"Para saber entrar hay que saber salir". Es una lástima que George W. Bush o sus colaboradores no hayan disfrutado de los cursos de fútbol que César Luis Menotti brindaba por televisión, porque entonces, antes de decidir la intervención a Irak, hubieran pensado un poco más sobre las probabilidades de una retirada honorable.
Hoy Menotti no enseña más fútbol y los funcionarios yanquis están para cualquier cosa, menos para escuchar consejos deportivos. La decisión de Bush de presentarse de imprevisto en el aeropuerto de Bagdad para cenar con los soldados fue un buen golpe de efecto; pero el problema es que en Irak los golpes de efecto duran poco, porque mucho más eficaces son los golpes mortales que propinan los terroristas a las tropas invasoras.
Ninguna de las promesas e ilusiones de los yanquis se han podido cumplir hasta el momento. De las armas nucleares no hay noticias y tampoco se sabe nada de Ben Laden. El vicepresidente Dick Cheney estaba convencido de que los soldados ingresaban a Irak y el pueblo salía a la calle a saludarlos como libertadores. Los norteamericanos suelen dejarse dominar por algunas imágenes del pasado. Cheney por ejemplo, imaginaba que la caída de Bagdad se parecía a la caída de París en 1944, el problema es que el pueblo de Bagdad no tenía ni tiene nada que ver con el pueblo de París.
Rumsfeld habla de construir una democracia moderna y pluralista. El verso suena lindo, pero el único problema que existe en Irak es que los beneficiarios de esa democracia pluralista y representativa no creen en ella y los pocos que creen, no creen que sean precisamente los norteamericanos los autorizados para imponerla.
El gobierno de George Bush no decidió esta invasión de la mañana a la noche, pero algunas decisiones que se tomaron parecen tan improvisadas e inconsistentes, que cuesta imaginarse que ése ha sido el comportamiento de la primera potencia del mundo y del imperio más formidable de la historia.
Se sabe que la principal motivación de los yanquis para invadir Irak ha sido el petróleo. Las actuales sociedades industriales funcionan con petróleo y su escasez obliga a tomar decisiones desprolijas y torpes. También se sabe que es necesario imponer el orden en el Golfo, antes de que en un futuro no muy lejano lo imponga China. A esa realidad hay que sumarle el conflicto de Medio Oriente, las Torres Gemelas y las dificultades de los musulmanes para integrarse a la modernidad.
En definitiva, todo puede entenderse y comprenderse, hasta los errores y los intereses más sórdidos; lo más difícil de entender es la improvisación militar y la incapacidad operativa para afrontar una situación que de antemano se sabía complicada. Para decirlo con otras palabras, no hacía falta ser un estratega militar o ganarse la vida como funcionario del Pentágono para saber que la conquista de Bagdad no era el fin de la guerra sino su principio.
¿Hay alguna esperanza de una salida airosa o elegante? Por el momento no se ve ninguna en el horizonte, salvo que la captura o muerte de Saddam Hussein modifique el humor social, pero tal como se presentan los hechos, daría la impresión de que Saddam Hussein no está dispuesto a darles esa satisfacción a sus amigos americanos.
El poder suele justificar sus decisiones más sensatas o descabelladas, diciendo que no quedaba otra alternativa que hacer lo que se hizo. Primero exponen una realidad dibujada a su antojo y después se preocupan por convencer a los que se debe convencer de que el único camino viable es el que ellos proponen.
Los demócratas en Estados Unidos saben que con el petróleo no se juega y que el imperio no puede desentenderse de una región estratégica por muchas razones. La diferencia con los republicanos es que los dirigentes demócratas hubiesen intentado resolver este dilema de una manera menos brutal y respetando el orden internacional creado por ellos mismos después de la Segunda Guerra Mundial.
Yo sé que los demócratas y los republicanos tienen muchos puntos en común y que muchas veces hay que esforzarse para registrar las diferencias; pero también sé que los halcones están más cómodos en el partido de Reagan, Nixon y Bush, y los progresistas se encuentran más a sus anchas en el partido de Roosevelt, Kennedy y Carter.
No es casualidad que desde que Bush llegó al poder los tambores de la guerra comenzaron a sonar con más fuerza. Tampoco es casualidad que temas tales como la paz, la preservación del medio ambiente y los tribunales internacionales para los violadores de los derechos humanos hayan sido archivados o directamente ignorados.
Tan torpe fue el manejo de Bush en el Golfo o en Medio Oriente, que más de un analista político empezó a mirar con nostalgia el orden internacional creado durante la Guerra Fría. Es verdad que en esos tiempos se vivía al borde de la guerra nuclear; pero era la conciencia helada de ese peligro lo que obligaba a los protagonistas a actuar con sensatez.
El problema en la actualidad es que Estados Unidos se parece a un búfalo desbocado y sin controles. En algún momento se supuso que el control lo iba a imponer la Unión Europea y Japón; en otro momento se creyó que el fin de la Guerra Fría ponía punto final a la guerra y que de aquí en más todo se iba a desarrollar en armonía. Ahora se sabe que nada de eso ha ocurrido.
¿Estados Unidos va a hacer lo que se le da la gana? Es probable, pero no seguro. Lo que sucede en Irak es una demostración de que los campos de orégano no existen y que los únicos campos que merecen ese nombre son los minados. Mirando hacia el futuro, lo único que se avizora son problemas. En la vieja Europa no hay ni sangre, ni aliento, ni ganas para jugarse por una causa que nadie entiende y el que la entiende la condena. Japón acompaña, pero como en las malas orquestas, no toca, a lo sumo carga con los instrumentos.
Después están los aliados árabes, los cuales, dicho con todo respeto, es mejor perderlos que encontrarlos. Los dos grandes puntales de la causa norteamericana son Arabia Saudita y Paquistán, dos dictaduras terroristas, corruptas y teocráticas. Tan reaccionarios y oscurantistas son estos gobiernos, que si el discurso de defensa de la democracia elaborado por los yanquis fuera sincero, hubieran merecido ser invadidos mucho antes que Afganistán o Irak.
Para concluir, diría que Estados Unidos me da la sensación de que está viviendo el mismo dilema que le tocó experimentar a Napoleón cuando ya sabía que la batalla de Waterloo estaba perdida. Cuenta la historia que el Corso se dirigió a su trompeta y le ordenó que tocara a retirada. El soldado lo miró y le dijo: "General, hace más de quince años que peleo a su lado y no sé cómo se toca a retirada". Napoleón lo miró, algo parecido a una sonrisa le cruzó por la cara, y después le dijo: "Entonces toca `al ataque' ". El resultado ya lo conocemos.