Esta es la historia de los Condes León y Edmond Tessieres Boisbertrand y de la familia Gaspoz, relatada por Syra Elena Mottard Gaspoz y Nydia Adela Mottard.
La Colonia Cayastá nació hace 136 años sobre las ruinas de Santa Fe de la Vera Cruz, fundada en 1573 por el vizcaíno Don Juan de Garay. Aquí se relatan las relaciones que unieron a las Condes fundadores con la familia Gaspoz.
Los Condes de Tessieres Boisbertrand habían partido de Francia. Los Gaspoz, de la comuna de Saint Martin, distrito de Herin -Canton de Valais, Suiza.
Los primeros, nobles, de sangre azul, blasones y pergaminos. Los Gaspoz, también nobles. Nobles de corazón, de sentimientos nobles. Unos dejaron sus castillos, los otros sus humildes viviendas.
Jean Baptiste León partió junto a su esposa Marie Sophie Enrriette Horrer y a su hijo Marie Francois Edmond, en la segunda mitad del siglo XIX acosado por persecuciones durante el reinado de Napoleón III. La familia se dirigió a Lisboa (Portugal) donde residían sus parientes reinantes de la Casa de Braganza. Ellos les aconsejaron marcharse a América, a Brasil, donde reinaba su primo, el Emperador Pedro II casado con Teresa de Borbón, relacionada también con los condes por lazos sanguíneos. Los nobles de Portugal le encomendaron la entrega a Pedro II de una importante suma de dinero de una herencia.
Cuenta la saga de la familia Gaspoz que antes de partir del puerto una gitana le ofreció al conde Edmond leerle el futuro. Aceptó, y grande fue su estupor cuando ella le dijo: "Tu padre morirá de muerte natural; en cambio tú en forma violenta sin poder defenderte". Se sonrió pensando en sus dotes de eximio esgrimista y en su panoplia colmada de armas. Pero esta profecía lo acompañó toda la vida y curiosamente se cumplió al pie de la letra.
En Brasil, León se enteró que Argentina se estaba colonizando. Decidió entonces viajar a este nuevo destino dejando todos sus atributos nobiliarios para su custodia en manos de Pedro II.
El primer lugar al que arribó fue colonia San Carlos donde se lo designó juez de Paz. A la par de esta tarea, por su condición de médico, atendió enfermos, parturientas, moribundos, ayudó y asesoró a los colonos y se brindó entero a la comunidad.
Al llegar aquí Edmond tenía 19 años. Cuando conoció el medio en el que debería vivir, tan diferente al que había dejado, se arrojó al suelo y lloró amargamente. Su padre, conmovido pero con entereza le dijo: "Por adversa que le sea la vida, un hombre jamás debe llorar".
Transcurrieron días muy oscuros y distintos a los que estaban acostumbrados en Francia. Con sólo imaginarlo se puede tener la peregrina idea de lo que les costó adaptarse a un medio desconocido y adverso.
Este cambio radical no fue soportado por la condesa Marie, sumida siempre en la melancolía. Murió y fue sepultada en el cementerio de la Colonia. Apesadumbrado por la muerte de su esposa y en desacuerdo con algunos residentes de San Carlos, decidió marcharse, no sin antes exhumar los restos de la condesa y depositarlos en la capilla de San Jerónimo del Sauce.
El gobernador de Santa Fe, don Nicasio Oroño, motor de la colonización y de la fundación de pueblos, lo instó a establecer una colonia a orillas del río San Javier.
Es en Cayastá donde con un grupo de colonos europeos sentó sus reales en 1867. El gobierno le adjudicó tierras acordando con el mismo la ubicación de 40 familias con títulos de propiedad gratuitos. A su vez, compró un terreno en Cayastá al superior gobierno de la provincia compuesto por 25 millones de varas (18.747.000 metros cuadrados) y allí estableció su estanzuela.
Si bien los primeros años fueron difíciles, la exuberancia de la llanura y el esfuerzo de los colonos dieron sus frutos. Se dedicaron a la cría de ganado y a la labranza de la tierra.
Los condes poseían también una quesería llamada La Estrella ubicada en la isla frente a la finca. Para llegar a ella, cruzaban el río en canoa. Cuando la bajante era grande, lo hacían por los desplayados y bancos de rubia y fina arena, simplemente a pie. Los productos -de muy buena calidad- eran apreciados. De Santa Fe venían expresamente a comprarlos. Productos de granja, frutas y verduras hacía las delicias de los santafesinos y poblaciones aledañas.
Padre e hijo eran fervientes católicos practicantes dados al rezo del Rosario, lectura de la biblia, de vida de santos e historia de la iglesia y sus Papas. Eran muy cultos, atentos a las necesidades del prójimo. Su condición de nobles, no era óbice para un trato cortés con los colonos y visitantes.
Compartía con su hijo Edmond las cuestiones jurídicas y pleitos domésticos en los que debía arbitrar. Asesoraban a los colonos en siembras, cosechas y pariciones.
El anciano hacía penitencia. Castigaba sus carnes con un cilicio de cerdas para enmendar, decía, los pecados juveniles. "Si los cometió: �no estarían perdonados luego del exilio, sólo con su hijo y sus recuerdos en tierras tan lejanas?", se preguntan Syra y Nydia.
Edmond a su vez dormía en un sillón construido con un madero de una sola pieza. Sus vidas eran sencillas. De diversos lugares europeos le llegaban al joven propuestas matrimoniales. Cuentan que Edmond solo sonreía. Su decisión estaba tomada. Habría de vivir célibe, dedicado a amparar a la gente de la Colonia.
Cuando la nostalgia lo embargaba montaba su caballo o simplemente a pie se dirigía a un espejo de aguas que los pobladores llamaron la Laguna del Conde, como hasta hoy se la conoce. Quizás en esas solitarias incursiones daba rienda suelta a sus recuerdos de años juveniles tan distantes y distintos a la realidad del momento.
A diez años de la fundación de la colonia, en 1877, murió el anciano Conde León. A partir de ahora. �qué sería de la vida de Edmond sin familia?
Antoine Gaspoz y su esposa Luise Cottet arribaron a América con el contingente que Aarón Castellano trajo a Esperanza. Él trabajaba la tierra y su esposa cosía, bordaba y realizaba tareas domésticas.
Una epidemia los decidió a emigrar nuevamente y llegaron a Helvecia con sus tres hijos: Luis, Martina y María pero se radicaron luego en Cayastá. Allí construyeron su vivienda y nacieron nuevos hijos: Adela, Antonio, Luisa, Anita, Antonieta y Filomena.
El conde Edmond propuso a Antonio formar una sociedad: compartirían las tareas y él velaría por la familia con quien viviría en la estanzuela. Y Antonio aceptó.
En la casa sólo se hablaba francés. Además de lecciones de lecto-escritura los varones recibieron clases de esgrima.
El conde viajó con los hijos mayores a Santa Fe porque decía que tenían que conocer la ciudad y saber desenvolverse en ella. No era fácil, venían a caballo cruzando los montes, desafiando el posible encuentro con indios y animales salvajes. LLegaban a Rincón y de allí, en canoa a la ciudad.
Pasado un tiempo, Luisa enfermó y su agonía fue muy larga. El conde le prometió que velaría por sus hijos como si fuesen propios, lo que le permitió morir tranquila.
Antonio ya viudo manifestó al conde su deseo de viajar a Europa para curarse de una dolencia. Edmundo quedó a cargo de sus 9 hijos mientras Antonio disfrutaba de la tierra que creía no volver a ver.
La vida en la colonia siguió su curso. Pero grande sería el estupor de las hijas de Antonio cuando se enteraron que su progenitor había viajado a Europa en busca de nueva esposa.
Cuando Edmundo se enteró de esto decidió anular el testamento que había redactado en favor de Antonio y realizó otro a nombre de María. Cabe preguntarse por qué a ésta a pesar de no ser la primogénita. La distinguía y reconocía su carácter enérgico y su capacidad de defender los derechos de sus hermanos y los propios.
Al atardecer del 6 de agosto de 1882 llegaron a la estanzuela unos troperos compradores de hacienda: Cirilo y Gaspar Lemos, Honorio Mendoza y Rafael Sequeira. El conde hizo caso omiso a esta visita no esperada. Ya había rezado dos rosarios y no los recibía.
Martina le preguntó entonces si iba a recibirlos. "De lo contrario dígales que se marchen porque se están mojando", sugirió. Pero sin mucha voluntad decidió recibirlos. Compartieron la cena y luego, los niños se retiraron a sus habitaciones. Luis, el mayor de los hermanos, había ido a un baile.
De sobremesa entablaron una conversación. Después de servir café, Martina se retiró. Sintió un ruido en la cocina, volvió y vio con horror como inmovilizaban al conde y uno de ellos clavaba una daga en su nuca y lo degollaba.
Asustada gritó a sus hermanos: "íLo mataron al conde!", y quiso cerrar la puerta pero no lo logró. Uno de ellos interpuso un machete mientras a gritos les ordenaban arrojar dinero, joyas y todo objeto de valor. Estaban enceguecidos e ingresaron para exterminarlos. No querían dejar testigos.
Antonio Gaspoz, de 14, se dirigió a lo de un vecino, Nicolás Jaix, quien ante el temor de ser también atacado se atrincheró en una parva.
Los malhechores se fueron a tomar café a la cocina, situación que aprovechó Adela para escapar. Mala estrella la de esta niña. Al llegar a las inmediaciones de la casa de Jaix quien era su padrino, éste la confundió con uno de los asesinos y la atravesó con un tiro de fusil. Meses después falleció a pesar del empeño de los médicos.
Los troperos recogieron un pequeño botín y se marcharon pero como las niñas se defendieron no salieron ilesos.
En tanto, Antonio llegó al pueblo e informó lo sucedido. Rápidamente un grupo de vecinos, encabezado por Victorio Blanche, en medio de la llovizna, arribó a la estanzuela. Juan María Tottard, que conocía las instalaciones, se dirigió a la cocina. En la oscuridad tropezó con el cadáver del conde. Luego, el cuadro de horror se amplió en los dormitorios donde yacían muertas y heridas las niñas.
El Dr. Videla de Santa Fe atendió a las sobrevivientes Martina, Adela y Antonieta.
En los patios, el dinero, joyas y utensilios formaban un tapiz que fue hurtado en su mayoría por los visitantes.
Cabe preguntarse a qué obedeció tanta sangre derramada, tantas vidas jóvenes ultimadas. �A causas políticas? Ya lo había manifestado el conde a los hermanos Gaspoz cuando les narró los acontecimientos de su última visita a Santa Fe: "Ninguna autoridad me quiso atender. Como a un delincuente me encerraron en una leonera de donde me sacó Flaj Ollet y ya en la calle San Jerónimo fui atacado por empleados del gobierno que me siguieron. Me defendí con el estoque, herí a uno y el otro no salió bien parado", les había dicho.
Su lucha era conseguir los títulos de propiedad para los colonos, como estaba establecido, pero gente poderosa aspiraba a quedarse con las tierras de la colonia.
Los malhechores, luego del juicio, fueron absueltos por falta de pruebas. Dos escaparon y jamás se los encontró.
Pareciera que una suerte de quietud trajo a Santa Fe la muerte del Conde. Pero la colonia estaba de pie y continuaba sus luchas por los títulos. Oportunamente, Edmundo al encontrarse con tantos obstáculos se había entrevistado en Rosario con el cónsul francés para solicitar el aval diplomático, previo depósito del contrato de colonización efectuado por su padre, dejando allí también en esa oportunidad el testamento ológrafo en favor de María.
Después del crimen transcurrieron días muy aciagos para la familia Gaspoz. Sin su padre, sin su protector, temerosa de volver a ser blancos de los malhechores. Demasiado dolor para estos jóvenes y niños con un historial tan tenebroso.
Finalmente, Antonio regresó de Francia casado y se encontró con 4 hijas muertas, tres heridas y providencialmente con los varones sanos y salvos. También su amigo había sucumbido. No le fue fácil acceder a la herencia que por muerte de su hija María le correspondía. Tuvo que litigar con el Estado pero al fin la justicia falló a su favor.
La lucha de los colonos continuó por varios años. Esta dio sus frutos durante la gobernación del pionero de la colonización santafesina José B. Iturraspe.
En esta apretada síntesis, Nydia y Syra procuraron dar una idea de las relaciones entre nobles y plebeyos en los albores de la colonización de Cayastá.
A pesar de su rancia estirpe, los condes no pretendieron jamás erigirse en señores feudales. Preconizaron la libertad individual frente al servilismo. Fueron los guías desinteresados de una comunidad campesina que supo valorarlos y respetarlos.
"A su memoria, a la de la familia Gaspoz Cottet, de Martina Gaspoz de Mottard, quien fuera nuestra abuela y bisabuela, respectivamente, y de sus hijos. En especial a María Julia Mottard de Imbert y María Adelina Mottard, de quienes escuchamos la narración de estos hechos", finalizaron Syra y Nydia.
Lía Masjoan