Héctor e Hilda Nardi, Héctor ("Keto", para la familia), Laura y Gustavo, no sólo se formaron con las técnicas modernas de ese departamento, sino que vivieron permanentemente en una atmósfera musical: "Los niños adquirieron una serie de destrezas musicales a muy temprana edad. Yo he sido director de coros toda mi vida. Mi señora ha cantado conmigo en los coros y los chicos, desde muy pequeños, escuchaban los ensayos y muchas veces cantaban a dos voces lo que nosotros cantábamos en el coro", explica el padre. Los cinco Nardi, incorporaron la música y el canto a la vida cotidiana de la familia. Comenzaron a cantar también para el círculo íntimo de amigos. Y la voz trascendió las paredes del hogar.
Enterados de que existía toda una familia que cantaba reunida en su comedor, un grupo de teatro que realizaba representaciones infantiles llamado "Los cuentacuentos", liderado por Clelio Villaverde e integrado, entre otros reconocidos artistas del ámbito santafesino, por la "Negrita" Catania, quiso incorporar el hallazgo a sus obras. "Y así, en diciembre de 1970, nacieron las representaciones. Ésa fue nuestra primera presentación en público, con canciones infantiles y villancicos navideños y fue el lanzamiento 'for export' ", recuerda Héctor Nardi.
La parte instrumental, en un principio, fue muy simple. "Los chicos manejaban muy bien la flauta dulce y los incorporamos en el primer concierto. Hilda se sentaba en el piano y también hacía un poco de percusión. Luego fuimos agregando instrumentos antiguos, también flauta traversa y la viola, e íbamos alternando en una evolución posterior. Pero desde el comienzo fue vocal-instrumental", explica el padre.
Y así comenzaron a presentar conciertos, cada vez con más frecuencia. Ahora, en casa, los momentos en que cantaban ya no eran sólo diversión o pasatiempo. Eran "ensayos".
"Todos los fines de semana teníamos alguna girita, primero por la provincia y después por todo el país. Capital Federal, Mendoza, Tucumán, San Juan, Córdoba, Neuquén, Bariloche...recorrimos casi toda la Argentina".
Durante los años que trabajaron como grupo familiar, estuvieron acompañados sucesivamente por dos guitarristas: Enrique Nuñez y Néstor Ausqui, quienes viajaban con ellos también.
A mediados de la década del 70, partieron rumbo a Tierra del Fuego y Malvinas. "Hicimos dos cruceros, con lo cual estuvimos embarcados un mes. Y bajamos dos veces en Islas Malvinas, cuando todavía eran nuestras. Actuábamos a bordo junto con una orquesta y una artista brasileña", rememora Héctor Nardi. En ese mismo crucero, que hacía viajar sus voces sobre el gélido mar, conocieron a una gran concertista de piano que era la directora de una institución musical de Río de Janeiro. Ahí mismo se concertó una gira por la ciudad carioca.
En el medio de las distintas actuaciones, se presentaban en reconocidos programas de la época: "Estuvimos en Sábados Circulares de Pipo Mansera, en el programa Los Mejores de Juan Silber y almorzamos con Mirtha Legrand".
Habían cantado en casi toda la Argentina y en el país vecino. Pero aún faltaba lo mejor.
Hilda, la mamá de los Nardi, recuerda cómo comenzó un gran momento para la familia. "Una vez tocamos en el camping musical de Bariloche, una prestigiosa institución. En una de esas actuaciones, cantamos en el Llao Llao, fuimos muy bien recibidos, pero pasó como una actuación más. Tres meses después, sonó el teléfono de nuestra casa en Santa Fe". Una voz preguntó si era la casa de la familia que canta. "Y se presentó como 'el señor Robledo, secretario del ingeniero Agustín Rocca, vicepresidente del Mozarteum Argentino (organización mundial de música con filiales en distintos países), quien los había escuchado en el Llao Llao y quería promoverles conciertos y ofrecerles su mecenazgo". Por lo tanto, después de las giras nacionales, les auspició una gira por América.
Según Héctor, esa gira que duró más de un mes y medio y que los llevó por 14 países, "fue la frutilla del postre" y les permitió "una experiencia fantástica".
Recorrieron toda América e Islas del Caribe. Panamá, Costa Rica, Méjico, Guatemala, Honduras, Miami, bajando por el Caribe, Haití, República Dominicana y Puerto Rico, entre muchos otros destinos y con repetidas actuaciones en cada uno de ellos. "Este señor nos dio todos los pasajes aéreos para nosotros cinco y para un concertista de guitarra que nos acompañaba. Y un representante de conciertos de una organización muy importante de Buenos Aires, `Conciertos Gerard', nos organizó todos los conciertos e hizo toda la coordinación completa del viaje y entonces sabíamos quién nos buscaba, cómo y dónde era el concierto y cuánto nos iban a pagar. Con lo que ganábamos podíamos solventar los costos de la gira y traer algún dinerillo de vuelta", explica Héctor.
Tras diez años de recorrer el país y el continente llevando sus cantos, la familia Nardi se retiró de los escenarios. "El último recital fue en julio del 80 en el teatro Libertador de Córdoba. Ya los chicos eran profesionales y estaban cada uno en lo suyo. Gustavo, por ejemplo, se iba a la filarmónica del Teatro Colón, Keto ya estaba en la sinfónica de Córdoba, Laura estaba terminando su carrera en el Instituto Superior de aquí. Cada uno iba tomando su rumbo", recuerda el padre.
Había culminado una etapa. Dejaría, claro, millones de recuerdos y anécdotas que mantuvieron unida a la familia, a pesar de que el destino decidió separarlos por todo el mundo.
Las palabras que reviven esta historia, muestran la importancia de esta experiencia para la familia Nardi: "Yo, que ahora soy madre -cuenta Laura- repetí mi experiencia infantil con mi hija, por lo cual deduzco que si no me hubiese gustado, no lo hubiese hecho. Ha sido toda una lección y un privilegio el poder haberlo vivido y también ha sido importante que cada uno pueda haber elegido su camino".
Hilda, orgullosa como madre, también inmortaliza lo vivido: "Mi mejor recuerdo después de diez años de trabajo, a la par de lo musical, fue haber podido compartir con nuestros hijos una actividad como ésta que nos dio la oportunidad de viajar y orientarles la formación humana a cada uno".
Además, algunos de los nietos de Hilda y Héctor (Adria, la hija de Laura y Agostina, la hija de Keto), siguieron el camino de la música, manteniendo vivo el espíritu de la familia.
La música los unió. Y la historia compartida los hace inseparables. A la hora de recordar las anécdotas que vivieron durante una década de presentaciones, los Nardi comparten sonrisas y emoción aunque hayan pasado 23 años de la última actuación.
Keto y Laura admiten entre sonrisas que uno de sus mejores recuerdos son las cenas que les brindaban luego de cada concierto.
"Pero además, recuerdo anécdotas muy locas y habernos reído muchísimo de situaciones atípicas. Como niño te quedás sorprendido", agrega Laura.
Héctor se acuerda entre las carcajadas del resto de la familia, una anécdota inolvidable: "Siempre terminábamos cantando la canción de la despedida y nos íbamos retirando gradualmente del escenario, de mayor a menor. Quedaba el pequeñín cantando solito en escena. Cuando terminaba el recital venían todas las viejitas llorisqueando y decían `Ay, hasta el más chiquito estaba emocionado' y era que a este `delincuente' le molestaba una pestaña y, mientras cantaba, se rascaba el ojo".
Hilda, por su parte, comenta otra: "Hasta el perro estaba integrado al grupo. Teníamos un collie que nos escuchaba durante todo el ensayo. Cuando partimos a la gira por América, lo dejamos en una guardería en Gálvez. Antes de salir a la gira, Canela nos hizo un reportaje por televisión, en el cual cantamos. La gente que estaba cuidando el perro, prendió el televisor. Cuando empezamos a cantar, escucharon que el perro aullaba y rasguñaba la puerta hasta que le abrieron y se sentó frente al televisor porque nos había identificado".
Para Gustavo, los mejores recuerdos están relacionados con los viajes: "Yo lo que más valoro es haber tenido la opción a hacer determinadas cosas que los otros chicos no podían".
Dos de ellos, cruzaron el océano para ver al resto de la familia y manejan esa inconfundible tonada española al hablar. Laura y Gustavo emigraron hace más de 17 años a Bilbao y Valencia respectivamente. Allí continuaron por el campo de la música: Laura es docente de piano y música de cámara en el conservatorio de Lejona y directora de coro y Gustavo toca el violonchelo en la Sinfónica de Valencia. Keto se quedó en tierras argentinas y tocó algunos años oboe y flauta dulce en la sinfónica de Córdoba, de la que debió retirarse por cuestiones de salud. Y aunque ahora decidió dedicarse al ajedrez, continúa colaborando con su padre en el coro que él dirige.
Se reencontraron después de 17 años, los cinco en el mismo comedor. Todos juntos en Santa Fe, como nunca lo habían logrado en todos estos años, aunque fuera por sólo unos días. Los abrazos, las sorpresas, mucho que contar. Se miraron con la complicidad que comparten los que vivieron la misma historia y tienen la misma pasión en el presente: la música.
Keto y Gustavo ya no son los niños soprano que entonaban villancicos. Se convirtieron en hombres, en padres de familia. Pero sus rostros, bajo la barba y los anteojos, siguen vibrando ante la presencia de un pentagrama. Laura, creció hasta convertirse en una mujer de mundo y una madre orgullosa, que ha permanecido aferrada a la música, que hace bailar sus dedos sobre las teclas de un piano y permite que vuelen sus manos mientras dirigen las voces de un coro. Hilda y Héctor miran a los tres con orgullo de padres. Cada tanto, al escuchar su apellido, la gente les pregunta si tienen algo que ver con "la familia que cantaba".
Hilda rescata el valor de la familia Nardi: "los tres siguieron el camino de la música. Pero lo importante es que la familia encuentre una actividad que le permita seguir unida, sea la música, sea el deporte, sea cualquier tipo de hobby. Si eso se diera de manera frecuente, la sociedad estaría un poquitito mejor".
Virginia GutierrezFotos: Amancio Alem y álbumes de la familia Nardi.